lunes, 26 de noviembre de 2012

EL QUEMADERO

Más o menos donde hoy está la estatua del Cid Campeador, vulgo “el caballo”, (cuyo modelo original no muchos saben que está justo en la puerta de la Hispanic Society de Nueva York, a orillas del río Hudson) estatua de bronce realizada por la escultora norteamericana Anna Huntington, que lo regaló a la ciudad de Sevilla, en el año 1929 con motivo de la Exposición Iberoamericana, estuvo situado el quemadero de la ciudad, donde el tribunal del Santo Oficio- La Inquisición;

El Papa Sixto IV establece la Inquisición, a través de la bula exigit sincerae devotionis, dada en Roma el 01/11/1478. La Inquisición comenzó a actuar en Sevilla, con su primer auto de fé, que se celebró el 6 de febrero de 1481, entre 1481-1489 fueron quemados 10.220 judíos. Los hijos y nietos de los condenados (por la Santa Inquisición) no podían desempeñar o poseer oficios públicos, ni puestos, ni honores, ni ser ascendidos a las órdenes sagradas, ni ser jueces, alcaldes, condestables, magistrados, jurados, escribanos públicos, médicos, cirujanos, tenderos, corredores, cargadores, fieles, recaudadores, alcabaleros o poseedores de cualquier otro oficio público parecido. El 15 de Julio de 1834 se publicó un decreto por el que se suprimía la Inquisición definitivamente en España.

El quemadero fue encomendado al cuidado de los frailes dominicos, que ejecutaban a los condenados a la hoguera. Era una especie de mesa cuadrada de mampostería sobre cuatro pilares que empotrados en postes de ladrillo sobresalían en los ángulos. En las esquinas había cuatro estatuas de barro de los profetas. Dejó de utilizarse en 1781 y los franceses lo destruyeron al poco de tomar sevilla.

Otras formulas de ejecución de la Santa Inquisición fueron:

Por ahorcamiento, que se realizaba en los campos de Tablada.

Por desmembramiento, usualmente con caballos; atando cada extremidad a un animal y azuzándolos hasta que se les desprenden los miembros a la víctima. Esto se realizaba en la plaza san Francisco

Otros tormentos que se aplicaban en el castillo de san Jorge, (hoy mercado de Triana):

El tormento de la garrucha, o la polea, se ataban grandes pesas a los pies de la víctima. Se le ligaban los brazos por detrás en la espalda y se le sujetaban a una cuerda que pasaba por una polea atada al techo de la cámara de tortura. Entonces se le levantaba lentamente en el aire y después se le dejaba caer bruscamente a un par de pies del suelo. Normalmente esto ocasionaba dislocación de las articulaciones y tendones.

La tortura de la torca, o tortura del agua, se atascaba un trapo en la garganta de la víctima. Entonces se echaban grandes cantidades de agua en la boca y, por medio del trapo, estaba obligada a deglutirla toda.

La tortura del potro, se amarraba la víctima a un armazón de madera, con una cuerda gruesa que después se apretaba vuelta tras vuelta.

El sambenito, era una prenda larga, de color amarillo, con una o dos cruces diagonales impresas en ella. Los arrepentidos estaban condenados a llevarlo como señal de infamia durante un periodo que podía ir de unos cuantos meses a toda la vida. Quien llevara un sambenito estaba expuesto al insulto y al ridículo y si era exiliado de su localidad, tenía que hacer frente al robo y al asesinato en la carretera y a una nueva persecución dondequiera que fuese.



viernes, 23 de noviembre de 2012

LOS PLOMOS DEL SACROMONTE. UNA ESTRATEGIA PARA LA SUPERVIVENCIA

“De aquella nación, más desdicha que prudente, sobre

quien ha llovido estos días un mar de desgracias, nací yo de

moriscos engendrada”

 
Don Quijote de la Mancha, 2ª parte, cap. 63

1.- Introducción

A finales del siglo XVI sucedieron en Granada una serie de acontecimientos, que fueron catalogados de extraordinarios, y que la conmocionaron profundamente. Hoy en día aun son visibles algunas de sus consecuencias. De hecho cada primero de febrero, Granada celebra la festividad de San Cecilio, su Santo Patrón, con una fiesta religiosa, en las que entre otras actividades se veneran las reliquias del santo, acompañada de una de las más populares romerías de Andalucía. El origen de estas tradiciones tuvieron su origen en el período más crítico del reinado de Felipe II; guerra de las Alpujarra (1568-71), la derrota de la “Armada Invencible” (agosto 1588), la cada vez más problemática guerra con los protestantes del norte de Europa, la presencia amenazante de los turcos en el Mediterráneo, las crisis económicas en las que España estuvo al borde de la bancarrota, circunstancias todas ellas que venían a descubrir que el Imperio Español empezaba a tener los días contados como potencia Europea.

Pero en el interior las cosas no le iban mejor; al problema judío ya resuelto al comienzo de siglo, les siguió el problema de los moriscos, que en mayor cantidad que los anteriores, constituían una fuerza productiva importante, sobre todo en Aragón y el Levante, aunque no exenta de problemas. La confrontación entre el Estado y los grupos de moriscos disidentes que no aceptaban la religión y la cultura imperantes de la época, lo que llevó a la confrontación armada en las Guerras de las Alpujarra, provocó un rechazo colectivo reflejado por medio de un discurso hegemónico separatista. Este discurso deslegitimador del morisco provenía de una histórica confrontación religiosa, económica, política, social y cultural entre el Islam y el cristianismos, aversión que aumentaría considerablemente con la expansión del imperio Otomano, y la sospecha de colaboración de los moriscos con ellos.

En los últimos años del siglo XVI, y bajo esta atmosfera irrespirable, tuvieron lugar en Granada unos sorprendentes hallazgos. Se fueron descubriendo de forma “fortuita”, y a lo largo de siete años, unos objetos que decían ser reliquias de varones apostólicos y unos textos escritos sobre planchas de plomo que se identificaban como revelados por la Virgen y Santiago a dos de sus discípulos y en los cuales se daban noticias de la llegada a Granada del Apóstol Santiago y de San Cecilio, entre otros santos, y de su posterior martirio en tiempos de Nerón. Estos textos exponían complejas doctrinas a modo de síntesis entre el cristianismo y el Islam.

En aquellos tiempos la ciudad de Granada, que estaba habitada por dos grupos sociales altamente diferenciados desde el punto de vista religioso: los cristianos, viejos y nuevos, y los moriscos que vivían momentos difíciles de enfrentamientos entre ellos, se sintió conmovida desde sus cimientos. El impacto de estas invenciones sobrepasó las fronteras nacionales, tomando parte en las disputas sobre su autenticidad destacados intelectuales y eclesiásticos y todavía hoy, a pesar de conocerse la falsedad del asunto, son innumerables las investigaciones, congresos y publicaciones, que siguen ocupándose del asunto

En líneas generales y en base a textos contemporáneos a los descubrimientos, se puede asegurar que la trama fue obra de unos moriscos cultos en un momento crítico en la ciudad de Granada; y que estos hallazgos, incluidas las supuestas reliquias de los santos, fueron sembrados por unos hombres al borde de la desesperación, en el lugar llamado “Valparaíso”, conocido desde aquellos descubrimientos como “Sacro Monte”. En términos generales puede decirse que los moriscos que estaban detrás de esta falsificación histórica, encarnaban el último esfuerzo, casi patético, de integrarse en la sociedad creada por los Reyes Católicos tras el fin de la “Conquista”, y que los textos que aparecen en los también conocidos cono “Libros Plúmbeos del Sacro Monte” son el último testimonio escrito en lengua árabe de la civilización āndalusī, ya en penosa fase final: la morisca.

Hacia poco tiempo que había finalizado la Guerra de las Alpujarra y la población morisca estaba siendo trasladada al norte de África y a otros lugares de la Península. Con los textos, que aparecían escritos en los también conocidos como “Libros Plúmbeos”, los autores de la farsa histórica, intentaban unir cristianismo e Islam, manteniendo la lengua árabe como su principal seña de identidad. Pretendieron generar la opinión de que hablar árabe no significaba ser musulmán, puesto que había árabes cristianos, que como san Cecilio, acompañando a Santiago, habían venido a la Península mucho antes de la invasión islámica.

Finalmente, y a pesar de que los hallazgos, incluidas las reliquias, habían sido calificados como auténticos por una Junta Eclesiástica en Granada en1600, el papa Inocencio XI tras casi un siglo de discusiones teológicas, declaraba en una Bula de 1682 que “todo” lo contenido en los textos hallados en Granada son ficciones humanas, fabricadas para la ruina de la fe católica y los condenaba no sólo por ser contrarios a la Sagrada Escritura, sino también por los resabios coránicos que contenían. Curiosamente en la misma bula se hace expresa mención de las reliquias halladas y aprueba su veneración y se las acepta como verdaderas, a pesar de que su autenticidad viene avalada por unos textos, los “Libros Plúmbeos” que fueron calificados de falsos.

2.- Antecedentes históricos.

El 31 de marzo de 1492 la Reina Isabel de Castilla, firma un decreto por el que se expulsa a los judíos del reino, tras lo cual serían sólo dos las creencias que coexistirían en España, la cristiana y la musulmana. El número de miembros de esta última religión, parece que no llegó a rebasar el seis por ciento del total de la población, con un valor absoluto de unos 300.000 individuos, cantidad que paulatinamente iría decreciendo a lo largo del siglo XVI. Esta población de mudéjares estaba repartida principalmente por Aragón, Valencia y Granada.

Unos meses antes de la expulsión de los judíos, el 25 de noviembre de 1491, se firma las llamadas “Capitulaciones de Granada”, un acuerdo pactado entre los Reyes Católicos y Boabdil, el último rey nazarí, para la entrega del Reino āndalusī de Granada. Las condiciones de rendición fueron tan generosas para los vencidos, que hoy se podría interpretarlas, visto el cariz tan contrario que con el tiempo tomarían estas relaciones, como una clara muestra del deseo de Isabel y Fernando de terminar una guerra como fuere, más que la intención de llevar a la práctica el espíritu de tolerancia que habían reflejado en las Capitulaciones.

En cualquier caso, el compromiso de las autoridades españolas, tal como se recoge en el acuerdo de rendición, propiciaba la formación de una sociedad dual en la que debían de coexistir dos comunidades con modos de vida y creencias religiosas diferentes. El generoso talante de aquel momento con respecto a la población mudéjar se expresaba a través de una cierta libertad de: movimiento, comercio, autogestión, además de una actitud respetuosa por parte de los cristianos viejos al uso del derecho islámico por la población musulmana, con la única contrapartida por parte de la población musulmana, de guardar fidelidad a los Reyes Católicos, y en el entendimiento de los castellanos que la población mudéjar finalmente acabaría, por propio convencimiento, aceptando la religión, la lengua y las costumbres de los cristianos viejos, con lo que la castellanización se lograría, finalmente, en todos los territorios de la Corona, actitud que se podría resumir en la voluntad decidida por parte de los cristianos de eliminar “lo moro de los moriscos”

La situación de coexistencia pacífica, sufre un punto de inflexión con la llegada a Granada en 1499 de Francisco Jiménez de Cisneros, el que más tarde será conocido como el Cardenal Cisneros. Aunque el acuerdo tácito era que la población musulmana se iría convirtiendo al cristianismo, parece que por aquella época las conversiones aun eran escasas. Esto no debió gustar al Cardenal Cisneros, lo que le llevo a poner en práctica actuaciones de gran intransigencia contra los mudéjares, y cuyo acto más simbólico fue la celebre confiscación y quema pública de libros islámicos (se habla de un millón de libros), lo cual iba a convertirse en una de las principales causas de la primera insurrección armada de los hispanomusulmanes de las Alpujarra.

Obtenida la victoria sobre los mudéjares (el sultán turco Bayaceto II desoyó la petición de ayuda) los monarcas creyeron llegado el momento de poner fin al conato de sociedad dual, originada a partir de las Capitulaciones. Era la constatación del triunfo de la intolerancia, gestándose desde el poder un verdadero programa para erradicar de las tierras granadinas el Islam, en sus más variados aspectos. Para ello el 11 de febrero de 1502, tan sólo diez años después de la rendición de Granada, se hace público un edicto por el cual los mudéjares o tenían que aceptar de forma forzosa el cristianismo o serían expulsados del territorio peninsular. Los mudéjares bautizados pasaron, desde entonces, a ser conocidos como moriscos.

Tras el edicto de conversión forzosa las relaciones entre moriscos y cristianos, en toda la Península se hacen cada vez más complicadas. En este proceso de deterioro continuo, hasta llegar a la solución final, se suelen identificar hasta cuatro etapas.

La primera, de 1500 a 1525, abarcaría, como hemos apuntado la conversión forzada de los mudéjares y la primera rebelión en las Alpujarra, y las posteriores revueltas que se extienden por el resto de la Península, claramente motivada por la política intransigente hacia las costumbres arábigas del Cardenal Cisneros. Aplastada la primera revuelta de las Alpujarra en 1502 se publica una pragmática que ordenaba la expulsión de todos los hispano-musulmanes no convertidos. La población arábiga de Granada se transformó automáticamente en “cristiana”. Posteriormente las revueltas se extienden al resto de la Península, aunque estás con un carácter más político y económico, aunque finalmente todas ellas quedaron sofocadas en 1525.

La segunda fase de 1525 a 1555, ya asentado el Emperador Carlos en sus reinos peninsulares, se caracteriza por una situación de cierta tolerancia, que venía a recordar tiempos pasados de coexistencia pacífica entre hispanos de distintas religiones. Aunque se distan pragmáticas que prohíben los usos y formas de vida islámica de los moriscos, nunca fueron llevadas plenamente a la práctica.

Con la subida al trono de Felipe II en 1556, comienza la tercera fase 1556-1570, y con ella se inicia un cambio en la situación internacional. En la década de los cincuenta, los turcos y los berberiscos amenazan al Mediterráneo occidental y se empieza a pensar en el morisco como una quinta columna que amenaza a la Monarquía Española. Además nuevas presiones religiosas derivadas de la finalización del Concilio de Trento (1545-1563) iban encaminadas a la explosión final. En este ambiente más hostil hacia el morisco, se dictan nuevas pragmáticas que prohíben el uso de ropa y de la lengua árabe. Además, en Granada, se hunde la industria de la seda, su principal fuente de producción, y con ello el principal condicionante para que se produzca una nueva revuelta, ésta aun más sangrienta que la anterior, conocida como la “Guerra de Granada” (1568-1571). Los historiadores consideran que este conflicto ha sido uno de los más crueles de la Historia de España, pues además de tratarse de una guerra entre españoles, ésta estuvo llena de fanatismo religioso por ambos bandos. Fue una lucha entre dos culturas; la cristiana, que deseaba imponer su sistema de vida en toda la extensión de la expresión y la hispano-musulmana que se defendió desesperadamente ante el peligro de su inminente extinción.

Un año antes de su derrota, se expulsó a los moriscos de las tierras bajas con el fin de cortar el suministro a los sublevados de las montañas. Así, en 1569 se había ordenado deportar a los habitantes de la vega de Guadix y Baza junto con los vecinos del Albaicín granadino. Finalmente fueron unos 3500 los conversos granadinos que se instalaron en Castilla.

La cuarta fase se sitúa entre los años 1571 y 1610. En estos años existió un movimiento en Europa, coincidiendo con las guerras de religión en Francia (1562-1598) de unión entre protestantes y árabes hostiles a la Corona Española, lo que venía a complicar aún más la incomprensión entre cristianos y moriscos. La represión se recrudece y una Junta reunida en Lisboa propone expulsarlos de La Península, acuerdo que se presenta al Consejo de Estado el 19 de septiembre de 1582.

Aunque la propuesta aún no se haría realidad, la expulsión no llegaría hasta 1609, el sólo hecho de formularla fue un aviso que envenenaría aún más las relaciones entre cristianos y moriscos. No es una casualidad que el mismo día, el 9 de abril de 1609, en que Felipe III firma el decreto de expulsión, se firmara la tregua con los protestantes holandeses tras la guerra de los doce años. Con este gesto el rey le estaba transmitiendo al mundo que:

Hemos pactados con los herejes protestantes, pero somos capaces de expulsar a unos 300.000 españoles, el 5% de la población española de aquel tiempo y hacer desaparecer de la faz de la tierra a toda una comunidad cristiana a todos los efectos teológicos y legales, pero que sus costumbres no les permitía la convivencia con el resto de la población hispana. Aquella cantidad de población expulsada es como si hoy se le negara la residencia a unos dos millones de personas, que aún sintiéndose españoles, su religión no le permitía compartir el futuro con el resto de la población.

Será en contra de esta atmósfera de opresión y bajo la amenaza de un destino sombrío, cuando algunos moriscos de Granada se revelan otra vez contra aquella situación, pero escaldados por el trágico desenlace que tuvo para ellos la guerra de las Alpujarra, ahora atacan con la persuasión como única arma, y optaran por un modo más sutil de ejercer sus derechos invocando, a través de las ideas contenidas en los Libros Plúmbeos, suscitar el espíritu de coexistencia pacífica que un día reinó en Toledo.

3.- Los hechos

Será en este agobiante ambiente de la Granada de finales del siglo XVI, cuando se produjo un hallazgo que suscitaría mucho interés y polémica, no solo en Granada; el rey Felipe II, y el Vaticano fueron observadores interesados, y que pudo sobrevivir más de un siglo, gracias a una curiosa combinación de voluntades interesadas en su supervivencia, y que aún hoy sigue consumiendo mucha tinta y papel.

En el año 1588, a pocos pasos de la los restos mortales de los Reyes Católicos, unos obreros, posiblemente moriscos, tal como se observa en el grabado de la época de F. Heyan, estaban trabajando en el derribo del antiguo alminar de la Mezquita Mayor de Granada, llamada Torre Vieja o Torre Turpiana, que obstaculizaba la construcción de la Catedral de Granada. El 18 de marzo, día del Arcángel San Gabriel, el ángel más importante en el Islam, los peones que trabajan en el derribo “descubrieron” entre los escombros una pequeña caja de plomo que no lograron abrir hasta el día siguiente, San José.

Sin entrar aún en detalles sobre el contenido de la caja, es ya patente, la buena planificación del asunto. En primer lugar haber escogido ese particular año de 1588, cuya significación astrológica seguramente era conocida por los moriscos. El astrónomo Regio Montano (1436–1476), había predicho 120 años antes, el fin del mundo. Según sus predicciones el cielo de Europa se vería cubierto, en ese año, de espadas y otros portentos, lo surcarían peces recamados de cruces y se verían hasta cinco soles diarios. No deja, asimismo, de ser significativo que se escogiera el día de San Gabriel, el santo más venerado del Islam; la tradición islámica, lo coloca en un puesto privilegiado, ya que fue el medio a través del cual Dios designó a Mahoma como su profeta para que revelase el Corán, además de acompañar a Mahoma en su ascensión a los Cielos. Por tanto no es de extrañar que tratándose de un asunto directamente conectado con el Islam, fueran peones moriscos, los que realizaran el sorprendente descubrimiento.

En cuanto al contenido de la arqueta, de cuyo interior se desprendía una extraordinaria fragancia, lo que fue interpretado como signo de santidad, se encontraron varios objetos al cual más sorprendente: Un supuesto paño que perteneció a la toca de la Virgen María, y con el que se enjugó las lágrimas el día de la crucifixión de Jesús y que su sólo tacto sería generador de milagros, un hueso del protomártir San Esteban, arenas entre negruzcas y azules, así como una tablilla con la imagen de la Virgen en traje de “egipciana”, lo cual podía significar un reconocimiento tácito al pueblo gitano, de frecuente trato con los moriscos.

Pero quizá el objeto más curioso que contenía la caja era un pergamino, que contenía un escrito de la propia mano de San Cecilio, futuro Patrón de la ciudad de Granada, el cual una vez descifrado en las tres lenguas en que estaba escrito, árabe, latín y castellano, resultó ser de lo más inverosímil.

El pergamino contiene dos textos escritos por la “propia” mano de San Cecilio. En el primero se recoge una profecía del Evangelista San Juan, milagrosamente redactada en castellano, sobre el fin de los tiempos. Otra parte del texto, además de anunciar la venida de Mahoma en el siglo VII, adelantaba la llegada de Lutero, en forma de dragón, en el siglo XVI, quien dividiría a la cristiandad en sectas. Estas profecías, según se indica en otra parte de pergamino, fue recogida por San Cecilio, quién lo habría recibido, junto con los otros objetos, de la mano de San Dionisio Aeropagita, a su paso por Atenas en el siglo I y que el presbítero Patricio recibió (Hagerty pag. 327) a su vez de San Cecilio, que viendo que su muerte estaba cercana, se la entregó en Granada para que allí la ocultara y mantuviera lejos de las manos de los moros. Todo ello rubricado con la firma de San Cecilio, Ibn al-Radi al-Arabí, en árabe naturalmente.

Lo que más debió de impresionar a los granadinos y causar viva emoción, sería que por primera vez se tuviera noticias directas y concretas de su patrón San Cecilio. Como más tarde se descubrirá en uno de los plomos encontrados, sus autores, San Cecilio y San Tesifón, entre otros mártires, yacían por las inmediaciones del lugar conocido como Valparaíso, luego llamado Sacro Monte, por lo menos lo que de ellos quedó al ser quemado vivo bajo el pérfido Nerón. La lámina de plomo en donde esto se indica, fija la fecha del martirio de San Cecilio el día 1 de febrero, siendo esta las fecha en que hasta hoy los granadinos celebran su festividad. “EN EL AÑO SEGUNDO DEL IMPERIO DE NERÓN, PRIMERO DÍA DE FEBRERO, PADECIERON MARTIRIO EN ESTE LUGAR ILIPULITANO S. CECILIO, DISCÍPULO DE SANTIAGO, VARÓN DOTADO EN LETRAS, LENGUAS Y SANTIDAD. COMENTÓ LAS PROPHECÍAS DE S. JUAN APÓSTOL: LAS CUALES ESTÁN PUESTAS CON OTRAS RELIQUIAS EN LA PARTE ALTA DE LA TORRE INHABITABLE TURPIANA, COMO ME LO DIJERON SUS DISCÍPULOS QUE PADECIERON MARTIRIO CON EL S. SELENTRIO Y PATRICIO, LOS POLVOS ESTÁN EN LAS CAVERNAS DE ESTE SAGRADO MONTE EN MEMORIA DE LOS CUALES SE VENERE.”

En Granada, los descubrimientos fueron acompañados, según cuentan las crónicas, de resplandores, luces y apariciones; los milagros se multiplicaron; toda clase de enfermedades se remediaban invocando a los mártires, con San Cecilio a la cabeza. Los actos de fe se hicieron constantes; procesiones, colocación de cruces en el camino al Sacro Monte, concentraciones, etc.

Siete años después del primer hallazgo en 1588 en la torre Turpiana, fueron apareciendo hasta veintidós nuevos descubrimientos en el paraje conocido como Valparaíso, enfrente del Generalife. El primer hallazgo fue “descubierto” cuando unos buscadores de tesoros, ocupación algo habitual entonces, y guiados por un libro de “recetas” encontraron, el 21 de febrero de 1595, en una cueva de Valparaíso el primer “Libro Plúmbeo”. Este primer hallazgo, consistió en unas láminas de plomo, escrito en una mezcla, de castellano y latín, y que hacia referencia al martirio de San Mesitón, ocurrido bajo el poder de Nerón. Se intensificaron las labores de búsqueda y fueron apareciendo otras láminas referentes a otros mártires. El 30 de abril aparecería la última de las conocidas como láminas latinas (Hagerty pag 34). Esta lámina aparentaba ser una plancha sepulcral de nada menos que de San Cecilio. En ella se refiere que el primer obispo de Íliberi sufrió martirio en aquel sitio. Además, se decía que un escrito a un comentario al Evangelio de San Juan, estaba escondido con otras reliquias en la parte alta e inhabitable de la Torre Turpiana, haciendo clara referencia al primer hallazgo allí encontrado. Junto a estas láminas se hallaban, huesos y cenizas de San Cecilio, inmediatamente elevadas a la categoría, hasta hoy, de “reliquias veneradas”.

Entre abril de 1595 y 1599, aparecieron un total de 22 conjuntos de láminas de plomo, que luego vinieron a denominarse impropiamente “Libros Plúmbeos”, pues ni la forma y tamaño de las láminas, ni la disposición son muy semejantes a un libro convencional. De hecho los objetos que se iban encontrando consistían en pequeñas láminas redondas u ovoides, muy delgadas, y de plomo, a las que a veces mantenían ensartadas un hilo del mismo metal. Dieciocho de las veintidós láminas aparecen como redactadas por San Tesifón, otro de los discípulos del Apóstol Santiago. Están escritas por ambas caras con fino buril, y los misteriosos caracteres arábigos en que están escritas son del tipo que los moriscos llamaban salomónicos, que sólo se diferencia del arábigo en leves modificaciones y en la pronunciada angulosidad de los trazos, buscando una apariencia antigua, ya que se indica que su fabricación databa del siglo I.

4.- Su contenido ideológico.

El contenido de los libros Plúmbeos” tiene un tema común: proporcionar noticias y doctrinas del cristianismo por boca de importantísimos personajes de los primeros tiempos evangélicos, en especial la Virgen María y el apóstol Santiago, dentro de un tono ambiguo en torno a los dogmas fundamentales de la fe. El contenido de los Libros Plúmbeos es variado, pero a grandes rasgos se puede decir que se concentran en contenidos de Historia Eclesiástica y de Dogma. Los supuestos autores de estos escritos apócrifos fueron San Cecilio y San Tesifón, sobre los que se sabía muy poco de manera precisa en la Granada de aquel tiempo. Posiblemente por esta razón los eligieron los falsificadores y por lo mismo lo hicieron aparecer como árabes. Así se explicaría la lengua árabe en la que están escritos, y de paso, mejoraría la consideración pública de los moriscos. Como se ha demostrado, la finalidad de los Libros Plúmbeos era la de salvaguardar la supervivencia de la minoría morisca de Granada y, por extensión de España, mediante una especie de campaña propagandística, destinada a dignificar la cultura y la lengua árabe en la Sociedad de los Austria, cada vez más intolerante con todo lo que no se ajustaba a su estrecha visión de la realidad. Los moriscos y sus cómplices, creían que si la opinión de la sociedad granadina hacia sus raíces mejorara, no se llevaría a cabo la expulsión que ya planeaba sobre sus cabezas.

No cabe duda, que en primera instancia, todo este extraño juego de doctrinas, bien aderezado al estilo oriental, profético y legendario, abría “horizontes de esperanza” para el pueblo morisco, herido de muerte por las sucesivas pragmáticas represivas de Felipe II o el desastre de las Alpujarra; y al tiempo que brindaba este consuelo, tranquilizaba las conciencias de los moriscos, formalmente convertidos al cristianismo.

Aunque no se discute que la intención primera fuera la de intentar salvaguardar la vida y hacienda de los moriscos granadinos, hoy en día los estudios académicos que se realizan sobre este asunto apuntan a la idea, de que lejos de tratarse únicamente de una fabulación netamente morisca, debieron de intervenir en su gestación personajes ajenos a aquel mundo y más cercano a la elite de cristianos viejos dominantes. Esta teoría parece sustentarse en la fuerte conexión que la ideología contenida en los libros plúmbeos tiene con ciertas tradiciones medievales cristianas, con la teología católica o con la problemática político-religiosa de la España de aquel tiempo.

De modo paradójico, se establece, desde el primer descubrimiento, un extraño maridaje entre el interés de los moriscos por sobrevivir y los intereses más queridos por algunos de los representantes de la Iglesia: La demostración de la estancia de Santiago en España (Hagerty pag. 135), la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María (Hagerty pag. 93), puesta en duda en aquel tiempo por parte de la propia iglesia, además de la importancia de España y de Granada en el desarrollo y expansión del primer cristianismo, así como la llegada y martirio de San Cecilio en Granada y el hallazgo de sus reliquias.

En cuanto a la ciudad de Granada, el gran beneficio de aquellos hallazgos era, sin duda, hacerla resaltar como ciudad santa y antigua frente a las ciudades de España. En aquel tiempo la curia hispana mantenía discusiones sobre la preponderancia de ciudades como Santiago de Compostela, Toledo y Granada. La enorme impresión que provocó el primer hallazgo, no sólo a España sino también al mundo islámico y a la cristiandad, animaría a sus autores a dar a su proyecto un cariz más ambicioso, urdiendo la continuidad de la trama con la fabricación de los “plomos”.

El contenido más controvertido, y el que finalmente le llevaría a su posterior condenación, sería la extraña naturaleza de ese cristianismo que proclamaban, conducía a imbuirle de unas evidentes identidades islámicas, presentadas de forma ambigua para que pudiera ser aceptable por el cristianismo

El hilo conductor de este novelesco asunto, hoy se afirma, era la unión de las dos principales tradiciones religiosas, desaparecido ya prácticamente el judaísmo, aun presentes en la Península Ibérica; la máxima pretensión a escala universal, sería conseguir un Islam cristianizado y un cristianismo islamizado.

Hoy en día los historiadores mantienen, que el conjunto de los libros de plomo pretendían una amalgama de cristianismo e islamismo, mediante la cual se suministraría un credo común para ambas religiones. Se admitía la supremacía e infalibilidad pontificia, la doctrina de la Inmaculada Concepción, en aquel momento puesta en cuestión por una parte de la Iglesia. Sobre un fondo monoteísta de corte islámico aparecía Cristo, no como hijo de Díos, sino como “espíritu o manifestación de Dios”. Sobre la monogamia y el culto a las imágenes se guarda un significativo silencio, ya que a este punto controvertido, era difícil encontrarle una solución que satisficiese por igual a musulmanes y a cristianos. Tampoco se habla nada del vino de la consagración, y sí mucho de abluciones con agua.

Junto a este aspecto de proponer amalgamar religiones tan dispares como el Islam y el Cristianismo, habría que añadir el hecho, de que se presenten a los árabes como nuevo pueblo elegido (Hagerty pag. 130), e incluso como los primeros evangelizadores de la Hispania pagana. De hecho se aseguraba que la raza y la cultura de San Cecilio eran Árabes, y que sería la raza morisca la que haría posible, en un futuro Concilio Ecuménico a celebrar en Chipre, y presidido por el papa, la conversión de todo el mundo a este cristianismo reformado.

El plomo donde más claramente se recogen estas ideas de convivencia entre ambas religiones a la vez que se exalta al pueblo árabe y su civilización es el que se titula como “Historia de la certidumbre del Santo Evangelio”. Se trata de un evangelio transmitido por la mismísima Virgen María a Santiago. Congregados los Apóstoles en la casa de la Virgen, después de la venida del Espíritu Santo, les dice, que por orden de Dios trasmitida a través del Arcángel San Gabriel, les muestre la certidumbre del evangelio glorioso, tal como el mismo Dios hizo descender sobre ella, después de haber mantenido un coloquio espiritual con Él. Posteriormente, y en la misma lámina es el apóstol Santiago el que da cuenta de su viaje, desde oriente a occidente y como este viaje lo realiza con sus discípulos árabes (¿dónde dejamos al Santiago matamoros?) y la posterior llegada a Hispania, primero a su parte oriental, a Granada, para posteriormente dirigirse al occidente, a Santiago de Compostela.

5.- La polémica.

Podremos imaginar la conmoción que debieron suscitar estos misteriosos y milagrosos “tesoros” entre el pueblo granadino y las jerarquías civiles y eclesiásticas, en el marco de un ambiente en el que las cuestiones religiosas apasionaban a todos los estamentos sociales, para los cuales la religión, mezclada a todo, era el gran asunto de sus vidas. No es de extrañar, por tanto, el éxito inicial que tuvo el hallazgo de la Torre Turpiana y el resto de los posteriores descubrimientos. Granada, tras las noticias que los hallazgos aportaban sobre San Cecilio, ya no tendría que solicitar reliquias a Roma para así potenciar a la diócesis. Y algo más: por los “Plomos” Granada pasaba a ser, de la mañana a la noche, la cuna de la cristiandad española y la ciudad elegida por Santiago como punto de inicio de su periplo evangelizador por la Hispania pagana, que más se podía pedir.

Será bajo este estado de intensa e interesada espiritualidad cuando surge en Granada un clamor en defensa de la autenticidad de los hallazgos. A la cabeza de los defensores nada más y nada menos que el propio Arzobispo de Granada, don Pedro de Vaca y Castro (+ 1623), no en vano en la “Historia de la certidumbre del santo Evangelio” decía la Virgen que los “plomos se descubrirían por mano de un santo sacerdote”. Este prelado con el tiempo se convertiría en el más tenaz defensor de los hallazgos del monte de Valparaíso. Resulta así, que se dio una curiosísima combinación de voluntades. De un lado, la de algunos moriscos, personas humilladas, de vida marginada y mentalidad fantástica y orientalizante; y de otro, la de un castellano viejo, cristiano viejo católico a marchamartillo, ansioso de gloria y de luchas teológicas. Se ha escrito, que el Arzobispo no sólo aprendió árabe, para mejor entender los textos hallados, sino que también fue contrario a la expulsión de los moriscos, bién por la doctrina hallada en los “libros” o por interés político-social.

Frente a este grupo de defensores de los hallazgos sacromontinos, se situó otro grupo, éste negando de forma contundente la autenticidad de los descubrimientos, textos y objetos, tachados de farsa. A la cabeza de este grupo se situó el gran erudito, Benito Arias Montano (1527-1598), que en carta enviada a Pedro Castro, le demuestra con contundentes y múltiples razones la falsedad de los “Plomos”.

En primer lugar Arias Montano, a la sazón secretario de Felipe II, demostró que pergamino no era antiguo, sino que había sido maltratado para darle la apariencia de tal, la letra utilizada es moderna y escrita de forma que pareciera habitual en el siglo I, además la supuesta firma de San Cecilio, en árabe, está realizada con otra pluma y distinta tinta. Finalmente, y no sin cierta ironía, el reconocido humanista comenta la extrañeza de que San Cecilio, en el siglo I, escribiera en el castellano que se usaba en el siglo XVI en España.

Pedro de Castro, a pesar de la contundencia de aquellas razones y quizá también por la retirada a Sevilla de Arias Montano y su negativa a seguir con este juego para él imposible, siguió manteniendo su posición sobre la autenticidad de los hallazgos, y recopilando opiniones de otros sabios y menos sabios a favor de la santidad de lo hallado. Mucho debió tener que ver en la euforia a favor de los “Plomos”, la carta que el 4 de mayo de 1595, dos meses después del hallazgo del primer “Plomo”, le escribió Felipe II: “holgado mucho que en nuestro tiempo se haya hallado tan precioso TESORO, que por tal se puede tener, y por muy cierto según los argumentos y premisas que de ellos hay…y doy gracias a Dios que este TESORO se haya hallado en mi tiempo y en el de mi indisposición”. Parece evidente que, para el rey castellano, el tesoro descubierto era un signo del favor divino que le asiste; un tesoro que providencialmente confirma y alienta sus designios católicos.

Para apreciar el celo que el Arzobispo Pedro de Castro puso en la defensa de los “Plomos” sólo hay que observar que él a su costa comenzó en el año 1600, cuando la Iglesia proclamó la santidad de lo hallado, la construcción de lo que hoy es la Abadía del Sacro Monte. Cuando en el año 1610 se pararon las obras por traslado del arzobispo a Sevilla, se había gastado en la obra más de 600.000 ducados.

Es cierto que, pasado el estupor de los primeros momentos, comenzaron a oírse las voces de firmes opositores, pero sin fuerza por ahora. De hecho el Arzobispo Castro convocó sendas Juntas de teólogos en 1596 y 1597, declarándose por unanimidad la santidad de las reliquias, así como la autenticidad de la ortodoxia del contenido del primer pergamino y de los libros plúmbeos descubiertos.; esto a pesar del breve de papa Clemente VIII de 1596, en que prohibía cualquier afirmación o negación a cerca de los “Plomos”. Reanudada las deliberaciones, tras la muerte de Felipe II y una vez que finalizó la peste que se había cernido sobre Granada, la Junta de Teólogos, con la aprobación del nuevo rey, Felipe III, proclamó el 30 de abril de 1600, con toda solemnidad, como auténtico todo lo hallado y que el monte Valparaíso y las cuevas allí situadas debieran ser considerados en conjunto como lugar santo, conociéndose desde entonces con el nombre de Sacro Monte.

Frente al entusiasmo del prelado y de gran parte de la ciudad de Granada, se hallaba el Nuncio de la Santa Sede y los eruditos más respetados del momento. Los argumentos en contra de la autenticidad de lo hallado seguían siendo las que ya había planteado Arias montano: inverisimilitud lingüística, errores tipográficos, y como novedad el deslizamiento de ideas islámicas condenadas por la teología católica.

¿Que pensaba Roma entre tanto? Desde los primeros descubrimientos el Vaticano estuvo informado con la misma puntualidad con la que lo era la Corona Española. Aparentemente en Roma, se aplaudía y vitoreaba este gran descubrimiento, nunca Roma se posicionó sobre la autenticidad de los hallazgos manteniendo siempre una actitud bastante delicada, puesto que mientras el cuestionamiento se dirigía hacia la autenticidad de los “Plomos” y su contenido, las reliquias encontradas se mantuvieron fuera de la discusión.

Después de varios viajes a Madrid y vuelta a Granada y tras la insistencia de Roma, los “Plomos” llegaron al Vaticano en 1641, donde se han mantenido hasta su traslado a Granada en el año 2000. Allí de nuevo se tradujeron de los textos, mientras que las láminas fueron estudiadas por anticuarios y todo tipo de peritos plateros, latoneros, herreros, caldereros, plomeros y demás artífices de metales, coincidiendo todos en la falsedad histórica de las láminas de plomo.

Finalmente el 6 de marzo de 1682, casi un siglo después de su primer descubrimiento, el papa Inocencio XI firmaba el Breve, en el que se declaraba que todo lo contenido en el pergamino de la Torre Turpiana y en las láminas de plomo, eran ficciones humanas, fabricadas para ruina de la fe católica y lo condenaba no sólo por contener doctrinas opuestas a la letra de la Sagrada Escritura, sino también por los resabios coránicos e islámicos que son perceptibles en los textos. Curiosamente en la misma Bula papal se hace expresa mención de las reliquias halladas junto con los libros, cuyo único testimonio de autenticidad crítica le venía de los “plomos”, y aprueba su veneración y se las acepta como verdaderas.

A pesar de que se condenaran y se prohibieran, los “Libros Plúmbeos” han tenido, curiosamente, una gran trascendencia sobre la teología católica. Sin contar con la veneración que, desde entonces, y a pesar de la condena de su sustrato crítico, tienen en Granada las reliquias, la creencia en el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, defendida y proclamada claramente en los “Libros Plúmbeos”, cuando era muy cuestionada incluso desde dentro de la propia Iglesia Católica. Sin olvidar la importancia que los libros tuvieron en el fortalecimiento de creencias algo enfriadas en aquel tiempo, como era la llegada de Santiago y sus discípulos a Hispania y su enterramiento y feliz hallazgo en la Galicia del siglo IX, o el patronazgo que Granada concedió desde entonces a San Cecilio.

Como ya se ha comentado, la fabulación de los “Libros Plúmbeos” contiene en su base ideológica tal cantidad de coincidencias con las tradiciones medievales cristianas, con la teología católica y con la problemática político-social de la España del siglo XVI, que cabría pensar que tras este asunto debe haber aún, hoy en día, un montón de aspectos a dilucidar: autoría de las falsificaciones, es decir remitente reales del mensaje, a quiénes se dirigía y quienes y porqué defendieron con tanto ahínco su autenticidad, cuando eran unas falsificaciones bastante evidentes.

jueves, 22 de noviembre de 2012

La Estrella de Ocho Puntas. Un símbolo esencialmente andaluz



La mayoría de los pueblos tienen algún símbolo que, consciente o inconscientemente, les identifica o creen sentirse identificados ante los demás. Los pueblos con una fuerte personalidad y antigua tradición histórica son los que más palpable hacen su simbología. Ejemplo claro es el de los judíos y su símbolo archiconocido de la estrella de seis puntas, también llamada Estrella de David. En el caso de Andalucía vamos a ver un símbolo que llena toda la vida andaluza y que curiosamente pasa desapercibido a la gran mayoría de la población a pesar de que se encuentra en multitud de sitios. Me refiero a la estrella de ocho puntas, un símbolo que ha existido a lo largo de toda la historia de Andalucía de una manera consciente o inconsciente.

Parece ser que el origen de la estrella de ocho puntas está en la mitología y la religiosidad tartésica adoradora del sol. Es el astro rey un símbolo definitorio de la Andalucía más antigua. Desde los remotos tiempos del neolítico los andaluces adoraban al sol y lo representaban con ocho rayos. Los andaluces turdetanos representaban esta estrella en sus monedas como un claro símbolo político, en una época de plena independencia andaluza. Los andaluces béticos, al no ser independientes, se limitaban a representar la estrella en la mayoría de sus mosaicos. Los andaluces que derrotaron a don Rodrigo, escogieron la estrella de ocho puntas como símbolo político y lo pusieron en las primeras monedas que acuñaron. El califato independiente de al-Andalus utilizó profusamente la estrella, incluso en algunas de sus monedas. También el Reyno Naşrī lo incluyó en algunos pendones además de utilizarla profusamente en la decoración. Los mozárabes y mudéjares andaluces llevaron la estrella de ocho puntas por todo el norte de la Península y los musulmanes y moriscos andaluces la difundieron por el Magreb y el Oriente Medio. Nuestros albañiles han seguido poniendo la estrella en las iglesias y en los azulejos de nuestros pueblos.

La estrella de ocho puntas se puede ver en fragmentos de cerámica de la Cueva de la Carigüela de Piñar, en la cueva del Pozuelo o en la de la mujer, en Alhama de Garnāţa اليهود Granada. Este mismo sol con ocho rayos viene representado en el conjunto de la Cueva de Jimena de la Frontera (Cádiz) junto a otros signos en una disposición que parece representar una antigua escritura jeroglífica. Curiosamente también aparecen estrellas de ocho puntas en la escritura jeroglífica del célebre disco de Festos encontrado en un palacio minoico de Creta en la ciudad de Festos, que según los expertos no guarda ninguna relación con los demás testimonios de la escritura minoica ni con las demás escrituras geroglíficas conocidas. Ya Blas Infante hacía referencia a este disco señalando que había en él signos del neolítico andaluz. Por la disposición de los signos parece una escritura en verso (Estrabón habla de las leyes en verso de los Tartesos). En un catálogo del Museo Nacional de Atenas existe la foto de un precioso collar de oro, perteneciente a la colección de Stathatos fechado en el siglo IV y que el propio catálogo lo califica de origen desconocido. En este collar aparecen multitud de círculos con la estrella de ocho puntas dentro y de cada una de ellas cuelgan cabezas de toros y bellotas alternativamente. Este collar es claramente tartésico por los símbolos tan andaluces que representan; el toro, la bellota y por supuesto, la estrella de ocho puntas, símbolo que aparece con profusión en Andalucía en aquella época, e incluso con una clara significación política como lo atestigua el estar representado en las monedas andaluzas de la época Turdetana y primera época romana. En las monedas de Malaca, Sexi, Iptuci, Kastilo, Acinipo, Asido, todas ellas ciudades andaluzas turdetanas, aparece la estrella de ocho puntas.

.En muchas de estas monedas aparece un toro, animal sagrado en la civilización tartésica, debajo de la estrella de ocho puntas o debajo de una media luna creciente. Una curiosidad importante de señalar es la existencia en Cerdeña de monedas en las que aparece un toro y encima una estrella de ocho puntas y que según Lorenzo Forteleoni en su libro " le emissioni monetali della Sardegna" representa el culto al toro que ya se daba en la Cerdeña prehistórica. Recordemos que en la mitología tartésica el rey Norax fundó la ciudad de Nora en Cerdeña.

Por lo tanto podemos deducir que la estrella de ocho puntas es un símbolo político y decorativo que utilizan los andaluces en una época de plena soberanía como es la tartésica-turdetana.

Más adelante, en la época Bética, en la que Andalucía conserva una amplia autonomía dentro del Imperio romano, la estrella aparece con carácter decorativo en bastantes mosaicos de la época, como el que existe en la Alcazaba de Mālaqah مالاغا con la estrella que está datado de època romana y en la ciudad de Itálica. Quizás sea la estrella entrealzada el elemento que identifica a los mosaicos béticos frente a los norteafricanos y los de la propia Italia.

Es con la revolución islámica que se produce en Andalucía en el siglo VIII cuando la estrella de ocho puntas aparece claramente como un signo político de identificación. En el año 712 se acuñan monedas en Andalucía donde aparece una estrella de ocho puntas y una inscripción en latín que dice "este solido fue grabado en Spania en el año 93" (año de la Hégira que corresponde al 712 de la era cristiana) Unos años más tarde, en el 716, aparecen monedas del mismo tipo, estrella de ocho puntas y leyenda en latín, pero en el reverso aparece en árabe, empleando por primera vez la palabra al-Andalus. Este tipo de monedas son los únicos testimonios contemporáneos en los inicios de la revolución islámica, pues todos los textos que se refieren a esta época y que hablan de invasión árabe, están escritos varios siglos después y según los especialistas como Levi-Provençal "los relatos que nos dan son de una autenticidad sospechosa". Por lo tanto, estas monedas son fundamentales como únicos testimonios de la época con escritura árabe (hasta ahora) que demuestran que no fue una invasión árabe sino una islamización que se inició en unas minorías dominantes y acabó cuajando en el conjunto de la población. A este respecto hemos de señalar aquí el estudio de Anna M. Balaguer de la Asociación Numismática española, de Barcelona en Gaceta Numismática núm. 42 y 43 de 1976, que señala dos hechos de capital importancia que vienen a corroborar la idea de islamización autóctona y no de invasión árabe. La primera es la diferencia sustancial entre las monedas de la época acuñadas en el norte de Africa y en Andalucía. En las del Magreb, en las monedas anteriores al año 85 de la Hégira aparecen por una cara dos bustos y por la otra una columna montada en una escalinata. Estas monedas, reconoce A.M.Balaguer, son de clara imitación bizantina y no llevan grabado nada que haga pensar que sean musulmanas, ni la leyenda que es claramente cristiana, aunque no católica sino posiblemente arriana como señala Ignacio Olagüe en su libro La Revolución Islámica en Occidente, Fundación Juan March, 1973. ni tampoco llevan el año de la Hégira que no aparece hasta las monedas del año 714, curiosa y sospechosamente, (para los que sigan manteniendo la teoría de la invasión musulmana desde Africa) dos años después de que aparecieran en Andalucía. Estas primeras monedas en las que aparece el año de la Hégira siguen siendo latinas, pero mientras que en las del norte de Africa aparece una columna sobre escalinata, en las de Andalucía aparece la estrella de ocho puntas. Estos datos indican una clara evolución autóctona en el proceso gradual de islamización que arranca desde un substrato arriano-preislámico hasta los inicios de una clara islamización autóctona una vez derrotadas las fuerzas de Rodrigo que representaban el politeismo-católico y el centralismo toledano. Otros datos que tendrían que hacer reflexionar a los partidarios de la teoría de la invasión es el porqué los invasores no impusieron desde primera hora el auténtico dinar musulmán que instauró el califa de Damasco Adb al-Malīk en el 698, y que en Occidente no aparece hasta el 719, asi como el poco dominio en la correlación entre los años cristianos y los de la hégira ya que aparecen varias equivocaciones entre ellas como la de una moneda fechada en el 91 de la h/710. Otra curiosidad es el especial esmero que pone el tallador en las leyendas latinas que aparecen en las monedas bilingües, en contraposición con las latinas monolingües.

El uso de la estrella de ocho puntas en ésta época no es exclusivo de los andaluces pro-musulmanes, sino que los de credo cristiano también lo utilizan en sus construcciones, tanto dentro como fuera de Andalucía. La historiografía nos habla de que muchos andaluces de la época emigran hacia el norte debido a la inestabilidad político-religioso-económica de al-Andalus, sobre todo a mediados y finales del siglo IX. Estos andaluces, muchos de ellos clérigos, llevan su arte, entre otras cosas, hacia sus nuevos hogares en el norte. Y también llevan sus símbolos, entre ellos la estrella de ocho puntas que en sus aplicaciones decorativas adquiere diferentes formas, (lobuladas, octagonales, etc.) Así, encontramos estrellas de ocho puntas en sus diferentes versiones, además de otras características del arte andaluz de la época como el arco de herradura, en varios rosetones calados de la iglesia de San Miguel de Lillo (Oviedo). En la puerta de Santa María de Ripoll (Girona). En el conjunto de iglesias pre-románicas de Terrassa encontramos las claras huellas de estos andaluces que colocan en la cùpula del Abside de la iglesia de Sta. María una gran estrella de ocho puntas formada por dos cuadrados cruzados igual que la que aparacía en los mosaicos de la Bética e igual que la que haría suya el reino nazarí de Garnāţa اليهود. También aparecen estrellas en los murales de la misma iglesia así como una fuente octagonal en el baptisterio de S. Miguel de Terrassa, del mismo conjunto monumental, encima de la cual pende una lámpara de platillo, del mismo estilo a la que el arqueólogo Gómez Moreno encontró en la ruinas de Elbira, con un círculo metálico en la que tiene calada una estrella de ocho puntas, todo ello rodeado de columnas y arcos al mejor gusto cordobés. También aparece una fuente octagonal en los baños de Gerona construidos en 1194. Pero no sólo aparece la estrella en la arquitectura sino que también aparece en códices y en telas como la que aparece en el catálogo de la exposición al-Andalus, Granada 1992, pág 224. llamada "franja del pirineo" de claro estilo califal cordobés y en ella los intersticios se rellenan de cintas con perlas, que forman mitades de estrellas de ocho puntas y elementos florales de tipo califal, el propio catálogo nos dice también que tradicionalmente se había pensado que esta pieza, descubierta en una iglesia de los pirineos, formaba parte de un almaizar o tocado musulman. Sin embargo, un análisis reciente nos hace suponer que se trata de una franja ornamental que sirvió como guarnición a otra pieza, quizá a un paño de tapicería como el del obispo de Barcelona Arnaldo de Gurb. A finales del siglo XI con la dominación de los intransigentes religiosos Almorávides se produce una nueva ola emigratoria de andaluces hacia el norte, sobre todo de clérigos que pueblan los monasterios del norte. Estos clérigos andaluces tambien llevan la estrella de ocho puntas consigo y la plasman en sus obras, un ejemplo claro de ello es la multitud de estrellas que aparecen en el Beato (códices) realizado en el monasterio de San Sebastián y Santo Domingo de Silos a finales del siglo XI.Una inspección ocular en todos los monumentos de la zona norte de aquella época en los que se ve claramente la mano de constructores andaluces seguramente nos haría descubrir bastantes estrellas de ocho puntas.

De los talleres de Madīnat az-Zahrā salieron una serie de botes y arquetas,, entre ellas la del monasterio de Leyre (Navarra) en las que aparece una peculiar estrella de ocho puntas en forma lobulada. Curiosamente esta misma forma lobulada aparece en una singular moneda acuñada por Pedro I de Qastāla/Castilla y que según don Antonio Orol Pernas en Gaceta Numismática núm 42 pag. 17, Barcelona "se acuñó en la ceca de Išbylīyaسيبيجا/Sevilla y podemos pensar que Pedro I mandó labrar esta excepcional moneda como homenaje perpetuo a la que fue SU SEVILLA". Por la misma época también aparecen monedas parecidas en Portugal y Francia pero son con cuatro lóbulos en vez de los ocho que tiene la "sevillana".

En la Andalucía islámica abundan multitud de representaciones de la estrella, tanto en sentido decorativo como en sentido político-religioso. Esta utilización aparece en todos los períodos, ya lo hemos visto en las arquetas y botes de la época califal, así como en algunas monedas califales, también aparece en los reinos taifas, tanto en decoración de edificios,en telas,en grabados de coranes y en joyería (como la magnífica estrella de ocho puntas, de oro, expuesta en la exposición al-Andalus de Granada. Lo mismo sucede en la época al-murábiţ/almorávide مرابط y al-muwaḥḥád/almohade.

Después de la dominación extranjera beréber, muy pronto los andaluces vuelven a utilizar la estrella de ocho puntas como símbolo político, pues aparece como lema central del pendón que se conserva en el Monasterio de las Huelgas, pendón que Alfonso X arrebata a los andaluces en una de sus campañas y que erróneamente se le había considerado tradicionalmente como perteneciente al sultán almohade que fue derrotado en las navas de Ţulūša/Tolosa. Los naşrīes granadinos son los que dan un gran auge a la expansión de la estrella como símbolo político y decorativo, en todas sus construcciones, azulejos, taraceas, telas, coranes, como tragaluz de los baños, e incluso en la empuñadura de la espada de Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XI Boabdil aparece una preciosa estrella de ocho puntas. Generalmente la representación de la estrella en la época nazarita se hace de una forma entrelazada, aunque también existe en los azulejos de la Qal´at al-Hamrā/Alhambra الحمراء. Esta misma forma de representar la estrella aparece en un rosetón mudéjar de la Iglesia de la Virgen de Guadalupe en Cáceres.

Con el arte mudaŷŷan/mudéjar, que nace en la Andalucía recién conquistada y se expande por la península, también viaja la estrella de ocho puntas. Los famosos alarifes andaluces firman sus obras con esta estrella, símbolo de su identidad como pueblo. Se supone que en la extensión de la estrella por el reino de Aragón algo tuvieron que ver los más de diez mil granadinos que Alfonso "el Batallador" se llevó a Aragón después de su incursión en Garnāţa اليهود en el año 1125.

Los andaluces llevan la estrella de ocho puntas también al norte de Africa, en la època califal (no olvidemos que parte del Magreb pertenecía al Califato de Qūrţuba كوردوبا) encontramos estrellas en el almimbar (especie de escalinata de madera que servía para que el orador acceda a un sitio elevado) más antiguo de los conservados en Marruecos: el de la mezquita de los andalusíes de Fez. Tiempo después los andaluces deportados por los Almorávides y Almohades al norte de Africa, primero, y los moriscos granadinos después, vuelven a llevar la estrella al magreb.

En Oriente medio también aparecen estrellas de ocho puntas. La cultura sumeria la utilizó sobre todo como motivo decorativo. Es lógico suponer que un símbolo geométrico como este sea atractivo para la decoración, quizás sea por eso que aparece en culturas ajenas a las andaluzas, pero en muchos casos, incluso como decoración, tienen relación con Andalucía. No podemos establecer esa relación en el caso de la cultura sumeria, a pesar de el origen enigmático del pueblo fundador de esta cultura, pero sí que podemos explicar la utilización de la estrella en la arquitectura moderna de los países árabes por la influencia de la cultura andalusí. Aunque en el caso de Turquía, donde también se encuentran estrellas en algunos de sus monumentos también podemos achacarlas a los diez mil andaluces que en el siglo IX salieron de Qūrţuba كوردوبا y fundaron la república andaluza de Creta que después de un siglo de existencia pasó a ser absorbida por el imperio otomano a cuyo servicio pasaron muchos de estos "andaluces de Creta". Pero con la conquista del reino granadino no desaparece la utilización de la estrella, sigue apareciendo en azulejos, taraceas y en artesonados de iglesias. En una puerta de la cartuja de Granada existen estrellas.

Existen muchos mas ejemplos de utilización de la estrella de ocho puntas en sus diferentes formas que sería largo de describir, pero lo que sí es cierto es que consciente o inconscientemente la estrella es un símbolo que se ha utilizado a través de toda la historia por los andaluces allá donde se han encontrado.







miércoles, 21 de noviembre de 2012

Al-Qal´at wādī-Xirá


Al-Qal´at wādī-Xirá
       
Al-Qaşr/alcázar de Alcalá de Guadaira se alza sobre un cerro a orillas del río Guadaira, al oeste de la localidad de Alcalá de Guadaira, es uno de los conjuntos fortificados más importantes de la provincia de Sevilla, comprendiendo una serie de edificaciones entre las que hay que distinguir el alcázar, de planta irregular en torno a dos patios, y la muralla de la antigua villa con sus puertas, torres, barbacanas y demás obras defensivas                                                                                                                
Este ámbito del Recinto Fortificado es el que tradicionalmente recibe la denominación de “Castillo”, y se compone de tres espacios, ampliaciones a su vez del enclave original.                                                                                        
Los hallazgos arqueológicos más antiguos apuntan a la existencia en este sector de un poblado de la Edad del Bronce (II milenio a C.), cuando se instala un pequeño poblado amurallado de planta ovalada de la que sólo se conservan algunas cimentaciones actualemte no visibles, en el extremo oeste del Cerro. Sería un asentamiento dedicado a la producción agrícola de la campiña del Guadaíra, que por su tamaño dependería de alguna manera del cercano (y mayor) poblado situado en la Mesa de Gandul. Con la llegada primero de los griegos, que la denominaron Hiemipa, y luego los romanos, que le cambiaron el nombre por el de Ordo Hienípensis, no sabemos cómo sería el asentamiento romano del Cerro del Castillo, pero los hallazgos de cerámica y algunos muros a cierta profundidad sí confirman su existencia, con un momento espacialmente importante en época altoimperial (siglos I - III a.C.), ellos construyeron el puente de piedra sobre el río Guadaira, formado por siete arcos. Durante varios siglos fue el único paso hacia los puertos de la Bahía de Cádiz en época de inundaciones.                         
A partir del siglo IV y hasta el siglo XI, el Cerro del Castillo vuelve a ser un emplazamiento para el que la Arqueología no aporta información. De la Historia del Cerro del Castillo hasta el siglo XII no podemos ver hoy nada, puesto que los indicios arqueológicos son escasos o se hallan bajo la superficie. Toda la edificación que podemos ver en la actualidad comienza su construcción a finales del siglo XII, cuando el Califato al-muwaḥḥád/almohade (siglos XII - XIII) construye una pequeña Qal´at/fortaleza, estratégicamente situado en el extremo oeste, la zona más alta del Cerro, sobre una antigua construcción romana.                                                                               
Al-Qal´at/Castillo de Alcalá de Guadaira consta de varias edificaciones. Es de planta irregular, los materiales utilizados en esta fortaleza son dos fundamentalmente: la piedra y el ladrillo. Se usa el tapial con ladrillo, sistema muy utilizado por los musulmanes, y se refuerza con sillares en zonas visibles del edificio como los vanos, las puertas o, incluso, las esquinas. Poseía foso y puente levadizo, y está franqueado por once torres, nueve de planta irregular y dos poligonales, formando dos recintos o patios. La mayoría de las torres son de forma cuadrangular y de gran altura, destacando la torre del Homenaje y una torre albarrana, en la parte principal, que se unía al resto del recinto por medio de un arco apuntado. En total posee 13 torres.                                                                                                 
La primera ampliación se produce entre fines del siglo XII y las primeras décadas del siglo XIII, hacia el sur, en repuesta a la necesidad de acantonar las tropas del ejército del califa al-muwaḥḥád Abū Ya´qūb Yūsuf, cuando del Patio de los Silos, se amplía hacia el sur con un nuevo recinto (Patio de la Sima) en cuyo interior se construye un pequeño ammām/baño público para el servicio de la guarnición de la fortaleza.


La conquista cristiana de Al-Qal´at wādī-Xirá 1246.                                                                                                                   
En septiembre de 1246, Fernando III, rey de Castilla emprendió una expedición de tanteo, ya que las tropas del rey a quien acompañaban su hermano el infante Alfonso de Molia, su hijo, el infante Enrique y los maestres de las órdenes de Calatrava y Santiago “non pasauan por trezientos caualleros arriba”, a las que habría que añadir la caballería y el peonaje del concejo de Qūrţuba/Córdoba. Un ejército muy menguado, en cualquier caso, como para acometer la empresa del cerco de asedio a Išbylīya/Sevilla; ello explica, sin duda, que el rey tras devastar y saquear todo el Alcor y el campo de Qarmūna/Carmona, avistó la formidable fotaleza de Al-Qal´at wādī-Xirá/Alcalá de Guadaira, cuyos habitantes, temerosos de los efectos de una resistencia imposible, se apresuraron a enviar una embajada de la madīnat/ciudad, la cuál se presentó en el real castellano para entregar las llaves de la misma de forma voluntaria. Pero no al monarca castellano, sino al ´Āmir de Garnāţa/Granada, Mwāmmad I ibn Naşr al-Amar, fundador de la dinastía naşrī/nazarí del Reyno de Garnāţa/Granada, quien acudía para reforzar al castellano con una tropa de 500 caballeros, subsiguientemente, entregó la villa a Fernando III, rey de Castilla el día 21 de septiembre de 1246, a quien había rendido pleito de homenaje, a cambio de una sustanciosa alfada de 150.000 maravedises anuales que se quedaría un tiempo en ella, ampliando el propio Patio de los Silos hacia el este, con la construcción de dos torres ochavadas (antecedentes de la Torre de la Plata, construida pocos años después en Sevilla). El rey dejó de frontero al noble castellano Rodrigo Alvares, y en el escudo de Castilla que se contempla sobre la puerta en recodo del Patio de los Silos vemos que el blasón está flanqueado por dos llaves que hoy día figuran en el escudo municipal, concedidas por Fernando III como símbolo de que la fortaleza era la llave del Valle del wādī-l-Qabīr/Guadalquivir.

Pero no sería hasta 1253 cuando después del reparto de Alfonso X, rey de Castilla, pasara a depender de los Fueros de la Catedral de Sevilla.

1.°) Mantenimiento de su ley y de sus “fueros”.           

2. °) Permanencia de la estructura tradicional de Al-ŷamá‘a/ aljama o comunidad, presidida por su Al-Qāī/alcalde Hamet Aben Paxat, en la que se integraban especialmente los viejos y personas de más prestigio de la localidad.

3.°) Respeto a sus costumbres y modo de vida tradicional, como se comprueba en la autorización de tener baños, tiendas, molinos y alhóndigas «a la costumbre de los moros», como se lee en un acuerdo con los musulmanes de Morón hecho en tiempos de Alfonso X.

4.°) Por último, derecho a marchar libremente a donde quisieran.

5.º El pago al rey del diezmo de todas las cosechas;un impuesto de capitulación, llamado genéricamente en los documentos «el pecho de los moros» o alfitra, y un impuesto sobre la tierra conocido con el nombre de almarjal. Es posible que también pagasen un impuesto sobre el ganado, llamado en la documentación valenciana de la época azaque, y que en algunos casos los musulmanes estuvieron sometidos a prestar ciertos servicios personales para la reparación de las fortalezas o para el mantenimiento de edificios de cierta importancia, como sucedía en Córdoba, donde los carpinteros, serradores y albañiles musulmanes debían trabajar gratis dos días al año en las obras de conservación de la mezquita catedral.
El régimen fiscal de los mudéjares distaba mucho de ser generoso, y es probable que los castellanos se encargasen de endurecerlo aún más en los años que siguieron a la conquista. Ello explicaría, entre otras, la sublevación casi general de los mudéjares andaluces y murcianos en la primavera de 1264 y la emigración de muchos de ellos a Granada, antes incluso de producirse la revuelta                                                                                 
 En la zona del Castillo, las transformaciones durante la Baja Edad Media son importantes. Un primer momento se fecha entre las épocas de Alfonso XI, rey de Castilla (1312-1350) y Pedro I, rey de Castilla (1350-1369), cuando posiblemente se construyen el Alcázar Real y la Torre del Homenaje. Tradicionalmente se asocian estas obras a la tenencia del Castillo de Alcalá por parte de Leonor de Guzmán, amante de Alfonso XI, rey de Castilla, si bien es un punto no contrastado. También en este momento se reformaría o reconstruiría completamente la monumental torre de comunicación entre el Patio de los Silos y el Patio de la Sima, posiblemente de origen almohade        
Por ultimo, entre los ss .XIV-XV se añade el Alcázar Real, con su zona “señorial” la Torre del Homenaje. El conjunto de las Alcazabas Occidentales se hallaba defendido por un antemuro, todavía visible y fechable entre los ss. XIII-XV.                                                                                                             
Ya en el siglo XV, los diferentes momentos de luchas nobiliarias también afectaron al Castillo y la Villa de Alcalá. En 1444 se produce un importante asalto armado a la Villa de Alcalá, con uso de artillería, que produjo importantes destrozos y las consiguientes reparaciones en las murallas de la fortaleza.  Como consecuencia de los disturbios que tuvieron lugar durante el reinado de Enrique IV, rey de Castilla, dentro de los enfrentamientos con motivo de la subida al trono de Isabel I de Castilla, entre los Guzmán y los Ponce de León, el marqués de Cádiz en 1471 de apoderó de la alcazaba y construyó el pequeño alcázar ubicado en la zona oeste del recinto, dotado de un muro de tapial con troneras de cruz y orbe y defendido por un foso y acceso mediante un puente levadizo. La ocupación se mantuvo hasta 1477, empleando el Castillo como base de operaciones para hostigar a los partidarios de Isabel, acantonados en Sevilla. Las fuentes documentales nos hablan de que en este momento se realizan importantes obras en el Castillo, concretadas posiblemente en el cierre oriental del Patio de la Sima y el antemuro que separa la zona del Castillo y la Puerta de San Miguel del arrabal, lugar preferente para los asaltos armados a la fortaleza. Así mismo, se observan en dicho recinto los restos de dos grandes aljibes al nivel del suelo, por lo que sus bóvedas formarían una azotea a la altura de la entrada de la albarrana reconvertida en torre del homenaje. Varias cortaban el paso del adarve para, en caso de un asalto, impedir a los atacantes invadir el resto de la fortaleza. Igualmente, todo el recinto contaba con un antemuro y dos corachas que bajaban hasta el río para controlarlo. Finalmente, añadir que en el extremo oeste, donde se ubica el pequeño alzázar antes mencionado, había una poterna disimulada en una falsa torre y que daba a la liza. Junto a una de las corachas había otra poterna aprovechando un desdoblamiento de la muralla.                  El fin de las luchas nobiliarias y la paz impuesta por Isabel I, reina de Castilla y Fernando II, rey de Aragón marcaría el principio del fin de muchas fortalezas andaluzas, perdida ya su función militar. El alcázar acogió a ilustres personalidades, como Isabel I, reina de Castilla y Fernando II, rey de Aragón y Carlos V, rey de España, que convirtieron entonces el Castillo en cárcel real para importantes personajes, como Diego García de Padilla (Maestre de Calatrava), Juan Cardellas (Arzobispo de Braga y partidario del conde Trastámara), y Pedro Girón, III duque de Osuna, entre otros. Posteriormente fue propiedad del Conde de Arcos y luego del Conde de Niebla.
Durante el siglo XVI fue entregado a familias noble sevillanas (como los Enríquez de Ribera) como favor cortesano antes que como oportunidad militar. Todavía en este siglo se realizan algunas obras para mejorar la habitabilidad de la fortaleza, como el conjunto de patios y habitaciones construidos al interior del Patio de la Sima. No obstante, a comienzos del siglo XVII el Castillo presentaba ya un aspecto ruinoso, que marca el comienzo de su abandono hasta el siglo XX.                                                                       Durante el siglo XIX, el Cerro del Castillo permanecería prácticamente abandonado, convertido en referente para los viajeros románticos. Hay que esperar a mediados del siglo XX para retomar el uso del antiguo recinto amurallado, cuando en los terrenos del barrio de Santa María se realizan importantes obras de explanación y aterrazamiento, a fin de instalar la Feria de Alcalá en estos terrenos. El uso de Santa María como recinto ferial se mantendría hasta finales del siglo XX, dando un nuevo uso al espacio monumental. Paralelamente se produce la reocupación urbana de San Miguel, con un asentamiento de familias obreras con pocos recursos, germen de la actual barriada.                                                                                                                   
Fue declarado Monumento  de Interés Histórico-Artístico,  en 1924, aunque esto no impidió que muchos de los habitantes de la villa utilizasen los materiales para la construcción de sus viviendas, lo que hizo resentirse al majestuoso edificio defensivo, y en 1985 recibió la catalogación como Bien de Interés Cultural. Bajo la protección de la Declaración genérica del Decreto de 22 de abril de 1949, y la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español. En el año 1993 la Junta de Andalucía otorgó un reconocimiento especial a los castillos de la Comunidad Autónoma de Andalucía.
Villa Medieval
         A finales del siglo XIII, Alcalá entra a formar parte de la línea interior del conjunto de fortificaciones de la "Banda Morisca", espacio fronterizo entre el Reino de Sevilla y el Reyno de Garnāţa/Granada. Durante varias décadas, el paso de tropas de uno y otro bando a través del paso del Guadaíra sería constante, especialmente de las huestes benimerines que procedentes de Ronda atacaron Sevilla en varias ocasiones. Como consecuencia de ello, en 1280 Alfonso X, rey de Castilla funda la Villa de Alcalá, en la explanada al Este del Castillo, con ello se pretendía disponer de una población estable en este enclave, que pudiese controlar el paso del Guadaira durante las incursiones benimerines de finales del siglo XIII. Con esta fundación se constituye por primera vez un asentamiento urbano en el Cerro del Castillo,                                                         
         Por la situación militar del momento, la Villa de Alcalá se amuralló rápidamente, cerrando la explanada con un circuito continuo de murallas que conectaban con el Castillo.                                                                                         
Las Murallas de la Villa circunvalan el perímetro superior del Cerro del Castillo, enlazando el complejo de las Alcazabas Occidentales con la Alcazaba de la Torre Mocha, situada al este. Su recorrido presenta dos accesos, la propia Torre Mocha, o Puerta de Santa María, y la Puerta de San Miguel, en la conexión con el arrabal del mismo nombre.                                                                                                               
El sistema constructivo de la muralla es uniforme, a base de un núcleo de argamasa de cal y arena mezclada con mampuestos sin desbastar y un forro al exterior e interior de mampuestos careados con cascajo (ripio) en las juntas. Las solidez de la fabrica junto con su grosos (una media de 2m de anchura) otorga una gran consistencia al conjunto amurallado, originalmente coronado con un paseo de ronda y un peto corrido de tapial.                                                                                                                    
La Villa de Alcalá durante el siglo XIV se organizaba en grandes manzanas en la parte superior del Cerro del Castillo, en torno a la iglesia de Santa María del Águila, siguiendo un trazado regular, propio de una fundación de nueva planta La comunicación exterior del barrio (collación) de Santa María se realizaba a través de dos puertas, la de Santa María (también conocida como "Torre Mocha") al este y la de San Miguel al sur. Cada manzana albergaba una o varias casas, construidas en mampostería y centralizadas por patios con solería de ladrillos, entorno a los cuales se disponían las habitaciones. El conjunto presentaba pocas ventanas al exterior, siguiendo la tecnica constructiva bajomedieval sevillana.                                                                                                                       
El auge económico y demográfico que experimenta Alcalá durante la Baja Edad Media (siglos XIV - XV) explica que durante el siglo XIV se produjese un nuevo poblamiento en la falda suroeste del Cerro del Castillo, en torno a la iglesia de San Miguel. Éste sería el origen del arrabal de San Miguel, igualmente amurallado durante el siglo XIV, cerrando así el circuito de murallas de Alcalá de Guadaíra hasta la ribera del río. Con ello se constituía uno de los recintos fortificados más extensos de Andalucía, con una superficie total de 21 hectáreas.                                                                                              
Junto con el Castillo, el barrio de Santa María y el arrabal de San Miguel también son progresivamente abandonados durante los siglos XVII y XVIII. Por una parte, los documentos señalan las dificultades de abastecimiento, precisamente por su complicada localización y acceso. Esto explica el surgimiento de nuevos barrios de Alcalá en zonas más bajas (Santiago, San Sebastián...). A ello se unieron varios brotes epidémicos, que terminarían por vaciar el barrio de Santa María.                                                                                                                                              
Primera implantación de pobladores cristianos en la Villa.

       Acabarían integrándose un grupo de soldados/repobladores que pudieron asentarse en Alcalá tras haber recibido tierras en su término y casas en la villa como pago a los servicios prestados en la conquista de Sevilla y/o, como parece probable, por su condición de repobladores.                                                                                       

Este grupo de soldados/repobladores recibió casas en Alcalá y heredades en la aldea o hacienda de Borgalhamar, que el rey había reservado inicialmente para sus galeras. Los beneficiarios pertenecían a cinco cuadrillas de almogávares o peones, a las órdenes de sus respectivos jefes de grupo o almocadenes. A cada uno de ellos se entregaron lotes de tierra, de acuerdo con su categoría militar. Y, así cada uno de los cinco almocadenes recibió un lote consistente en dos yugadas de tierra de labor (unas 60 has.), dos aranzadas de viña; tres aranzadas de olivar, y una aranzada y media de huerta; mientras que cada uno de los almogávares —57 en total— recibió una yugada de tierra de labor; dos aranzadas de viña; dos de olivar y una de huerta.  Así pues, el total de bienes repartido ascendió a 60 casas, 61 yugadas de tierra de labor (unas 1.830 has.), 117 aranzadas de olivar, otras tantas de viña y unas 58 y media de huerta.