lunes, 29 de abril de 2013

El caballo andalú



El caballo andalú (oficialmente en el mundo de la hipología, se entiende hoy en principio por caballo de Pura Raza Española (P.R.E.),  que como raza responde a unas características muy definidas:
  • Alzada o altura a la cruz entre 155 y 168 cm los machos; las hembras están entre 153 y 165 cm
  • Cuello fuerte y arqueado, bien insertado en el tronco y cubierto de una crinera larga y colgante;
  • Cabeza mediana y ligeramente convexa (cabeza de halcón);
  • Ojos vivaces;
  • Pecho amplio;
  • Grupa redondeada y potente;
  • Porte orgulloso y elegante, aires ejecutados con gracia y energía, muy hermosa acción de las manos que levanta y baja enérgicamente
  • Actualmente se admiten todos los colores de capa menos el pío, aunque en el pasado sólo se admitían el negro, el tordo y el castaño. El color más común es el tordo.
A lo largo de la historia el caballo andalu ha tenido un papel fundamental en la formación de razas equinas europeas y americanas,  como el caballo hispano-árabe, el hispano-bretón, el frisón, el lipizzano, el kladuber, el criollo, el paso fino, el peruano de paso,  el mustang, el Alterl Real y el lusitano.

Antecedentes históricos

Desde épocas muy remotas existió población caballar en estado salvaje en la Península Ibérica, se formó al parecer con animales de dos procedencias, por el Norte a través de los valles y las abras de los Pirineos, llegó un caballo de tipo céltico, procedente de las llanuras de Europa Centro Occidental, por el Sur antes de que se produjese la fractura que generó el Estrecho de Gibraltar, separando a los dos continentes, se cree penetraron del norte de África antepasados del caballo Berberisco.
Pinturas rupestres existentes en algunas cuevas, ejecutadas por el hombre del Neolítico, entre otros animales representan caballos y algunos de ellos, llevados de diestro por figuras humanas, lo cual podría indicar que ya en la Península se le estaba domesticando. 
                                                                                                                              
Otros pueblos del Mediterráneo, sucesivamente Fenicios, Griegos, Cartagineses y Romanos, fueron estableciendo colonias en la Península y posiblemente llevaron a ellas caballos domésticos, se conoce el hecho de que el general cartaginés Asdrúbal, fundador de Cartago Nova, Cartago Spartaris luego Cartagena, trajo por el mar hasta dos mil yeguas númidas del norte de Africa. 
                                                                       
Transcurrido el tiempo y ya para el siglo V de nuestra era, invaden la Península Ibérica pueblos bárbaros de Europa del norte y del este. Los visigodos o godos del oeste (Alanos, Suevos y Vándalos) quienes se establecieron entre otros sitios en lo que es hoy Andalucía (Vandalucía), trajeron con ellos un caballo de tipo germánico, fuerte y robusto. Estas oleadas sucesivas iban mezclándose con la población caballar nativa y evolucionando hacia un nuevo tipo de buenas características moforlógicas y buenas aptitudes para la guerra y la caza.
 
Ya a comienzos del siglo VIII se produce la invasión de la Península por pueblos musulmanes del norte de África que trajeron, después que se establecieron firmemente en las nuevas tierras numerosa caballada, berberisca desde Nubia del norte de África y no Árabe como muchos han pensado.                                                                                 
 Es de observar que tanto los califas como los emires y reyes, fundaron sus respectivas yeguadas, y así fue resultando de la mezcla de los caballos berberiscos con los de la Península Ibérica un nuevo tipo mejorado de mucho brió y fogosidad.                     
En los días del Califato de Córdova, había tantos caballos que Abd Ar-Rahman ibn Mu'awiya ibn Hisham ibn Abd al-Malik (conocido como Abderramán I (Damasco, marzo de 731 – Córdova 788), el año 780, otorgaba seguro y paz a los mozárabes granadinos mediante un pacto, que les obligaba a pagar anualmente 10.000 onzas de oro, 10.000 libras de plata, 10.000 cabezas de los mejores caballos.
Su famoso primer ministro, abogado y posteriormente gran militar Abu ʿAmir Muhammad ben Abi ʿAmir al-Maʿafirí, llamado Al-Manūr, el Victorioso por Alá, más conocido como Almanzor (Algeciras c. 938 - Medinaceli, 11 agosto de 1002), mostró mucha dedicación para la cría caballar sistematizada y selectiva. Fundó una importante yeguada en Córdova, en la Dehesa de Alamiriya (aún hoy en día queda una pòrción de dehesa que se llama de la misma manera, próxima a Córdova la Vieja..
Se tiene noticia de la yeguada del califa Alhaquén II; Córdova, 13 enero de 915 – Córdova 16 octubre de 976 gracias a la crónica en la que Ziyad ibn Aflah, caballerizo del califa y zalmedina de Medina Azahara, ensalza la calidad de los potros que anualmente se concentraban en la almunia Amiriya, procedentes del destete de las más de 3000 yeguas que tenía el califa en las marismas, junto a 500 sementales,  en un claro paralelo con la posterior “Saca de las Yeguas”
Dada la calidad de los caballos del sur de la península Ibérica, desde el siglo XIII hasta el XIX los reyes establecieron la prohibición de cruzar las yeguas con asnos, en Andalucía, Extremadura y Murcia,  estableciendo una "raya real" al sur de la cual estaba prohibido el mestizaje de los équidos, para preservar su pureza.
En 1.476, la orden de los Cartujos adquirió por donación una área de terreno como de cinco mil hectáreas, en la zona de Jerez y allí se dedicaron con devoción y esmero a la cría y mejoramiento del caballo Andaluz, es interesante señalar una referencia en cuanto al origen de los Caballos Cartujanos. Se ha dicho que en el siglo XVIII, dos hermanos herradores, Andrés y Diego Zamora, adquirieron de un soldado un caballo que aparearon con una yegua de su propiedad, la cual en partos sucesivos produjo una potranca y un potro, este último fue bautizado por esa época con el nombre de “Esclavo” y resultó un extraordinario reproductor que originó yeguas y potros de magníficas características, esta yeguada pasó a propiedad de un señor Pedro Picado, quien la transfirió a los monjes de la Cartuja para cancelar compromisos económicos que tenía contraídos con ellos. Estos caballos que al comienzo fueron llamados Zamoranos o también caballos del Soldado, fueron al parecer el origen de la “Casta Cartujana”.
El Reino de Córdoba fue especialmente célebre por sus caballos. En él hubo dos linajes dedicados a la cría caballar. Los Mexía, señores y luego condes de Santa Eufemia, fueron famosos ganaderos desde el reinado de los Reyes Católicos, destacando en la cría de caballos tordos. Don Rodrigo Mexía el Viejo proveyó de caballos al rey Carlos I entre 1520 y 1530 y enseñó por mandato real a los gobernadores de Castilla su sistema de cría aprendido de su padre Don Gonzalo.                                                           
Por otro lado fueron renombrados los caballos "guzmanes" o "valenzuelas",
Un escrito de 1883 de José Pérez de Guzmán, quien glosando las bondades de la ganadería cordobesa, dedicaba su texto a la historia y reconocimiento de una "raza" de caballos, que en principio se denominaron "caballos guzmanes" y con posterioridad se les conoció como "caballos valenzuelas".
El hierro de estos caballos era en forma de corazón y por lo que refiere el autor, imputable al cronista en el que él se fundamenta (así como lo que dice Bolaños en su tratado de "monta a la Gineta", siglo XVII), se trataban de unos caballos de gran belleza, "airosos, fuertes y sufridos" que en el "correr, parar y andar a los costados no tenían semejantes".
        La ganadería se conocía en principio --durante buena parte del siglo XVI-- como "caballos guzmanes", debido a que D. Luis Manrique, gentil hombre y encomienda de Córdoba de la Orden de Calatrava (concedido por servicios prestados a Carlos V en la paz y en la guerra).  Un día Don Luis de Manrique, vio pasar frente a su casa un caballo beréber muy flaco y deteriorado, "rucio azul con el cabello y cola blancos y muy crespa" lo montaba un jinete de apellido Guzmán; Don Luis conocedor como el que más, adivinó en aquel animal muy buenas cualidades a pesar del estado lamentable que presentaba y se lo compró a Guzmán a cambio de treinta escudos y la capa con que en ese momento se cubría, Don Luis fue informado por el vendedor, que la corte de Marruecos lo dejó en Córdoba a su paso para agasajar al rey Carlos por sufrir éste un "torozón" ( un dolor cólico) y sustituirlo por otro. Este caballo que resultó ser muy longevo y un gran padreador, cubrió las yeguas de D. Luis las cuales había comprado a D. Diego Aguayo --Señor de la Torre de Villaverde--, a D. Rodrigo Mexías -Señor de Madroñil y luego Marqués de la Guardía y Señor de Torrefranca--, así como otras de D. Pedro de la Cueva provenientes de Guadix y Baza.
        Muerto D. Luis Manrique a edad avanzada, quien mantuvo el celibato por pertenecer a la Orden de Calatrava, el rey como gran maestre hizo pasar esta yeguada en toda su pureza y a través de varios dueños llegó a ser propiedad  de D. Martín Fernández de Córdoba Ponce de León (nieto del Conde de Cabra), quien incorporó a la piara otras 20 yeguas y un potro que él compró. D. Martín, a su vez, obsequió la ganadería a D. Gonzalo, Duque de Sesa y nieto del Gran Capitán.
       Cuando los servicios a la corona requirieron a D. Gonzalo volver de nuevo a Italia, éste dejó la ganadería a D. Juan Valenzuela, su caballerizo mayor y señor muy principal,  este también la conservó totalmente pura, dando origen a una casta muy famosa conocida desde entonces "caballos valenzuelas"-- la consevó toda su vida. Tanto D. Juan como su hijo D. Gerónimo Valenzuela, vendieron a muy buen precio tanto potros como yeguas, hecho este que no había ocurrido con anterioridad, pues sus dueños pudientes y con gran estima a estos caballos sólo hicieron donaciones a señores muy principales.
      Entre los compradores, uno de los que más yeguas adquirió fue D. Luis Gómez de Figueroa del encinar de Villaseca, quien al parecer fue de los que más tiempo mantuvo "la casta apurada". Luego, las irreparables pérdidas de la guerra con la vecina Francia (guerra de la independencia), los posteriores siete años de intestinas luchas y dos crueles años de sequía, causaron un daño irreparable a esta ganadería cordobesa.
       La bondad de estos caballos se fundamenta en la fama y reconocimiento adquiridos por sus ejemplares entre los ganaderos coetáneos. Así, fueron admirados, entre otros, un caballo que tuvo el Duque de Osuna, otro del Conde de Medellín, el caballo "Lanzarote", un caballo bayo del Duque de Arcos y otro que perteneció al Duque de Medinaceli, éste ya en el siglo XVII. Además, cuenta el cronista que a D. Juan Valenzuela le reportaba la venta de la camada de potros cada año 2000 ducados, y que vendía en el vientre de la madre por 100 ducados muchos de sus potros, aunque la condición del trato era que si nacía hembra se quedaba en la casa.
        Lo expuesto también podría ser aducido como una de las razones que inspiró a Felipe II a ubicar sus caballerizas en Córdoba, y a buen seguro que algunos de estos caballos fueron utilizados como sementales para conformar nuestro caballo andaluz. Igualmente, sirve a Cervantes para declarar a Córdoba, en el Quijote, "madre de los mejores caballos del mundo".
En 1567, Felipe II, encarga a Diego Lopez de Haro y Sotomayor, I marqués de El Carpio, la creación de las Caballerizas Reales de Córdoba (para la empresa se dedicaron, entre otros, fondos económicos provenientes de la explotación de salinas andaluzas), donde agrupó los mejores sementales y yeguas de las tierras que bordean el Guadalquivir, siendo esta yeguada real el origen de la raza del caballo andaluz.
En 1571, funda la primera Yeguada real de Castilla en terrenos de Córdova Vieja.                                                                                                                                      
En 1576 las Caballerizas Reales de Córdova, contaban con 50 empleados y 110 plazas y en la década de 1580, 600 yeguas pacían en las dehesas de Córdoba, 400 en las de Jerez y 200 en las de Jaén.                                                                                                     
En 1.579 ordenó el establecimiento del Registro Oficial de Caballos                        
A la muerte de Diego Lopez de Haro y Sotomayor, I marqués de El Carpio, el cargo de "Caballerizo Mayor de las Reales Caballerizas de Córdoba" pasó a su hijo, permaneciendo como cargo hereditario en el mayorazgo de la Casa del Carpio desde 1625, por concesión real a su nieto.
En 1605, Miguel de Cervantes, en el capítulo XXIV del Quijote da por hecho que Córdoba es la madre de los mejores caballos del mundo. Asimismo, en el capítulo XV de dicha novela, hace alusión a la gallardía de las yeguas cordobesas.                              
En todo el Siglo de Oro no hubo duda de la excelencia de los caballos andaluces. Lope de Bega, en su comedia Los comendadores de Córdoba recoge no sólo la fama de los caballos cordobeses sino también la de sus jinetes. Del mismo modo la citada obra de Lope de 1610 y la Fábula de Polifemo y Galatea de Góngora de 1612 de, dedicada al conde de Niebla, son un testimonio excepcional de la denominación histórica "caballo andaluz".
Por estas fechas los caballos andaluces eran muy apreciados dentro y fuera de España, teniendo propietarios como Don Juan de Austria, los reyes de Francia, el Duque de Baviera, el emperador Maximiliano II y su hermano el archiduque Carlos. Estos dos últimos crearon el caballo lipizzano, a partir de caballos andaluces ligeros y la Escuela de Española de Equitación en Viena, siguiendo la doma española tradicional.
Comenzó el 28 de agosto de ese año a raíz de la carta de Felipe II a su caballerizo en Córdoba:
"Don Diego de Haro a cuyo cargo esta la raza, y caballeriza que tenemos en la ciudad de Córdoba, sabed que yo he tenido por bien que de los caballos que hay en esa caballeriza, se den al emperador mi sobrino doce caballos, al archiduque Ernesto, su hermano, seis, al archiduque Fernando, cuatro y a Maximiliano y Matías, cada otros cuatro, al duque de Saboya diez, al duque de Mantua dos, y a don José de Acuña uno, que todos son cuarenta y tres caballos, y han de ser muy buenos, y de edad de cuatro hasta seis años. Os mando que habiendo elegido los que he mandado enviar a Madrid para mi servicio, y del príncipe, mi muy claro y amado hijo, escojáis los susodichos entre los demás y los enviéis, con persona de recaudo a Cartagena, donde he mandado que se flete un navío en que se embarquen y lleven a Génova. Y las personas que los llevaren de ahí, los entregarán a Decio Rucio, si estuviere allí (en Cartagena), que por la experiencia que tiene de ello, por haber traído algunas veces caballos de Nápoles, he acordado que los lleve él por mar. Y de cómo habrán salido de ahí me aviséis luego. De San Lorenzo a veinte y ocho de agosto de mil quinientos y noventa y tres años. Yo el Rey, y refrendada de Juan de Ibarra, sin señal".
A partir de este momento, Austria, se convirtió en uno de los países de partida para el resto de las naciones limítrofes de los caballos españoles. Caballos que fueron utilizados para obtener, a través de sus cruces, nuevas razas como: la lipizzana, o la menos conocida raza de Kladrub, de Bohemia, estos caballos, sin duda, siguen hoy mostrando en su morfología y movimientos, los genes de nuestra raza.
En esta época surgieron las maestranzas de caballería, corporaciones nobiliarias cuyo principal fin era el ejercicio de la monta a la brida y a la jineta, que en algunos casos construyeron y sostuvieron sus propias plazas de toros. Las maestranzas surgieron en Andalucía con la creación de la de Ronda en 1573, la de Sevilla en 1670, de Granada en 1689, la de Carmona en 1728, la de Antequera, del mismo año, la de Jerezde la Frontera en 1739 y se intentaron constituir otras en Jaén y Utrera, en 1731 y 1732 respectivamente, pero fueron denegadas por la Junta de Caballería. Las maestranzas también se extendieron fuera del territorio andaluz, con la fundación de la de Valencia en 1697, la de Palma de Mallorca en 1758 y la de Zaragoza en 1819. El artículo primero de los estatutos de la Maestranza de Granada, redactados en 1764, es otro ejemplo de la denominación histórica de esta raza como "caballo andaluz":
[...] y para que los caballos andaluces que han hecho la milicia española superior a la de todas las naciones, no descaezcan de la excelencia en que se constituyen por la hidalguía de sus razas, y primor de su doctrina [...].
Su hijo Felipe III de Austria (o Habsburgo) (Madrid, 14 de abril de 1578- Madrid 31 de marzo de 1621), dio lugar a un retroceso pues puso esta yeguada de Córdova bajo la dirección del napolitano Juan Gerónimo DeTiutti, quien hizo cubrir las yeguas españolas por sementales Normandos, Daneses y Napolitanos, de ascendencia germánica, temperamento linfático, con cabeza grande y acarnerada, corpulentos y pesados, el resultado fue restarle finura y pureza a la raza.
En 1.659, bajo Felipe IV, la Real Junta de Caballería toma la dirección y fomento de la cría de caballos, y con Carlos II se estableció el Registro General de Caballos.
En 1751 se produjo un grave incendio en las Caballerizas Reales de Córdoba, por lo que Fernando VI ordenó reconstruirlas, finalizándose la obra en tiempos de Carlos III, quien colocó sus armas en la fachada. Ese mismo año José I  rey de Portugal quiso crear una yeguada nacional en su reino, para lo cual adquirió 33 yeguas y 2 sementales andaluces. En 1753 la cabaña tenía ya 268 individuos, principalmente de capa castaña, origen de la raza llamada Alter Real.
El año de 1.808, las tropas napoleónicas entran en España y se produce la llamada guerra de Independencia, las yeguas de las Caballerizas Reales de Córdoba, fueron trasladadas a las Islas Baleares para preservarlas del expolio napoleónico, ya que al retirarse los ejércitos de Bonaparte, se llevaron gran número de caballos que pudieron requisar y entre ellos muchos padrillos de muy buena calidad.
Al parecer no se perdió éste totalmente, debido en parte a que una familia de apellido Zapata, más concretamente Don Juan Zapata, agricultor y ganadero, en Arcos de la Frontera logró salvar su yeguada ocultándola del pillaje de la guerra.                       
 Posteriormente y también en el siglo XIX Don Juan José Zapata, nieto del anterior, adquirió sementales de los que en el monasterio de “Santa María de la Defección de la Frontera”,  seleccionaban y cuidaban los padres Cartujos.
Los actuales caballos de Terry distinguidos con el hierro del bocado son descendientes de los caballos de los Zapata, y de los caballos Cartujanos.
Terminada la Guerra, en 1814 no regresaron a Córdoba sino que pasaron a la Yeguada de Aranjuez, quedando las caballerizas cordobesas como depósito de sementales. Además de esto Córdoba perdió importancia porque el rey Fernando VII apoyó la Yeguada de las Lomas de übeda en 1820,  suspendió la prohibición de cubrir yeguas con garañón al sur de la "raya real", lo que favoreció el uso de la mula en el enganche de coches y diligencias, que en el sur de la península Ibérica anteriormente sólo se utilizaba en labores del campo. Además su hermano el Infante Carlos, presidente de la Junta Suprema de Caballería y partidario de cruzar yeguas andaluzas con otras razas europeas, como el caballo normando, el trakelner, el holstein y el hanoveriano, creó las yeguadas de Cazorla y de Sevilla en 1828 y 1830 respectivamente, lo que causó un grave deterioro genético a la cabaña.
Como contrapartida a mediados de siglo se crearon las Escuelas de Veterinaria de Zaragoza, León y Córdoba, esta última en 1847, dependiente de la Universidad de Sevilla y dedicada especialmente al cuidado y mejora del caballo.                            
Asimismo en 1864, por iniciativa del lojeño Narváez, el Ramo de Guerra se encargó de la cría y del fomento caballar nacional. Además, muchos ganaderos andaluces no habían practicado esos cruces, por lo que fue posible recuperar la pureza original de la raza, cuando en 1893 el Ministerio de Guerra decidió organizar la cría caballar en España, ubicando la yeguada nacional, luego militar, en la Hacienda de Moratalla, en Hornachuelos y Posadas. Para la recuperación del caballo andaluz se utilizaron 18 yeguas procedentes de Córdoba, Montilla y Jerez de la Frontera.                   
 En el último tercio del siglo XIX funcionaban los depósitos de sementales de Córdoba, Úbeda, Jerez y Valladolid y en los primeros años del siglo XX se fundaron otros en Alcalá de Henares, Hospitalet de Llobregat, Garrapinillos, Bétera, León y Santander.
Que por Real Orden del trece de enero de 1.912, se creó la Matrícula y Registro de Caballos y Yeguas de raza árabe, pura raza ingles y anglo-árabe, decidiendo inscribir a los tradicionalmente llamados Caballos Andaluces como  “Pura Raza Española”, más tarde abreviado como PRE, dependiente de la Dirección de Remonta y Cría Caballar del Ejercito. Más reciente en Jerez de la Frontera se fundó la Asociación de Propietarios y Criadores del Caballo Español, con más del 80% de ganaderos afiliados.
En los años 1920 la yeguada nacional de Moratalla se amplío en Medina-Sidonia y luego en Jerez. Durante la Segunda República la competencia en la cría y el fomento caballar se trasladó al Ministerio de Fomento y posteriormente al Ministerio de Agricultura.
Durante el Franquismo la yeguada nacional pasó a llamarse yeguada militar.    En 1956 se sacó de la Hacienda de Moratalla y se trasladó a Ëcija, a la fincas de la Turquilla y de la Isla; a Jerez, al Cortijo de Vicos y a la finca de Garrapilos; a Ibio, y a  Lore-Toki (en San Sebastian). Además se abrieron nuevos depósitos de sementales en  Manacor y Hoya Fría (en Tenerife). En este periodo, en que se impuso definitivamente la locomoción en las labores del campo y en la tracción de vehículos, la raza de caballos andaluces se conservó gracias a algunos ganaderos, andaluces y  extremeños fundamentalmente, como son Terry, Bahones, Guerrero, Pallarés, Romero Benítez, Escalera, Miura y Blasco Balbuena, entre otros. Asimismo fue muy importante la labor de la Federación Hípica Española, del laboratorio de locomoción de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Córdoba y de Álvaro Domecq, así como la promoción de la raza que hizo la Feria del ganado de Jerez, que pasó a denominarse  Feria del Caballo.
         A partir de 1966 España impidió a Portugal inscribir en su libro a sus caballos, por lo que el país luso eligió dar a sus caballos andaluces una nueva denominación: caballo lusitano, en recuerdo de la antigua Lusitania. Portugal abrió su propio registro, que permaneció abierto hasta 1980 y que volvió a abrir entre 1996 y 1999, para refrescar la sangre nuevamente con caballos andaluces.
En 1972 se constituyó con sede en Sevilla la Asociación Nacional de Criadores de Caballos Españoles (ANCCE) En 1973 el Ayuntamiento de Jerez creó el premio Caballo de Oro, que concedió a Álvaro Domeq y en cuyo acto de entrega se estrenó el espectáculo "Cómo bailan los caballos andaluces", ideado por el propio Domecq. Este espectáculo fue el origen de la Fundación Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre.
Entre 1989 y 1992 se produjo en España un brote de peste equina que afectó a la cabaña de caballos andaluces. En 1990 el Ministerio de Hacienda trasladó la yeguada del Bocado, de Terry, a la dehesa de la Fuente del Suero, ambas patrimonio expropiado a RUMASA, donde permanece. Desde 1991 la ANCCE organiza en Sevilla la última semana de noviembre el Salón Internacional de Caballo (SICAB), con un importante concurso morfológico.
         En 1995 las caballerizas de Córdoba perdieron su uso como depósito de sementales, permaneciendo vacías desde entonces. En 1996 se inauguró el Museo del Caballo y algo después el Museo de Carruajes de Sevilla. Ese mismo año se creó Córdoba Ecuestre, que organiza el concurso CABALCOR y en 2002 se celebraron los Juegos Ecuestres mundiales en Jerez.
        En los últimos tiempos varios caballos andaluces han participado en los Juegos Olímpicos en la modalidad de doma, obteniendo diploma olímpico, bronce individual y plata por equipos en Atlanta 1996, Sidney 2000 y Atenas 2004.

No hay comentarios: