Plaza Virgen de los Reyes Desde la conquista cristiana de la ciudad en 1248, recibió indistintamente las denominaciones de Plaza o Plazuela de Arzobispo y Corral de los Olmos, (cuyo nombre se debía de la presencia de antiguos olmos. Estaba cerrado al este por un muro paralelo a la Catedral, que lo separaba de la plazuela del Arzobispo, y por puertas en sus extremos norte y sur, unido además por un arquillo al hospital de Santa Marta (actual convento de la Encarnación). Fue aquí, según los historiadores, donde los canónigos, “juntos en su Cabildo, que es en el Corral de los Olmos, como lo han de uso y costumbre”, acordaron en 1401 levantar una nueva catedral “tal e tan buena que no haya otra su igual”. Este fue parte de la gran mezquita, concedida por Fernando III al cabildo eclesiástico, que tuvo allí su sede hasta el s. XVI.
También fue conocida como de Santa Marta, por el hospital que allí existía. Pablo de Olavide la rotularía en su plano (1771) como Plaza del Arzobispo, y Sartorius en el suyo (1848). Con los cambio de rotulación que trajo la Revolución de 1868, pasó a denominarse Plaza de la Giralda, en razón de la universal torre, y poco después Cardenal Lluch, en homenaje al arzobispo fray Joaquín de Lluch (1816-1882), con ocasión de su fallecimiento. Con la Segunda República pasó a denominarse Plaza de Andalucía (1931) hasta finales de 1936, en que recibió el de Virgen de los Reyes por petición de la Academia de Bellas Artes, que asimismo se comprometió a colocar un azulejo con la efigie de la patrona de Sevilla para conmemorar el 18 de julio de 1936, quedando sin efecto el acuerdo municipal de rotularla unos meses antes como Calvo Sotelo.
La actual plaza, de planta trapezoidal, no se parece a la que existía desde la conquista. Sobre un espacio abierto o plazuela, a la que daban las fachadas de las casas del arzobispo y del Corral de los Olmos, situado delante de la Giralda y de la cabecera de la Catedral, penetraban profundamente las viviendas que conformaban Borceguinería (hoy Mateos Gago) y las colaterales de Don Remondo y Santa Marta. También lindaba con la plazuela el Hospital de Santa Marta, separado del Corral de los Olmos por una callejuela que la comunicaba con la actual Plaza del Triunfo. Cerraban la plaza otros edificios con dos arcos en ángulo; uno de ellos se apoyaba en el Palacio Arzobispal y la Giralda y servía para pasar desde el palacio a la Catedral, y el otro tenía puerta de madera y estaba próximo a la llamada de los Palos, en clara alusión a su origen.
Sobre este espacio se comenzará a actuar a mediados del s. XVIII, siendo derribados los arcos que había entre el Palacio Arzobispal y la Puerta de los Palos.
Tras diez años de pleito, quizás por las diferencias que surgieron entre el cabildo eclesiástico y la ciudad por la incorporación de los solares a la vía pública y que terminaron en un ruidoso pleito, en 1791 se derribaron todas las construcciones que quedaban del Corral de los Olmos, marcándose en el suelo con losas el plano del edificio derribado, que con el paso del tiempo también se eliminaron.
Apareció a la vista la Puerta de las Campanillas de la Catedral y se construyeron rejas para ésta y la de los Palos, delimitándose el espacio sagrado con columnas unidas con cadenas. En la década de los veinte y al amparo de la legislación de la Exposición Iberoamericana, se expropiaron varias casas de la plaza, eliminándose los tacones que penetraban en ella a ambos lados de Mateos Gago, quedando alineada Don Remondo y ensanchado el acceso a la plaza de Santa Marta. Con la construcción por el sevillano José Lafita Díaz, de la fuente candelabro de cinco brazos, inspirada en la Cruz de la Cerrajería, en 1929, quedó configurada la plaza tal como se la conoce actualmente.
En el s. XV estuvo enladrillada y posteriormente empedrada hasta 1886, en que se adoquinó; en esta operación se eliminaron las piedras que señalaban el contorno del Corral de los Olmos y que habían sido colocadas tras su demolición (1790). A principios del s. XX se la dotó de candelabros de gas y en 1961 de nuevo alumbrado eléctrico y asfaltado. Posteriormente, a comienzos de los años 70 fue extendida una nueva capa asfáltica, la denominada "marea negra". Bajo el asfalto han quedado los raíles del tranvía que atravesaban la plaza próximos a la Catedral. Sobre el acerado de losas de cemento, se abren alcorques con naranjos y se apoyan farolas fernandinas de tres brazos. Un verdadero monumento constituye la fuente-candelabro de cinco brazos y farolas de forja, levantada por José Lafitta en 1929, inspirada en el monumento del Triunfo, rodeada de una fuente y una roseta de chino lavado y que sustituyó a un urinario público que allí existía.
Esta plaza fue desde la época musulmana un centro importante, pues en ella tenía su sede la gran Mezquita; tras la conquista castellana y en el Corral de los Olmos tendrán su sede los cabildos civil y eclesiástico. Este corral, que fue abandonado primero por el cabildo civil (1533) al trasladarse a su nueva sede en la Plaza de San Francisco, y posteriormente (1592) por el eclesiástico al irse a la Sala Capitular de la Catedral, pasará a ser bodegón frecuentado por tahúres y marginados que alcanzó tal fama, que de ella se hicieron eco Quevedo, Vélez de Guevara y Cervantes, finalmente, será demolido por el cabildo eclesiástico en 1790.
Corral de los Olmos
Desde Fernando III hubo en este espacio un corral o patio cuyo nombre se debía de la presencia de antiguos olmos. Estaba cerrado al este por un muro paralelo a la Catedral, que lo separaba de la plazuela del Arzobispo, y por puertas en sus extremos norte y sur, unido además por un arquillo al hospital de Santa Marta (actual convento de la Encarnación).
En su interior, unos edificios -de origen almohade- acogieron durante tres siglos a los dos Cabildos de la ciudad, el eclesiástico y el municipal. Fue aquí, según los historiadores, donde los canónigos, “juntos en su Cabildo, que es en el corral de los Olmos, como lo han de uso y costumbre”, acordaron en 1401 levantar una nueva catedral “tal e tan buena que no haya otra su igual”. Y así continuaron hasta que, en el s. XVI, el Concejo lo abandonó al construir el Ayuntamiento en la plaza de San Francisco.
En el s. XVI varias circunstancias hicieron que el Corral de los Olmos empezase a ser cuestionado como sede de los dos Cabildos. Aunque su localización era privilegiada, los delincuentes que merodeaban por los mesones degradaron la zona.
En 1503, se funda en Sevilla la Casa de la Contratación, desde entonces la ciudad se convirtió en un importante centro comercial, que difícilmente se podía ver representada en un edificio de tan modesta apariencia. Además, la burocratización propia del Estado Moderno implicaba un aumento importante de los integrantes del Cabildo y del personal de servicio, lo que hizo que el edificio se fuese quedando insuficiente en tamaño.
Todos los inconvenientes del Corral de los Olmos se pusieron en evidencia a raíz del matrimonio celebrado en la ciudad en 1526, donde Carlos V e Isabel de Portugal contrajeron matrimonio. Al poco tiempo de celebrarse la boda real, el Concejo decidió levantar un edificio de nuevas características, para que le sirviese de sede digna y representativa. El edificio que empezaron a edificar en 1527 es el actual Ayuntamiento de Sevilla.
El Cabildo Eclesiástico continuó durante más tiempo en el viejo edificio, hasta que sus espléndidas estancias dentro de la catedral fueron completadas a finales del s. XVI.
El Corral quedó inmortalizado en la literatura gracias, entre otros, a Cervantes, pero motivos urbanísticos y de seguridad hicieron que el Ayuntamiento insistiera en demoler una parte. Del Corral ya no queda nada, salvo dos curiosos vestigios que han sobrevivido al paso del tiempo. El primero es la Virgen de los Olmos, una pequeña y hermosa imagen de alabastro, del s. XIV, que estuvo sobre la puerta del Juzgado. Al derribarse el Corral se labró en la cara este de la Giralda una hornacina para colocarla. En 1986, con motivo de la restauración de la Giralda, la imagen fue retirada y restaurada. Para que no siguiera deteriorándose se decidió realizar una réplica, que es la que hoy está expuesta en la hornacina de la Girada.
El segundo recuerdo, aunque intangible, es más conocido: la “Puerta de Palos”. La puerta sur del Corral, hacia el alcázar, se llamaba de San Cristóbal o de la Campanilla. La del norte era conocida como la Puerta de Palos por estar hecha de gruesos maderos y estaba en uno de los arcos que unía la Giralda con el Palacio Arzobispal. Su nombre ha quedado fijado en la memoria de los sevillanos y aún hoy la puerta de la catedral más cercana a ella, la de la Adoración de los Reyes, es de todos conocida como la “Puerta de Palos”.
La Revolución de 1868, llamada La Gloriosa, una sublevación militar con elementos civiles, que supuso la caída y el exilio de la reina Isabel II y el inicio del período denominado Sexenio Democrático.
Se destruyeron las puertas medievales de la ciudad, se derribaron iglesias y conventos de gran valor, o se suprimieron parroquias. También se expulsó a las órdenes religiosas y se eliminó el presupuesto municipal para los actos religiosos, afectando a la Semana Santa y a la procesión del Corpus Christi.
“Nada más iniciada la Revolución en Cádiz, se pronunció en Sevilla la guarnición de la ciudad, constituyéndose una Junta Provincial Revolucionaria con Antonio Arístegui como presidente.
Los atentados patrimoniales realizados durante este periodo afectaron tanto a propiedades y en enseres de la Iglesia, como a obras civiles, siendo en este último caso especialmente significativa la destrucción de las puertas de la antigua ciudad medieval y la mayor parte de la muralla. De la veintena de accesos al centro histórico hoy tan sólo subsisten la Puerta de la Macarena, el Postigo del Aceite y la Puerta de Córdoba, única que conserva su disposición original; además del Arquillo de la Plata.
La lista de conventos suprimidos fue abultada: La Concepción, La Asunción, Santa María la Real, Las Dueñas, Santa Ana, Madre de Dios, San José, las Mínimas y Santa Isabel.
El listado de parroquias incautadas también fue bastante extenso: San Esteban, San Miguel, San Andrés, Santa Marina, San Nicolás, San Juan de la Palma, Santa Lucía, Santa María la Blanca, San Marcos, Santa Catalina, Omnium Sanctorum y Santiago.
También fueron suprimidas muchas capillas e iglesias: San Luis, La Trinidad, Capuchinos, San Hermenegildo, San Antonio, San Basilio, San Onofre...
Desde el inicio de la revolución, y en tanto se conformaba un Gobierno provisional, la Junta Revolucionaria de Sevilla decretó la expulsión de los jesuitas, filipenses y cualquiera de las órdenes religiosas establecidas en la ciudad, la incautación de los edificios que ocupaban y los efectos que en ellos se contenían.
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