jueves, 8 de agosto de 2013

La Conquista de Basţa/Baza

La Conquista de Basţa/Baza viernes 10 de muḥarran de 890/4 diciembre de 1489
          Las campañas de 889/1488 y 890/1489, es decir, después del punto de inflexión que supuso para la guerra la conquista de Mālaqah y antes del comienzo del asedio al último reducto del Reyno de Garnāţa, su capital. La actividad de esos dos años está poderosamente marcada por el momento crucial del cerco de Basţa. Crucial fue por varios motivos: en primer lugar, nunca se había mantenido un asedio en condiciones tan adversas (el malacitano fue más sangriento, pero el bastetano lo aventajó en penalidades, desesperanza y duración); por otro lado, se derrotó Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, teóricamente el único enemigo āndalusī que aún se enfrentaba al poder castellano, sometido Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Aal-Gālib bi-Llāh (Boabdil), como vasallo, a la corona castellana.
Por otro lado, las ambiciones mediterráneas de los aragoneses no se ocultan a nadie, y la conquista del Reyno de Garnāţa podía ser sólo el primer paso de un proyecto más ambicioso: expansión por el norte de Ifriqiiah, bien de forma militar (y en este sentido la toma de Malila/Melilla podría ser considerada como la continuación de la guerra garnāţina).

Preparativos del asedio

Fernando II, rey de Aragón había aprovechado la campaña fallida de 889/1488 para determinar cuál de las ciudades en poder de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal podía ser más adecuada para un asedio. Por descontado, la disyuntiva se planteaba entre Basţa y al-Māriyyat Baŷŷāna, ya que Wādi-Aš se encontraba más al interior del territorio dominado por los āndalusīes.
Se escogió Basţa porque permitía unas buenas comunicaciones con la retaguardia, lo que aseguraba la llegada de abastecimiento y de eventuales tropas de refuerzo, ya que en principio el cerco no iba a ser levantado hasta la consecución del objetivo, y también por tener mayor valor estratégico. Además, una madīnat con puerto como al-Māriyyat Baŷŷāna resultaba más difícil de cercar.
Tal era el empeño de Fernando II, rey de Aragón por reunir un ejército tan numeroso como jamás desde el principio de la guerra contra los āndalusīes se había visto, que no hacían cuenta de la extrema miseria de los pueblos, especialmente de los de Andalucía, esquilmados por las frecuentes expediciones de cada año. Hízose una leva de 13.000 caballos y 60.000 peones, además de otro considerable número de zapadores a fin de preparar los caminos para el más fácil tránsito de las tropas y cavar los fosos necesarios. No se les permitió llevar más armas que los picos y azadones. Dispuesto todo esto por Fernando II, rey de Aragón para el sitio de Basţa, resolvió aplazarle hasta el próximo verano, a fin de privar más completamente de alimentos a toda aquella región con una sola tala de las cosechas. Y como una de las primeras resoluciones para la guerra quiso que se llamase a Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz por su reconocida pericia militar. Había éste averiguado que Enrique Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia tenía preparadas ciertas asechanzas para impedir la pesca de los atunes en Cádiz, en cuyas al-mazraba/almadrabas se solían recoger anualmente por el mes de mayo, para que de pronto, después de su marcha, quedasen destruidas. Para perpetrar aquella maldad, 200 caballos, 1.000 peones y 17 carabelas con otra multitud de soldados aguardaban, por orden de Enrique Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia, oportunidad para arrojarse sobre los que pescaban en la costa. Esta lucha entre los dos próceres se había reducido a un pleito a fin de resolver en derecho si, con arreglo a los pactos, la casa de Rodrigo Ponçe de León, II Marqués de Cádiz podía pescar los atunes en Cádiz o si la de Guzmán había de gozar sólo de aquel privilegio. La honda envidia de Enrique Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia y el pesar de ver disminuir sus rentas le impulsaron a prescindir del pleito pendiente y de la condición de los tiempos. Por el contrario, Rodrigo Ponçe de León, II Marqués de Cádiz, hombre sagaz y previsor, que muy fácilmente hubiera podido oponerse a los intentos de Enrique Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia, prefirió escribir al Corregidor de Cádiz que había sabido cómo por orden de Enrique Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia se hacían grandes preparativos para pasar fuerzas de caballería al interior de la isla, cosa irregular que en ausencia suya y mientras desempeñaba honrosísimos encargos de Fernando II, rey de Aragón, tenía la seguridad de que no daría lugar a nada indecoroso, y sólo se atendería a la guarda de la madīnat en caso de ocurrir algún hostil hecho. Poco después arribaron unas carabelas al promontorio de Hércules y desembarcaron en la parte opuesta de la isla fuerzas de caballería y peonaje que destrozaron todos los aparejos de la pesca, pusieron fuego a las viviendas de los mercaderes en la playa y echaron a pique, en el sitio más a propósito para la pesca, una embarcación cargada de piedras. Acarreó ésto a Enrique Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia y a su único hijo, ejecutor de aquellos desmanes, gravísimos perjuicios, bastante merecidos por los estorbos que ponían a la campaña contra los āndalusīes. Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz, en cambio, por oportuna obediencia a las resoluciones de Fernando II, rey de Aragón, mereció grandes honras y consiguió completa indemnización de los daños recibidos, aunque declaró estar pronto a sufrirlos mayores, siempre que redundasen en la mejor marcha de la campaña. 
Los primeros meses del año se emplearon para la acumulación de recursos, ya que el comienzo de las operaciones no sería hasta el 15 de mayo (aunque después se retrasó la fecha al 17). En una guerra, los recursos empleados son de tres tipos: humanos, materiales y económicos. Nos referiremos brevemente a los que, en cada una de estas categorías, se proveyeron para esta campaña. El número de soldados que componían las tropas varía de unas fuentes a otras: 16.000 jinetes y 60.000 infantes apunta, por ejemplo, el embajador ante el Pontífice, Bernardino de Carvajal; muchos de los cronistas barajan cifras de 12.000 y 50.000 respectivamente, aunque la cantidad más aproximada debe ser la de Pulgar, que nos cuenta que tras un alarde hecho por. Fernando II, rey de Aragón se contaron en la hueste 13.000 hombres de a caballo y 40.000 de a pie. Su procedencia y sus características eran dispares. Los más representativos eran quizás los continos y guardas, que formaban la escolta personal de Fernando II, rey de Aragón y constituían la flor y nata del ejército. Los grandes nobles acudían al llamamiento real con sus hombres, normalmente grandes tropas de jinetes y de peones. 
De igual forma acudían los hidalgos y caballeros, pequeños nobles que no disponían de tropas e iban a combatir a título individual, integrándose en las huestes reales; algunos incluso carecían de caballo. Otra parte constitutiva de los cuerpos de caballería aparte de la nobiliaria era la de los vasallos de acostamiento; éstos recibían una paga procedente de las arcas reales a cambio de estar disponibles cuando se les convocase para guerrear, pero era incluso corriente que faltasen a la cita, con la excusa de ser una fuerza defensiva y no ofensiva, o que contratasen a su vez a otros jinetes que acudían en su lugar. La mayor parte de los peones o combatientes de a pie procedía de los repartos hechos por todo el reino, reclamando a los Consejos el envío de determinado número de hombres; los Consejos de la parte norte del reino (Ŷillīqiyya, Vizcaya) aportaron gran número de combatientes en esta ocasión, aunque el peso principal lo llevó Andalucía, como venía siendo común a lo largo de la conquista; estos hombres eran pagados al menos en una parte de su sueldo por sus respectivos Consejos, que contribuían de esta forma al sostenimiento de la guerra; eran también comunes los casos en que un mercenario sustituía a un “repartido” a cambio de recibir su soldada más una cantidad que éste le pagaba. La otra parte de los infantes era proporcionada por la Hermandad, que contribuyó con gran número de hombres que en principio iban destacados por ochenta días, aunque la prolongación del asedio en Basţa dio lugar a tres renovaciones; el sueldo de éstos hombres de la Hermandad era pagado en última instancia por los Consejos, por lo que éstos tenían que subvencionar gastos de guerra por dos vías, los repartos y la Hermandad. 
Otro grupo de infantes, aunque menos numeroso, estaba compuesto por los homicianos, que eran hombres que habían cometido un crimen de “muerte peleada” (es decir, combatiendo con su víctima, mientras que si el crimen había sido de “muerte segura” o a traición no había posibilidad de expiación de la culpa) y que podían redimirse a cambio de participar en la guerra; fueron sobre todo gentes del norte peninsular los que más se beneficiaron de esta circunstancia, por un lado por ser zonas muy castigadas por las luchas entre bandos y por otro porque la ley establecía una distancia mínima de 40 leguas entre el lugar donde se cometió el crimen y el lugar donde se expiaba la culpa en la guerra. Completaban la infantería los cuerpos que no participaban directamente en los combates, como eran los azadoneros, herreros, carpinteros, recueros, etc., encargados de talar las huertas, levantar los reales y los puentes, cavar las zanjas, asegurar los caminos, etc. Grupo aparte lo componían los que hacían uso de armas de fuego: por un lado los espingarderos, que cobraban más que un jinete por ser la espingarda cara, valiosa en combate y de difícil manejo; por otro los que manejaban la artillería y fabricaban proyectiles y pólvora, cosa que se hacía en el propio real. 
En muchas ocasiones acompañaban al ejército los voluntarios extranjeros, cruzados que por cumplir la promesa de un voto y por ganarse la indulgencia se unían en la lucha contra los āndalusīes a las huestes castellanas. En esta ocasión, sin embargo, el retraso de las bulas papales, como veremos, debió de reducir mucho su número. Completan el grueso de combatientes extranjeros los mercenarios contratados y los profesionales técnicos, como son los maestros lombarderos, polvoristas, etc. Como podemos imaginar, este grupo tan heterogéneo mostraba también unas motivaciones y un entusiasmo muy variable. Los nobles, sobre todo los grandes como Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz, unían, a un afán de enriquecimiento y de acumulación de favores reales, un seguramente sincero deseo de llevar a cabo los ideales caballerescos de destacar en el campo de batalla y de defender con las armas la fe cristiana. Semejante espíritu de cruzada es natural encontrarlo en los voluntarios extranjeros. En el caso de los infantes, el entusiasmo y la motivación podían ser bastante menos apasionados. Para los andaluces, es cierto, la guerra tenía un sentido práctico inmediato por cuanto que garantizaba la seguridad de la frontera, con lo que se aprovechaban zonas que antes no eran explotadas por el miedo a las incursiones enemigas, ampliaba la expectativa de alcanzar nuevas tierras, eliminaba la eterna amenaza de ser muerto o hecho prisionero por los ataques āndalusīes, permitía vengar antiguos agravios, y siempre abría la posibilidad de conseguir botín de guerra. Pero a los demás sólo podía dar consuelo a sus penalidades este último motivo, tanto para los homicianos como para los “repartidos”, que habían dejado su trabajo o sus campos sin cultivar por un proyecto regio de completar un proceso histórico cuya significación a duras penas podían vislumbrar. Los recursos materiales, reunidos por los reyes a través de la participación obligada de los Consejos, por un lado, y de un enorme esfuerzo económico de la Corona, por otro, son básicamente de tres tipos: alimentarios (esencialmente cereales y vino), de bastimento (materiales de construcción, herramientas y armas), y animales de transporte y de tiro 
En una economía equilibrada para mantener una situación de escaramuzas fronterizas, el planteamiento de una guerra abierta de carácter ofensivo llevaba consigo un fuerte aumento de los gastos que debía ser compensado inmediatamente por un aumento de ingresos. Financiar la guerra suponía, así pues, buscar unos recursos extraordinarios, es decir, ajenos a los que normalmente percibía la Corona, pues éstos debían seguir sirviendo para el sostenimiento del estado.
Se ha calculado de manera aproximada el costo total de la guerra contra el Reyno de Garnāţa para Castilla en unos dos mil millones de maravedíes, de los que más o menos la mitad correrían a cargo de la Corona. Puesto que con el presupuesto ordinario sólo se costeaban las Guardias Reales, los servicios cortesanos y los acostamientos (ya que eran Ŷirāya/sueldos que se debían pagar hubiese o no guerra), el resto tuvo que ser financiado a través de medios extraordinarios. Éstos incluían varias medidas, pero hay que destacar que la aportación más importante vino del clero a través de la cruzada, la décima y el subsidio. Las dos primeras se obtienen por medio de bulas papales mientras que el último es contribución voluntaria del clero cristiano. La bula de Cruzada fue con diferencia el mayor soporte económico de la guerra, ya que con ella se recaudaron aproximadamente 650 millones de maravedíes a lo largo de la contienda. Se trataba de una limosna o aportación para una guerra santa, beneficiándose quien a ella contribuía de una indulgencia otorgada por el Pontífice; su concesión por parte del Santo Padre permitía su predicación en los territorios castellanos, pero las desavenencias surgieron cuando la Santa Sede pretendió quedarse con una tercera parte para sostenimiento de la lucha contra el turco. La décima obligaba a todos los que gozasen de alguna renta eclesiástica a pagar una parte estipulada para el sostenimiento de la guerra, aunque también aquí la Santa Sede intentó asignarse una cuota, en este caso la mitad. Por estas disputas, en el momento en que se estaban reuniendo las tropas para el asedio de Basţa no se disponía de éstas dos bulas, que no fueron renovadas hasta el 9 de octubre. Las dificultades a que dio lugar esta circunstancia instaron a los reyes a solicitar al Pontífice, una vez acabado el cerco y conquistada la madīnat, una renovación inmediata, y para ello se sirvió de su embajador en Roma Bernardino de Carvajal.
Por su parte, el subsidio, que se comenzó a entregar en 883/1482 y se repitió en 886/1485 y 888/1487, también fue concedido por el clero (éste era voluntario y no intervenía ninguna decisión papal en su recaudación) para ese año de 890/1489; al igual que en ocasiones anteriores, la contribución, repartida entre las diferentes diócesis, se fijó en 100.000 florines, es decir, unos 26 millones de maravedíes. A los judíos y mudaŷŷan/mudéjares, a quienes no afectaba ninguna de las medidas dichas anteriormente, se les gravó con diferentes tipos de impuestos especiales para obligarlos a contribuir en los gastos de guerra. Otro ingreso importante por esas fechas fue la venta de esclavos procedentes del cerco de Mālagah y la confiscación de los bienes de los conquistados; éste tipo de recurso es algo excepcional, pues el caso de Mālaqah no tuvo parangón en toda la guerra. La contribución de los Consejos, como fue apuntado anteriormente, se cifró sobre todo en el envío de acémilas, víveres y hombres y en los Ŷirāya/sueldos que se les adelantaba. 
A pesar de todos estos ingresos, las cantidades muchas veces no bastaban o simplemente no llegaban a tiempo, por lo que fue normal recurrir a empréstitos, la mayor parte de las ocasiones forzosos. Durante la campaña de 890/1489 se acudió a préstamos de diferentes ciudades, que estaban obligadas a entregarlo con la promesa de una devolución en el plazo de un año; normalmente, la contribución recaía entre las personas más ricas de la población, incluidos judíos. También la Mesta tuvo que prestar de manera obligatoria dinero para esa extenuante campaña; la cifra global se fijaba de antemano y luego se repartía por cabeza de ganado poseída. Con todas esas medidas se pudo hacer frente a la larga campaña que se avecinaba. Obviamente, no todos los recursos mencionados se prepararon (muchos ni siquiera se imaginaron) al principio, pero sí es cierto que si bien los reyes castellano-aragoneses pertrecharon su ejército para un cerco difícil, cuando vieron que éste se alargaba y agravaba por encima de lo esperado tuvieron que recurrir a todos los medios a su alcance para no desistir de su objetivo. El 4 de enero de 890/1489, al tiempo que avanzaban con los preparativos para el cerco de Basţa, no descuidaban los reyes Isabel I de Castilla y León y Fernando II de Aragón su política exterior. A principios de año, recibieron en Valladolid a unos embajadores del rey de romanos que, mucho tenía que agradecer a los monarcas castellano-aragoneses por su apoyo en el asunto de la rebelión de las ciudades flamencas. Éstos quisieron deslumbrar a sus invitados para demostrarles que la Corte castellano-aragonesa estaba a la altura de las más importantes de Europa, y celebraron unas fiestas con la mayor magnificencia, suntuosidad y esplendor. Junto con los monarcas se trasladaron a principios de febrero a Medina del Campo, donde ya se hallan el día 7, y desde aquí vuelven a sus países cargados de presentes. El mismo caluroso recibimiento, con fiestas incluidas, dispensaron en esta madīnat de Medina del Campo, ya a mediados del mes de Rabī al-Awwal/marzo, a los embajadores ingleses que venían a ratificar los nuevos acuerdos a que se había llegado después del rechazo de los reyes Isabel I de Castilla y León y Fernando II de Aragón a los preliminares de Londres. Esta vez, cediendo un poco cada una de las partes, la alianza y el compromiso matrimonial se cerraron. La presencia de los embajadores británicos fue la causa de la demora, más allá de lo previsto, en Medina del Campo. De allí salen los monarcas el 29 o el 30 de Rabī al-Awwal/marzo y, tras diversas escalas, llegan a el 13 de abril, desde donde ultiman lo necesario para la campaña (llamamiento a la gente de armas, envío de partidas de carneros para abastecimiento, cobranza de los empréstitos…).
Vinieron los reyes Isabel I de Castilla y León y Fernando II de Aragón, el 22 de mayo llegan a la madīnat de Ŷayŷān, que era el lugar señalado como reunión de las tropas, y después que en la iglesia de Ŷayŷān, con el concurso del clero y de los fieles, se llevó procesionalmente el pendón bendecido con ceremonias católicas y reales, y se celebraron solemnes cultos, y mandando juntar toda su gente en las ciudades de Bayāsa y Ubbadat al-Arab. Parte el 27 de mayo a establecer su real en Sotogordo. Inmediatamente después se hizo un escrupuloso alarde al que se presentaron unos 12.000 caballos ligeros y 50.000 peones. y tuvo que demorarse en Qayšāţa para asegurar sus líneas de aprovisionamiento y después en Sotogordo, a dos leguas de Qayšāţa, en el margen izquierda del wādī Ana Menor, cerca de la cortijada de Chillar, término de Huesa, antigüo anejo de Qayšāţa; exáctamente, entre la cerrada de la Puerta y el pago de Monfortes, en las inmediaciones del que se sigue llamando camino antiguo de Baza, a la espera de sus tropas. Sin embargo, las intensas lluvias provocaron el desbordamiento de los ríos y la intransitabilidad de los caminos, por lo que la reunión del ejército se retrasó ocho días. Finalmente, el 6 de junio se dispusieron las batallas y emprendieron el camino. La comarca bastetana se encuentra rodeada por sierras al noroeste, al este y al sureste, formando una depresión surcada e irrigada por la red fluvial que forma el wādī Ana Guadiana Menor y sus afluentes. Este valle, extenso y feraz, se denomina la Hoya de Basţa
 La madīnat se encuentra muy cerca de la sierra del sureste, llamada Sierra de Basţa, protegidas por tanto sus espaldas, y abierta a una fertilísima la vega que en aquel tiempo dibujaba un abigarrado mosaico de pequeños huertos. La entrada a la hoya se realizó por el cauce del Guadiana Menor, vía de penetración en todo tiempo desde las costas de al-Māriyyat Baŷŷāna y las tierras orientales de Garnāţa hasta la cabecera del wādī-l-Qabīr. Dejó Fernando II, rey de Aragón algunas tropas que vigilasen el camino para evitar que los de Wādī-Aš/Guadiz pudieran atacar los aprovisionamientos, y antes de establecer el cerco sobre Basţa decidió rendir la villa de Suāra/Zújar, que se hallaba a dos legüas de ésta, ya que estaba fortificada y hubiera sido muy peligroso dejar un enemigo a la espalda.
El asedio comenzó entre los días 15 y 18 de junio de 890/1489, si Fernando II, rey de Aragón pensaba que con un cerco y con amenazas la rendición llegaría temprano, los hechos le mostraron que se equivocaba. La resistencia realmente no tenía mucho sentido si no era como acción dilatoria, y si lo fue tuvo un éxito completo. Merece la pena hacer aquí un inciso y hablar de la artillería, verdadera revolución en las técnicas de guerra que se aplicó en la contienda garnāţina. Las batallas de caballería e infantería, como eran las medievales y empezaron siéndolo las primeras de la guerra contra el Reyno de Garnāţa, tienen su sentido cuando se trata de combates a campo abierto. Pero un contendiente que se sabe inferior en número y recursos puede evitar la derrota no saliendo al encuentro del enemigo salvo en escaramuzas, y volviendo luego a posiciones fortificadas, donde la guerra defensiva tiene una considerable ventaja sobre la ofensiva. En estas condiciones, la conquista del Reyno de Garnāţa no se hubiera podido nunca resolver en diez años, pues a pesar de su inferioridad los āndalusīes podían siempre refugiarse en sus murallas, rehuyendo el combate directo.       
Una guerra de asedios y no de incursiones, como estaba destinada a ser ésta, no respondía a la tradicional ventaja de una buena caballería. Sin embargo, la posibilidad de la Corona castellana de recurrir a grandes tropas de infantería y abundantes piezas de artillería daba al traste con las esperanzas de resistencia de los sitiados. En este campo era donde se hacía notar más palpablemente la diferencia de recursos entre ambos contendientes; en cualquier caso, tampoco hubiera sido una ayuda decisiva para los āndalusīes contar con más piezas de artillería, ya que esta arma resulta más efectiva en actividades de ataque que de defensa. Las grandes bombardas abatían las murallas, a pesar de sus limitaciones al sólo poder disparar un proyectil cada hora, y las piezas ligeras como los falconetes impedían que los sitiados las repararan. Al disponer Fernando II, rey de Aragón de suficientes piezas de artillería para el asedio a una gran madīnat como Basţa, la resistencia planteada por Suāra parece locura, sobre todo teniendo en cuenta los no tan lejanos acontecimientos de Mālaqah. Pero los defensores jugaban con el tiempo a favor, y lo sabían. Tras una enconada resistencia de ocho días, combatida por la artillería, con minas y con bancos pinjados y manderetes, que ellos quemaban arrojando líquidos ardientes desde unas calderas sujetas con cadenas, el rey Fernando II, de Aragón tuvo que conceder capitulaciones favorables, pues el tiempo que malgastaba en Suāra lo aprovechaba Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal para reforzar Basţa, y así los defensores consiguieron salvoconductos para pasar a la madīnat bastetana, si lo querían, después de haber logrado su propósito de retrasar al monarca castellano
Con Suāra se rindieron otras ciudades de alrededor, como Bacor y Freila, al noroeste de Basţa y, Qanāliš/Caniles al sureste. Así, retrasado de una parte por la tardía reunión de las tropas a causa de las lluvias, como quedó dicho, y de otra por la empecinada resistencia de Suāra, el rey Fernando II de Aragón dio tiempo, a su pesar, para que Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal reorganizase su defensa y dispusiera las cosas a fin de que Basţa pudiera resistir un prolongado sitio. La madīnat se encontraba fuertemente amurallada: la rodeaba un sólido muro defendido por grandes torres cercanas unas a otras, de las que cuatro eran albarranas que sobresalían un gran trecho de la línea de la muralla, y en la parte de la sierra se alzaba un al-Qaşr poderoso.
Los ríos de la hoya hacían fértil su suelo, de forma que en la entrada o salida natural de la madīnat, es decir, la parte opuesta a la sierra, se extendían espesísimas huertas. En ellas, cada pequeño propietario había construido una torre que defendiese sus tierras y había trazado en ellas multitud de intrincados azarbes; pegados a las torres se habían edificado casas, quintas, granjas y otras pequeñas construcciones para los más diversos menesteres, y en las huertas de los āndalusīes más ricos había fincas, casas de recreo e incluso palacios. Estas huertas feraces garantizaban suministro normalmente no sólo a los bastetanos, sino a otros lugares de la comarca. 
Cuando los castellanos llegaron a vista de la madīnat los defensores ya habían recogido la cosecha, incluso los granos verdes para que no cayeran en poder de los enemigos, y habían acumulado suministro para resistir largo tiempo. A la gente de Basţa, que según un cronista «eran reputados por los más fuertes y aguerridos de todos los garnāţinos, como ejercitados desde niños en las artes de la guerra y forzosamente consagrados á ella por su constante batallar con los castellanos fronterizos» y que según sus seguramente algo exagerados cálculos contaba con 300 jinetes y 8.000 infantes, se habían unido por provisión de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal otras tropas que a juicio del mismo cronista ascendían a 700 combatientes de a caballo y 7.000 de a pie. Estas cifras, que otros incluso hacen ascender a 700 y 20.000 son como veremos después desproporcionadas, pero no cabe duda de que la guarnición fuera numerosa. Al mando de la tropa auxiliar Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal había enviado a su cuñado Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš, el mismo que había pactado en al-Māriyyat Baŷŷāna con el rey Fernando II de Aragón y que tendría una importancia decisiva tanto en la resistencia bastetana como en su ulterior rendición. Como caudillo general de la plaza quedó Mwāmmad ibn Ḥassān, hombre de edad aunque muy fuerte, y AAmed ´Abd Allāh era el tercer jefe, al-Qā´id de las fortalezas de la madīnat.
 
Preparativos del asedio
      Después de la toma de Mālaqah el antiguo Reyno de Garnāţa había quedado dividido en tres partes, cada una regida bajo distinta bandera. Ocupaban los monarcas castellano-aragoneses toda la parte costera occidental: Tākwrwnnā, Marbella, Mālaqah y Balliš desde aquí, su dominio se extendía al norte por al-Ḥamma, Lawša, Ílyora y Muklin, amenazadoramente cerca de la capital. En manos de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, se encontraba la zona centro-oriental, Basţa y Wādi-Aš en el interior y al-Māriyyat Baŷŷāna en la costa, adentrándose incluso en al-Bušarrāt. Por su parte, su sobrino Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Aal-Gālib bi-Llāh (Boabdil), gobernaba la zona oriental fronteriza de los Bāliš, castillo Bayra, y Garnāţa la capital, y ésto con la ayuda del rey Fernando II de Aragón, de quien era vasallo y a quien interesaba sostenerlo en el poder para mantener encendida la rivalidad entre las facciones āndalusīes.
El otro objetivo del rey Fernando II de Aragón era al-Māriyyat Baŷŷāna, madīnat que pensaba tomar sin resistencia gracias a un pacto secreto que mantenía con el caudillo āndalusī de la madīnat, Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš, nieto de Yusūf IV al-Mawl/Abenalmao, por lo que no necesitaba en teoría ni de mucha gente ni de artillería pesada
Fernando II, rey de Aragón creyó oportuno rodear a castillo Bayra con foso y empalizada para que la fortificación de esta madīnat mantuviese fieles a los pueblos circunvecinos, y dispuso todo lo demás necesario para el paso hacia el campo almeriense, propósito que se creía hacedero si se preparaba algún simulacro de ataque para la entrega de la villa de Tabarnaš. Mandó, pues, Fernando II de Aragón llevar las piezas ligeras y más portátiles, a saber: 50 ribadoquines, y examinando atentamente la posición de al-Māriyyat Baŷŷāna, y comprendiendo que el extenso recinto de ésta madīnat rodeado de robustas murallas y antemural, con escasos habitantes, pero en ocasiones bien presidiada con numerosa hueste de infantes y caballos (porque, según costumbre de los āndalusīes, sus escogidos jinetes habían trabado encarnizada escaramuza con los castellano), decidió con su acostumbrada prudencia limitarse a talar la vega para quitar los alimentos a la guarnición.
Al regreso se talaron también en gran espacio los campos de Tabarnaš, por lo inútil de permanecer allí más tiempo para un sitio imposible por entonces.
Recogiéronse luego en castillo Bayra vituallas para ocho días, a fin de talar la vega de la fortísima madīnat de Basţa y probar si se infundía terror a los pueblos circunvecinos con la perspectiva de futuras talas y destrozos, que otros muchos pueblos próximos no habían querido arrostrar. Tal había sido el caso de Uškār, Galayra, Orce, Tíjola, Qūliya y Benamaurel, tan fuertes por la posición como por sus reparos, todas las cuales prefirieron entregarse antes que sufrir los rigores de un sitio.
Los de Basţa, cabeza de aquel territorio, envalentonados, además, con su fuerte guarnición, mientras los soldados de Fernando II, rey de Aragón talaban sus feraces vegas, se atrevían a lanzar contra ellos su caballería, confiados en la numerosa hueste de infantes y caballos que les suministraban, no sólo los ciudadanos, sino Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, además de las muchas fuerzas acantonadas en la próxima madīnat de Wādi-Aš, socorro muy probable en cualquier trance apurado. Dábales mayor audacia para la resistencia el parecerles exigüo el número de las tropas de Fernando II, rey de Aragón para intentar el sitio o para emplazar las máquinas y artillería. En la escaramuza que entre unos y otros se trabó murieron algunos de los castellanos. Entre ellos cayó herido mortalmente por tiro de espingarda el joven Felipe de Aragón, maestre de Montesa, hijo del difunto príncipe de Navarra Carlos. Sintió mucho la desgracia su tío el rey Fernando II de Aragón.
Fernando II, rey de Aragón, que había conocido cuán favorables a los āndalusīes y dañosas para los castellanos eran las escaramuzas de la caballería, y que había resuelto no permanecer allí con el ejército por causa de la peste, volvió a Uškār, confinante con Basţa para luego, repartidas las guarniciones por los pueblos circunvecinos, dirigirse a Lūrqa, siguiendo el curso del Segura en dirección a Mursiyya, donde le estaba esperando la reina.
Por el mismo tiempo, Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, uno de los ´āmires de Garnāţa, penetrando por la sierra de Filabres hasta alcanzar Qūliya/Cúllar de Baza, Fines y Chercos, que resistió. Volvió con sus tropas hacia el oeste y tomó Nariŷa.
También se le entregaron los de Ţurrūš, Ḥamdān y al-Badūl, los de la población de al-Munnakkab se entregó después de un largo asedio en muarran del año 890/1489, que se habían pasado del partido de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Aal-Gālib bi-Llāh (Boabdil) al de su rival, principalmente porque alqaide de Balliš Bernal Francés, era tan aborrecido de la guarnición de ésta plaza, que los que no se resistían a salir a campaña desertaban. Al fin se hubieran marchado todos, a no haber nombrado oportunamente Fernando II, rey de Aragón para el mando de aquella guarnición a su tío el capitán Francisco Enríquez.
No por eso desistió Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal de fraguar en otras partes numerosas intrigas. La ausencia de Fernando II, rey de Aragón en las lejanas provincias de Castilla la Nueva dio pábulo a sus esperanzas de expugnar a Qulīra, cerca de Basţa, así por serie conocido lo endeble de sus murallas, como por constarle la desidia de alqaide Carlos Viedma, puesto por Fernando II, rey de Aragón; pues, además del descuido en reprimir los tumultos surgidos entre los 160 soldados a sus órdenes, se había hecho acompañar de 30 caballos ligeros de gallardo continente para realzar con éste séquito su presencia en unas bodas que habían de celebrarse en ésta madīnat distante poco más de una jornada de Basţa. Como si estuviese seguro de estar lejano el sitio de la villa por los āndalusīes, creía aumentar solemnidad a los demás regocijos nupciales cuando los parientes, según la costumbre de la tierra, acompañaran a la novia desde la iglesia al tálamo.
Tenía Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal conocimiento de todo ésto, y así puso repentinamente cerco a la villa de Qulīra con 800 jinetes y a 10.000 infantes. Luego, sin detenerse, repartidas en torno las tropas, arrimó las máquinas de guerra a la parte más flaca de las murallas, sabiendo que su gente no había de tropezar con obstáculo alguno de fosos o trincheras y convencido de lo vano del intento de la defensa desde lo alto, porque no podía asomarse a las almenas hombre alguno sin que le alcanzara la nube de venablos, de piedras lanzadas por las ballestas o de tiros de espingarda.
Fácil fue, por consiguiente, a la numerosa hueste de los āndalusīes excavar los cimientos de las murallas, y aumentaba la facilidad la presencia del ´Āmir con sus excitaciones y ofrecimientos de honores y recompensas, que redoblaban el esfuerzo de los sitiadores al paso que hacían más crítica la situación del puñado de defensores, ya muy desesperanzados de poder rechazar a los enemigos. alqaide del castillo Carlos Viedma, por su parte, juzgando inútil la resistencia de los castellanos, les aconsejaba que se refugiasen en él. Al oírlo, cierto veterano llamado Covarrubias, capitán de 25
espingarderos, exclamó:
«¡Vergonzoso y funesto recurso nos propones, alqaide; pues así nuestra cobardía facilitará a los āndalusīes la ocupación de la villa que, con nuestro esfuerzo podríamos hacer dificilísima. Retírense en buen hora los poltrones; más los que se precian de valientes, síganme!»

Todos los presentes marcharon en pos del animoso anciano a resistir en la brecha abierta en la muralla a los āndalusīes, que con alegre vocerío les amenazaban con la muerte. Aunque gravemente herido en el muslo el viejo adalid por un tiro de ballesta, su extremada bravura excitó a los jóvenes a tan supremo esfuerzo de valor, que en la misma entrada del portillo arrancaron la vida a multitud de enemigos. La inminente ruina de una torre situada en el ángulo de la muralla y minada por los āndalusīes, en nada disminuyó el arrojo de aquellos valientes, pues en espera del socorro de los capitanes de las guarniciones cercanas, y especialmente del corregidor Luis Fernández de Portocarrero, cavaron en las estrechas calles de la villa fosos protegidos de trecho en trecho por estacadas y trincheras, para hacer allí tenaz resistencia al enemigo.
Cinco días con sus noches y sin interrupción se combatió encarnizadamente cuerpo a cuerpo en los portillos abiertos en el muro, con gran esfuerzo de los defensores, rendidos por tan prolongado insomnio. Triunfó al cabo su constancia. La inútil tentativa costó la vida a 500 āndalusīes y más de 1.000 quedaron gravemente heridos. La mayor parte de los defensores salieron heridos; pero sólo cinco murieron. Los āndalusīes, al saber la llegada del adalid Luis Fernández de Portocarrero en socorro de los castellanos, levantaron el sitio y se volvieron a Basţa con daño considerable
Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Aal-Gālib bi-Llāh (Boabdil), sujeto a dirigir el gobierno de madīnat tan importante y de un pueblo desgarrado por las facciones, quedaba menos libre para atender a las demás exigencias de la guerra, tanto más cuanto que si evitaba confiscar los bienes a los ciudadanos no podía pagar sus soldadas a las tropas. Además, no se atrevía a recurrir a su tío, que cobraba mayores rentas y disponía de caballería no despreciable, por temor a que durante su ausencia la deslealtad de los ciudadanos se desbordase y no le permitieran la entrada al volver.         
Todo esto dificultaba mucho la seguridad de su dominio, principalmente porque Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal (como los reyes castellanos al marchar a Castilla sólo cuidaron de guarnecer durante el invierno las ciudades y villas poco antes ocupadas, no dejando a la caballería otro recurso en aquellos sitios montañosos y cubiertos de nieve más que el de permanecer encerrada dentro de las murallas) retenía en su poder a Wādi-Aš, Basţa y al-Māriyyat Baŷŷāna, con otras muchas villas y fortalezas. Por traición se le había entregado Ḥamdān, villa fortísima, próxima a Garnāţa, y tāli´a/atalaya desde la que su guarnición observa a cuantos campesinos salen de la madīnat, siéndola fácil atacarlos a su capricho hasta al otro lado de los ríos que en el wādi Šanīl desembocan; de modo que en cualquier época del año un puñado de jinetes pueden, atravesando los vados conocidos, destrozar a gran número de garnāţinos, siempre que la guarnición de Ḥamdān tenga libre la salida.
Y el impedírsela no parecía hacedero sino por medio de un estrecho sitio, y con el empleo de máquinas de guerra.
La crueldad de un hombre encargado por Fernando II, rey de Aragón de tener a raya a los āndalusīes de la serranía de Tākwrwnnā fue causa de que algunos se atrevieran a atacar a la guarnición de Gawŷin y a dar muerte a los soldados que la componían. Al punto los vecinos de aquellos pueblos, temerosos de pagar el delito ajeno, cercaron a los pocos ocupadores del castillo. No tardaron tampoco en acudir en auxilio de los vecinos Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz y Juan de Silva, conde de Cifuentes con buen golpe de išbylīyanos; el adelantado de Andalucía Pedro Enríquez, el Conde de Ureña y otros muchos caballeros de Šariš y Istīyya, todos los cuales arrojaron a los invasores de la fortaleza, de cuya custodia se encargó a la gente de Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz.

El cerco de Basţa/Baza
         Durante toda la guerra contra el Reyno de Garnāţa tres eran las formas esenciales de plantear combate: escaramuzas, asedios y talas. Las primeras, que en ocasiones podían derivar hacia batallas más importantes, eran poco significativas en la conquista, ya que los āndalusīes solían rehuirlas cuando se prolongaban, debido a su evidente inferioridad numérica y de recursos, y en cambio eran superiores y podían causar mucho daño en la táctica de guerrillas. Por lo general, el cerco o asedio era la forma principal de conquista y avance durante esta contienda, sobre todo con el apoyo de la artillería, pues sin ésta sólo el hambre, una entrada por sorpresa o aparatos de aproximación a la muralla podían ser aliados de los sitiadores y obligar a los sitiados a rendirse. 
        Durante los cercos el ejército se dispone en unidades o campamentos llamados “reales”, cuyo número y disposición varía muchísimo en cada caso. También la tala era el medio de debilitar al enemigo, no sólo de forma física al disminuir el abastecimiento, sino también psicológica, como se hizo repetidamente en la vega de Garnāţa, pero no era un medio definitivo por sí mismo. Para las talas, al igual que cuando los ejércitos se desplazaban, la formación normal era en “batallas”, grandes unidades de jinetes y peones con una cierta autonomía. Al llegar, el 20 de junio, ante los frondosos huertos de Basţa, Fernando II, rey de Aragón sentó el real algo apartado, por el temor de entrar en ellos sin antes haberlos reconocido. Pero varios inconvenientes denunciaban a las claras las desventajas del emplazamiento. Por un lado, los de Basţa no se hallaban totalmente impedidos para salir y entrar de la madīnat, lo que hacía inútil el cerco, y lo que es peor, les permitía realizar sus escaramuzas impunemente, al no poder verse bien cuándo salían y por dónde; por otro, y quizás lo más importante, la artillería quedaba de esta manera tan apartada de las murallas que la madīnat se mantenía fuera del alcance de tiro. En esas condiciones el asedio estaba destinado a no tener éxito, y fue por eso que Fernando II, rey de Aragón ordenó el reconocimiento de la vega para asentar el real y colocar las piezas de artillería. Conscientes los āndalusīes de que tal maniobra significaba su ruina salieron a combatir desde al-raba de la madīnat, y en ese enmarañado laberinto de jardines, torres, acequias y barrancos tuvo lugar una batalla cruenta en que reinó la mayor confusión. Los combates casi se hicieron individuales, privados los hombres de ver a sus capitanes o a sus banderas y de escuchar las trompetas o las órdenes, los jinetes se vieron obligados a desmontar, las torres eran asaltadas por unos e inmediatamente quemadas por otros; Fernando II, rey de Aragón, que intentaba socorrer a sus hombres mandando refuerzos, no podía saber en qué parte eran necesarios por la espesura del follaje. Conocedores del terreno, de las entradas y salidas y de los mejores sitios para emboscarse, los āndalusīes sacaban ventaja de este combate cuerpo a cuerpo. Fueron doce horas de lucha extenuante y casi a ciegas, pero al final, superiores en número, los castellanos hicieron retroceder a los āndalusīes y emplazaron el real en la huerta, donde se pasó la noche con más pena que gloria, pues los de Basţa no cesaron de atacar y causar bajas, bien con tiros aislados de espingardas, con lluvias repentinas de flechas o con escaramuzas rápidas que golpeaban y desaparecían. A la mañana siguiente, viendo el peligro en que ponía a su hueste si persistía en su asiento actual, Fernando II, rey de Aragón mandó que el real se instalase en su emplazamiento primero. Se tomaron precauciones para evitar el ataque āndalusī: no se movieron las tiendas hasta que se hubo trasladado todo el equipamiento y las últimas en desmontarse fueron las más cercanas a al-raba de la madīnat. Al apercibirse los āndalusīes del movimiento de retirada atacaron la retaguardia del ejército, pero una salida ordenada, dando cara en ocasiones al enemigo, evitó mayores pérdidas a las tropas castellanas. En cualquier caso, con el abandono de las posiciones de la huerta la primera estrategia del cerco se había revelado un completo fracaso. Fue tal el desánimo y tan desesperada parecía la empresa que Fernando II, rey de Aragón tuvo que debatir con su Consejo si el cerco se mantenía o no, y ciertamente este fue el punto de inflexión de la campaña de ese año y posiblemente del desenlace de la guerra.
Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz, seguramente el principal adalid de las tropas castellanas y cuya valentía nadie podía poner en duda, expuso sus argumentos a favor de levantar el asedio, imposible de mantener por las dificultades en emplear la artillería, y fortificar todas las poblaciones de los alrededores de Basţa, con lo cual se podría decir que la madīnat estaba sitiada, mejor que manteniendo allí el real. En cambio, Gutierre de Cárdenas, Comendador de León y uno de los más allegados a los reyes, era de opinión contraria, ya que desplazar las tropas hacia Wādi-Aš o hacia al-Māriyyat Baŷŷāna resultaba más peligroso que quedarse allí, por el riesgo de ser atrapados entre dos fuegos y atacados por vanguardia y retaguardia, y dar por terminada la campaña significaba otorgar un triunfo tan patente a Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal y que muchos súbditos de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Aal-Gālib bi-Llāh (Boabdil) o mudaŷŷan en territorio castellano se verían tentados de pasarse a sus filas.
No quiso decidirse Fernando II, rey de Aragón sin consultar a la reina, por lo que mandó emisarios a Ŷayŷān para darle cuentas del estado de la situación y solicitar su parecer. La respuesta de Isabel I, reina de Castilla y León fue habilísima y diplomática. Dejó el asunto en el dictamen de su marido y sus consejeros, en cuya prudencia confiaba, pero asegurando que tendrían todo su apoyo logístico y moral si decidieran seguir adelante con el cerco.
De esta forma tácita mostraba su predisposición e interés en la continuación del asedio, pero sin imponer su voluntad parar demostrar que Fernando II, rey de Aragón, a pesar de aragonés, en virtud del tanto monta comandaba las tropas castellanas sin estar sometido a las decisiones de la reina. Se determinó, por tanto, continuar con el cerco.
Sin embargo, visto que establecer el real en la huerta resultaba tan inseguro y donde estaba era poco efectivo, Fernando II, rey de Aragón ordenó asentar dos reales, uno de ellos al mando de Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz, encargado de la custodia de la artillería, tocó como por suerte el puesto militar situado en los montes, con 4.000 caballos y 8.000 infantes, a las órdenes de algunos Grandes, reservándosele a él, el principal cuidado de la estancia para que, con su reconocida actividad, reprimiese las salidas de los de Basţa, por aquel lado más impetuosas, por ser la estancia más distante del principal campamento, así como por la otra de las huertas no se había hecho tala, la madīnat quedaba en medio.
La estancia próxima se dio a los išbylīyanos, que guerreaban bajo el  pendón de Fernando III, rey de Castilla, conquistador de Qūrţuba y Išbylīya y otras muchas poblaciones de Andalucía y siempre afortunados en los combates con los garnāţinos. Por esto Fernando II, rey de Aragón, no olvidando el valor de su ascendiente, encomendó a 600 hombres de armas y a 8.000 peones de aquella madīnat la estancia más apartada del principal campamento, y les dio por caudillo a Juan de Silva, conde de Cifuentes, pronto a arrostrar cualesquiera trabajos y peligros, por la seguridad de que no había de faltarle el superior esfuerzo de la caballería išbylīyana.
         Por las descripciones de los cronistas se deduce que los reales se encontraban, respectivamente, al noroeste y al sureste de la madīnat, es decir, en sus flancos, si consideramos que la sierra, al suroeste, guardaba sus espaldas y que la huerta, al nordeste, constituía su parte frontal.
En línea recta habría entre ambos campamentos media legua, pero como para desplazarse de un real a otro era preciso rodear la madīnat y la huerta, la distancia efectiva entre ambos era de una legua, es decir, unos cinco kilómetros, lo que impedía el auxilio mutuo en caso de ataque de los sitiados.
Las medidas tomadas para salvar esta circunstancia fueron principalmente dos: se ordenó fortificar los dos emplazamientos con zanjas y empalizadas. Creyó Fernando II, rey de Aragón conveniente, mientras se establecía el cerco con fosos y empalizadas, levantar en los intervalos nueve torres de tierra y madera, así para resistir los ataques del enemigo como para refugio en los casos adversos, porque eran temibles la tenaz osadía de los de Basţa y sus repentinas salidas. En cada torre se puso guarnición con especial retén de milicia popular, por haber enviado cada madīnat de Andalucía soldados elegidos de a pie y de a caballo. Y como, con astuta intención, tanto AAmed ´Abd Allāh, al-Qā´id del castillo de Basţa como Mwāmmad ibn Ḥassān, el Jefe de la Guarnición procurasen convencer al pueblo, temeroso de un desastre, de que Fernando II, rey de Aragón no persistiría en el sitio de la madīnat, sino que se proponía hacerlo creer para acelerar la rendición por el terror, mandó que, además de las tiendas levantadas para preservarse del calor del verano, se le preparasen patios espaciosos. Siguieron el ejemplo los Grandes, y tras ellos el resto del ejército, pues hasta las compañías de infantes se proporcionaron alojamientos subterráneos.
Y se decidió afrontar la tarea de la tala de la huerta. La tala era una de las prácticas bélicas que más se pusieron en práctica durante la conquista. La de la vega bastetana fue particularmente penosa y difícil. Gracias a la provisión de Fernando II, rey de Aragón, el camino de Basţa a Ŷayŷān se hallaba bien resguardado de posibles ataques āndalusīes, y por ello fue posible el pronto envío de hombres y herramientas necesarios. La estrategia de la tala fue la siguiente: se situó una guardia en la sierra de modo que dominase la madīnat y entretuviese a los āndalusīes con escaramuzas; en la parte de las huertas se destacaron jinetes e infantes para proteger a los taladores (2.000 y 5.000 respectivamente si hacemos caso a las noticias de los cronistas); detrás de este cuerpo iban los peones encargados de la tala, en número de 4.000. Como es natural, los de Basţa eran conscientes del peligro que suponía la empresa de los castellanos y se afanaron por impedirla. Los encuentros bélicos eran tan constantes y tan encarnizados y la vega tan espesa que no se avanzaba más de diez pasos por día, y esto a un precio elevadísimo en vidas por una y otra parte. Cuarenta días de lucha sin cuartel demoró la destrucción del bosque bastetano.
Desde el principio del sitio fue para los de Basţa funesto presagio el abandono de la próxima villa de Canillas por sus habitantes; los cuales, temiendo a Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, que recorría sus campos, y por librarse de los horrores de un sitio, huyeron del pueblo dejándole presa de las llamas.
Los castellanos se posesionaron del castillo y restauraron en parte las casas; le rodearon de fosos y estacadas y contemplaron con alegría la admirable amenidad de aquel campo y la facilidad que la cercanía les prestaba para llevar a los reales variedad de bastimentos. Asimismo se rindió al citado Conde la importante villa de Freila, y al llegar Diego López Pacheco, segundo marqués de Villena, se le entregó también el enrocado castillo de Bençalema, no lejos de Basţa. Cuando los de esta madīnat y los de la guarnición vieron reforzar los reales, repartir las estancias y edificios a lo largo de los fosos, cada día más y más extendido, y los demás preparativos, amenaza para ellos de trance apurado, empezaron a maquinar diversos planes. Primeramente, discurrieron que algunos del pueblo, por librarse del hambre futura, fingiesen que preferían exponer a sus mujeres e hijos a la esclavitud que a aquel tormento.
Éstos llegaron a los reales y aseguraron que desde los comienzos del sitio había surgido cuestión entre los huéspedes y los vecinos, por afirmar éstos lo insuficiente de todo abastecimiento para la multitud encerrada en la plaza y la seguridad de carecer en absoluto de víveres a los tres meses, y quedar, por tanto, reducidos al último extremo, como había sucedido en Mālaqah.
Por diversos medios habían intentado apaciguar este tumulto el jefe de la guarnición y al-Qā´id del castillo, hombres avisados y nada temerosos de la escasez de mantenimientos, por habérselos procurado en abundancia, convencidos de que, si se levantaba el sitio, alcanzarían grande loa, y en un trance supremo, sabrían tramar algo agradable para el vencedor.
No disgustaba oír estos rumores, porque estaban acordes con los deseos. Entretanto Fernando II, rey de Aragón, secundando la admirable solicitud de Isabel I de Castilla y León, mandó llevar increíble abundancia de provisiones por mar hasta castillo Bayra, y por tierra hasta los reales. Quiso además que permaneciesen a su lado en el campamento mayor el maestre de Santiago Alfonso de Cárdenas; Rodrigo de Mendoza, hijo del Cardenal, caudillo de 1.000 lanzas por su tío Pedro Hurtado de Mendoza; Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla; Diego Fernandez de Córdoba, conde de Cabra y vizconde de Iznájar; Alfonso de Aguilar; el Adelantado de Andalucía, Pedro Enríquez, y otros adalides de la caballería, todos de alta alcurnia.
Pasaba de 6.000 el número de lanzas que con Fernando II, rey de Aragón estaban; de Asturias, Ŷillīqiyya y Vascongadas había venido inmensa multitud de infantes prontos a acudir a repentinos apuros en cuanto corriesen algún peligro los que sitiaban los puntos extremos de la madīnat, por lo cual se había establecido una estancia central en los mayores campamentos. La distancia proporcionaba, sin embargo, a los āndalusīes facilidad para las salidas, porque desde aquéllas, tarde podía acudirse al socorro, y así salían de las huertas, caían furiosamente sobre los išbylīyanos, y muchas veces intentaban exterminar aquella estancia, con la intención, según se cree, de que, flaqueando las batallas castellanas del frente, quedasen inutilizadas las demás fuerzas. Al efecto, hicieron una impetuosa salida el día de San Juan, en uno y otro campo señalado y por costumbre escogido para encuentros guerreros, por lo menos para ejercicios militares. Formidable fue la primera repentina embestida de los de Basţa; pero los puestos avanzados de los castellanos rechazaron con tal arrojo a los audaces āndalusīes, que pudo oponérseles un fuerte escuadrón išbylīyano, mandado por Alfonso de Medina, caballero de Išbylīya, enviado por Juan de Silva, conde de Cifuentes. Mientras tanto, en ese mes de julio recibió Fernando II, rey de Aragón en su real al prior de los franciscanos de Jerusalén que llegaba como embajador del Soldán de Babilonia. 
El motivo de su embajada debió de ser múltiple, ya que los cronistas dan versiones distintas, seguramente porque cada uno sólo conocía o sólo consideró digno de mención un aspecto determinado de la legación. No creo que debamos conceder excesivo crédito al cronista Palencia, que presenta un gobernante egipcio enfurecido y amenazador, indignado por la afrenta que se hacía en Garnāţa a los āndalusīes, dispuesto a dar muerte a todos los cristianos que se hallasen en su territorio y a la destrucción de los Santos Lugares. Debió de existir una queja, es cierto, pues de lo contrario Fernando II, rey de Aragón no hubiera redactado la justificación de la guerra que Ferrante de Nápoles transmitió a Egipto, pero sin duda fue menos virulenta de lo que el cronista presenta y más dictada por el compromiso moral que por la propia convicción.
No debemos olvidar que Qa’it Bey necesitaba el apoyo castellano-aragonés, tanto por el suministro de trigo como por el arrendamiento de las carabelas. Otras cuestiones que los embajadores traían consigo eran el sostenimiento de los Santos Lugares, que necesitaban recursos económicos, y una petición de ayuda de Egipto, seguramente para estrechar los lazos comerciales ante la amenaza turca. Los reyes asignarían a los frailes de los Santos Lugares una renta anual de mil ducados. Merece consideración la carta en que los reyes argumentaban al Soldán las motivaciones de la guerra, pues es una muestra clara de la extraordinaria habilidad diplomática de los monarcas castellano-aragoneses, o si se quiere de su capacidad para retorcer los argumentos en su favor. 
La mayor parte de la financiación de la contienda garnāţina se logró gracias a la concesión apostólica de las bulas de Cruzada y de décima, concesión que sólo era posible si previamente se designaba la conquista como «al-ŷiād/guerra santa». Los planteamientos de los embajadores castellanos en Roma para conseguir esta denominación se basaban en el problema, largamente debatido, de la guerra justa contra los infieles y en la consideración de la conquista como una recuperación de tierras antiguamente usurpadas ilícitamente por medio de violencia, y en este sentido es esclarecedor el discurso que Bernardino de Carvajal pronunció ante la Congregación de cardenales justo al término de este asedio.
Sin embargo, los argumentos empleados en su justificación ante el Soldán de Babilonia son totalmente diferentes: no se planteaba la guerra como de religión ni como de conquista. Simplemente se trataba de castigar a un reino vasallo que se negaba a cumplir sus deberes de vasallaje. Aunque tomado por los pelos, el planteamiento no faltaba a la verdad, puesto que desde 1236 el Reino Naşrī había aceptado su condición de vasallo de Castilla y pagaba un tributo, y este acuerdo nunca había sido roto, si bien es cierto que el tributo dejaba de pagarse los años en que la Corona castellana no tenía fuerza para reclamarlo.

Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Aal-Gālib bi-Llāh (Boabdil) supo reprimir con mano fuerte los tumultos de los que sostenían que si se observaba la religión de Mwāmmad, debía auxiliarse a los de Basţa. Hizo degollar a muchos; mandó arrasar las casas y exterminar las familias de los que furtivamente habían huido a Basţa o a Wādi-Aš; por cartas y mensajeros aconsejó a Fernando II, rey de Aragón que persistiese en el sitio, y disipó sus temores de todo socorro por parte de los garnāţinos. Al mismo tiempo 70 caballeros castellanos, ansiosos de tentar la suerte, obtenida licencia de Fernando II, rey de Aragón y mandados por un adalid sagaz y conocedor de los caminos, marcharon en dirección a al-Māriyyat Baŷŷāna a remotos lugares, en donde ninguno de los agrestes moradores de aquellas escabrosas e inaccesibles montañas hubiese creído que pudiera penetrar el enemigo sin ser sentido por los corredores y rondas. Más los castellanos, parte originarios de Lūrqa, parte de Išbylīya, hombres muy astutos para burlar la vigilancia de las guardas y centinelas, acometieron repentinamente a los āndalusīes, seguro de todo ataque, y con gran presa de ganado volvieron a los reales, llevando cautivos a los pocos hombres que encontraron por los campos. 
A su ejemplo, otros muchos, con licencia de Fernando II, rey de Aragón, se lanzaron a invadir los pueblos y aldeas próximos a Wādi-Aš, cuyos moradores se creían seguros de toda entrada repentina. Dispuesto un escuadrón de 250 de a caballo y 500 de a pie, en su mayor parte išbylīyanos, llegó por extraviados senderos, sólo conocidos del habilísimo guía, hasta los más recónditos lugares de los valles, de modo que al amanecer cayeron los castellanos sobre los enemigos que recorrían los campos; se apoderaron de algunos y se llevaron buen número de rebaños. Los āndalusīes que lograron refugiarse en los poblados y en las torres que acostumbran levantar en los campos, avisaron a los suyos con humaredas del desastre sufrido. Inmediatamente salieron de Wādi-Aš tras el rastro del enemigo 300 jinetes escogidos y multitud de infantes; pero los castellanos, atendiendo previsoramente a la propia salvación, hicieron adelantarse a los soldados que conducían la presa hacia un monte que ofrecia completa seguridad. Creyeron los peones de Wādi-Aš que podrían adelantárseles, y a toda carrera se encaminaron allá por senderos de ellos conocidos; pero viendo los castellanos que sus vidas corrían peligro si no hacían frente a los āndalusīes, ya muy próximos, mientras les duraba la fatiga del largo caminar, formaron sus batallas y con fuerte empuje arremetieron contra los más avanzados, derribándoles y dándoles muerte, e hirieron o pusieron en fuga a los que iban llegando, y, destrozada la mayor parte de la caballería andalusī, revolvieron contra los peones, ya casi sin resuello. El conocimiento del terreno libró de la muerte a muchos que escaparon por extraviadas sendas; pero quedaron allí sin vida 300 āndalusīes de Wādi-Aš. A pocos días volvieron los castellanos a las cercanías de Wādi-Aš, pero no consiguieron gran triunfo, teniendo que contentarse con alguna presa de ganados y unos veinte cautivos de ambos sexos que llevaron a los reales. 
De tal modo se había apoderado el miedo de los moradores cercanos a Wādi-Aš, que sólo encerrándose en sus casas cobraban algún respiro. Los de la madīnat, más acobardados por los descalabros sufridos, y ante el temor de las emboscadas, salían más flojamente contra los castellanos, lo cual fue causa de la ruina de muchos poblados. Y asólo al amparo de las murallas de Wādi-Aš se creían seguros los campesinos.
Mientras así se tenía en jaque a los de Wādi-Aš, los aguerridos āndalusīes de Basţa procuraban con sus frecuentes escaramuzas hallar medio de alejar a los castellanos, al menos de las cercanías de las huertas. Con este intento, no había día que no les acometiesen, y con tanta mayor audacia cuanto que, la estancia frontera a las huertas estaba muy distante del principal campamento.     
A fines de Julio, el anhelo de los de Basţa por empeñar combate halló ocasión propicia en iguales deseos de los išbylīyanos, a quienes aburría toda tregüa en el guerrear, aunque las condiciones de la estancia exigían aguardar la acometida, mejor que iniciarla, por ser temerario penetrar en las espesas arboledas de las huertas, bien defendidas por tapias y torres.
          El día 27 del mismo mes, sin embargo, salió por aquella parte con terrible ímpetu una multitud de āndalusīes y rompió la formación de las primeras filas de la estancia. Acudieron al punto unas tras otras fuerzas de išbylīyanos, y creyendo Alfonso de Medina que pronto llegaría el resto de las tropas, se adelantó confiadamente a todo galope con un pelotón de caballos escogidos e hizo frente a los āndalusīes. Pero adalid de los demás escuadrones, como estupefactos, detuvieron la marcha, y entonces los āndalusīes que peleaban con la vanguardia castellana fueron estrechándola más y más hasta poner en grave aprieto a aquellos pocos. Resistieron, sin embargo, tenazmente hasta que de los principales y más lejanos campamentos acudieron a todo correr fuerzas respetables y excitaron a los vacilantes a acudir al socorro de sus compañeros de armas. Con su venida, los de Basţa tuvieron que declararse en retirada en dirección a las huertas; perdieron muchos soldados en la fuga, y no hallaron en las torres el seguro que buscaban, porque por los puentecillos echados sobre las acequias y por las mismas callejuelas de los edificios, āndalusīes y castellanos hallaron camino hasta lo más recóndito, ya en la parte más defendida y próxima a las murallas.
Los de Basţa, quebrantados por el grave descalabro, interrumpieron por algún tiempo sus algaradas, y los castellanos le aprovecharon para extender el foso y protegerle con estacada hasta la estancia de Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz que, miraba al lado opuesto de la madīnat, contiguo a los montes, a los que cada día iban aproximándose más, a fin de ocupar el manantial del Hinojo, de que los de Basţa se surtían. El agua de los pozos de la madīnat no bastaba en verano para el abasto de la multitud, y como cenagosa, causaba graves trastornos gástricos en los que la bebían.
Vino a agravar la situación la previsora medida de Fernando II, rey de Aragón de desviar el curso de las acequias que repartían por las huertas aguas cristalinas y saludables, y hacerlas caer en un cauce que las tropas fueron excavando por la campiña baja. De este modo, los que en la madīnat miraban por su salud y los que presidiaban el castillo no contaban con más agua potable que la de la Fuente del Hinojo. Para unos y otros fue esto motivo de incesante lucha, porque los castellanos trabajaban por privar a los āndalusīes de la ventaja del copioso manantial, y ellos por rechazar los obstáculos que les oponían. Los āndalusīes con ingenioso artificio construyeron una máquina sobre fortísimas ruedas, capaz para proteger a un número de soldados suficiente para ocupar de pronto y quedar con la libre posesión de aquella fuente, nacimiento de un río de cierta importancia. 
No ignoraban que los castellanos tenían preparada artillería para apoderarse de un cerro más alto que la madīnat, llamado Almohacén, en memoria de un santón de aquel nombre muy venerado de los garnāţinos, que acostumbran consagrar así los nombres de los montes, principalmente de los contiguos a las ciudades. Con objeto de estorbar a los castellanos la vista del interior de la madīnat, ya dificultada por la áspera subida del cerro, establecieron allí un fuerte retén, y entre aquélla y la fuente levantaron robusta torre que asegurase a los vecinos el paso para la aguada. 
De noche y por veredas sólo de las āndalusīes conocidas, intentaban acometer a los castellanos por la espalda, mientras fuerzas más numerosas atacaban la estancia de Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz. A finales de julio o principios de agosto se terminó la tala de la vega de Basţa. Si se hubiera tratado de una inmensa llanura, después de tan ingente obra de destrucción se hubiera obtenido la recompensa de controlar por completo a los sitiados, impidiéndoles las entradas y salidas de la madīnat. Pero no era ese el caso. Además de ser la superficie tan extensa, se encontraba tan surcada de cuestas, colinas y barrancos que ni los dos reales ni las guardias intermedias que se montaban servían para que los bastetanos se sintieran efectivamente cercados, ya que gozaban de libertad para salir y entrar impunemente. La obra acometida entonces sobrepasó la anterior. Fernando II, rey de Aragón ordenó cavar un foso que uniese los dos reales, guarnecido con una empalizada y defendido por quince fortificadas torres, entre las cuales, considerando la distancia entre los reales, no podía haber mucho más de trescientos metros. Allí se refugiaban las guardias que vigilaban las salidas de los āndalusīes. 
Para hacer más infranqueable el foso, se desviaron algunos cauces de ríos cercanos hasta llenarlo de agua. De diez a doce mil hombres, al mando del Comendador de León Gutierre de Cárdenas, se destinaron a esta penosa tarea. Apenas se habrían comenzado los trabajos del foso cuando, el 2 de agosto, se produjo el interrogatorio de Musa Tereri, un āndalusī que abandonó Basţa con su mujer y pidió refugio en el campamento castellano. Ciertamente, el paso de desertores de la madīnat al real y viceversa no debía de ser extraño, según la victoria pareciera decantarse más por los de dentro o por los sitiadores y según bascularan los ánimos de los hombres, pero el testimonio de Musa Tereri cobra importancia porque se conserva el documento de su interrogatorio y porque era escudero del caudillo de Basţa. Por él supieron los castellanos que los sitiados tenían suministro (a juicio del interrogado) para menos de dos meses, que los jefes militares de la madīnat, aunque angustiados por la falta de víveres, confiaban en el socorro de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, quien prometía pronto auxilio aunque éste nunca llegaba; supieron también que los combatientes de la madīnat serían aproximadamente unos 400 jinetes y 4.000 infantes y que los habitantes, en total, unos 20.000; por último, también descubrieron a través de su testimonio algunos pasajes secretos por donde los āndalusīes salían y cuáles eran las fuentes que les suministraban el agua. En el asedio de Basţa la artillería no tuvo el papel decisivo que había tenido en otros, el testimonio del renegado también permitió saber que los disparos hacían bastante daño y mantenían a la población aterrorizada. Cuando por fin se terminó de construir el foso y la empalizada, gracias a las muchas guardias que se podían montar con la protección de las quince torres, los sitiados vieron cortadas de manera efectiva las posibilidades de salidas por el lado de la huerta. 
Sin embargo, a pesar de que en la parte de la sierra Fernando II, rey de Aragón había mandado levantar otra torre, los bastetanos tenían suficiente libertad para salir por los intrincados caminos de entre las montañas y sorprender a las patrullas pequeñas de los castellanos y robar los abastecimientos que transportaban. Así, Fernando II, rey de Aragón determinó que se había de cerrar el cerco completamente, incluso en la parte de la sierra. Unir los reales por ese lado era aún más difícil que por el otro, por lo abrupto del terreno y porque por esa ruta los campamentos distaban el doble, dos leguas. La tarea volvió a recaer en el Comendador de León Gutierre de Cárdenas, quien con otros diez mil hombres levantó dos murallas paralelas que unían los reales, dejando una calle entre ellas de unos cuatro pasos, de forma que los castellanos pudiesen circular por ella resguardados tanto de los ataques de los de Basţa como de los que pudieran intentar entrar en la madīnat en su auxilio. Aunque los cronistas no dan fechas exactas, por sus referencias podemos calcular que hasta muy avanzado septiembre o empezado octubre no se debió de terminar esta ingente obra. 
Durante la construcción del cerco se produjeron, como es evidente, numerosas batallas, enfrentamientos aislados, escaramuzas y acciones heroicas Muchas de estas acciones se producían porque durante un asedio hay pocas oportunidades de botín, muchas menos que en la guerra de escaramuzas, sobre todo si al final se produce una capitulación generosa por parte del vencedor. Algunos nobles e hidalgos, deseosos tanto de este botín como de la fama se aventuraban en poblaciones cercanas (o no tan cercanas, pues en una de ellas llegaron a las inmediaciones de Wādi-Aš. También el tedio hacía que se aceptasen los desafíos de caballeros āndalusīes para combates singulares o enfrentamientos de tropas poco numerosas. Sí resulta interesante destacar que Fernando II, rey de Aragón era consciente de la ventaja que conseguían los āndalusīes en este tipo de guerra de escaramuzas, por lo que durante el asedio intentó tomar medidas para evitar estos combates. Esas energías eran necesarias para, por ejemplo, evitar la ayuda que les podía llegar desde Wādi-Aš. Y es que, si bien durante la construcción del foso y la muralla no hubo ningún intento de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal por asistir a los de Basţa, ahora, que se estaba finalizando, un destacamento intentó romper el cerco y entrar avituallamiento en la madīnat. La inactividad del ´Āmir āndalusī hasta ese momento pudo ser debida al miedo de perder posiciones con respecto a Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Aal-Gālib bi-Llāh (Boabdil) si dejaba plazas desguarnecidas o a la convicción de que no era posible apretar un cerco efectivo a una madīnat tan bien protegida como Basţa, tanto por medios naturales como por artificiales. 
El intento de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal tuvo éxito parcial, ya que una parte del destacamento consiguió entrar en la villa con víveres. Esta actividad del ´Āmir de Wādi-Aš tuvo como efecto que algunos súbditos de su sobrino, descontentos de la indiferencia de éste, se pasaran a su bando o que incluso intentasen entrar en Basţa para apoyar a sus compañeros sitiados. Pero Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Aal-Gālib bi-Llāh (Boabdil) castigaba estos intentos con severas penas, encarcelando a los familiares de los que abandonaban Garnāţa, y seguía aceptando el dinero que le remitían los reyes Isabel y Fernando El 7 de agosto Fernando II, rey de Aragón sacó de los reales algunas fuerzas en intencionado desorden, y dispuso de tal modo las celadas, que cuando más encarnizadamente se peleaba por ambas partes, otras fuerzas castellanas coparon el mayor número de los āndalusīes, quedando en su poder más de 200, que no pudieron escapar. Tan dura fue la lección, que desde aquel día ya decayó notablemente su arrojo. 
A fines del mismo mes volvieron a acometer a los castellanos con furia, y otra vez salieron bien escarmentados, porque después de encarnizado combate, los išbylīyanos, antes de que pudiesen refugiarse en las torres y caseríos, hicieron en los āndalusīes gran estrago en hombres y caballos, sin más daño por su parte que la pérdida de cuatro de los primeros y otros tantos de los últimos.
Observaban AAmed ´Abd Allāh, al-Qā´id de las fortalezas de la madīnat y el Caudillo general de la plaza Mwāmmad ibn Ḥassān, ambos hombres muy sagaces, que el pueblo, profundamente aterrado, se lamentaba en secreto, y a veces hacía públicos sus exagerados temores de peligros al ver a Fernando II, rey de Aragón persistir en el sitio de la madīnat con más tenacidad de lo que creían. Lloraban, los habitantes de Basţa la desgracia de tantos esforzados conciudadanos, pues llegaba a más de la mitad el número de guerreros āndalusīes muertos en la guerra, quedando apenas unos 400 de los 1.000 que antes se contaban. Venían a empeorar la situación las enfermedades contagiosas producidas por el excesivo cansancio y agravadas por la disentería. 
No había la menor esperanza ni de refuerzo de la guarnición, ni de mayores aprovisionamientos. Fuerza les fue apelar a una entrevista con dos caballeros castellanos, a quien conocían muy bien de los pasados encuentros. Además, uno de ellos, Pedro de Paz había estado tiempo atrás cautivo en Basţa en poder de AAmed ´Abd Allāh al-Qā´id, y por su carácter afable se había ganado sus simpatías y las de su mujer. Formadas ya por ambas partes las batallas, al tiempo que los āndalusīes parecían disponerse a empeñar combate y los castellanos observaban sus planes, hicieron los de Basţa señal de pedir parlamento. Previo permiso de Fernando II, rey de Aragón, los dos caballeros citados se avistaron con el Caudillo Mwāmmad ibn Ḥassān y con AAmed ´Abd Allāh al-Qā´id del castillo. En la entrevista se convino que, contando con la licencia de Fernando II, rey de Aragón, pudiesen permanecer sobre seguro dos días en la madīnat los dos caballeros castellanos, para tratar más detenidamente de las muchas cuestiones que habían de resolverse. Accedió Fernando II, rey de Aragón a la propuesta, y al punto entraron en la madīnat acompañados de sus guías, que por el camino les insinuaron con gran astucia los siguientes motivos de la entrevista. Sabían, les dijeron, que Fernando II, rey de Aragón estaba por muchas razones convencido de que dentro de pocos días la escasez de vituallas les obligaría a rendirse, porque en vano sería insistir en el sitio confiando en otra eventualidad que no fuese aquélla. 
Ni los vecinos ni la guarnición temían engañarse cuando se reanudaran las hostilidades si, permaneciendo ellos en la madīnat, la derrota de Fernando II, rey de Aragón, empeñado en prolongar el sitio, no acarreaba daños sin cuento. Por lo cual, así como en ninguno de ambos campos debía dudarse de los infinitos trabajos de que había de ser causa la ofuscación de Fernando II, rey de Aragón, así el conocimiento de la verdad haría que se consultase a ambas partes una vez convencido de la falsedad de los informes de los que anunciaban la absoluta e inmediata carencia de vituallas. Estas consideraciones les habían aconsejado pedir entrevista y poner de manifiesto el acopio de todo género de subsistencias en la madīnat, además de las provisiones particulares de los vecinos, imposibles de averiguar en tan corto espacio de tiempo, por haberlas hecho cada uno mucho tiempo antes en cantidad suficiente para las necesidades de sus casas. Inmediatamente se trasladaron todos a al- fúndak/alhóndiga, donde vieron almacenada inmensa cantidad de trigo, cebada, mijo y maíz. Asimismo los del castillo pusieron de manifiesto gran número, de vasijas llenas de aceite y de vinagre, y además sal, garbanzos, lentejas y otras legumbres alimenticias. Al día siguiente, vistas ya por los castellanos las provisiones, regresaron al campamento con varios criados portadores de regalos para Fernando II, rey de Aragón, consistentes en un brioso corcel con ricas mantillas, a la usanza de los que montan los ´āmires de Garnāţa, o sea, con una preciosa adarga pendiente de la silla. Además una piedra preciosa, más notable por su tamaño que por su calidad. Cuando el Fernando II, rey de Aragón vio estos presentes y escuchó después lo tratado en la entrevista, tan diferente de lo que al principio se creyó tratarían, mandó devolver los regalos a los de Basţa y decirles que los castellanos solían aceptar con gusto los de los amigos, pero no los de los enemigos, y hasta darlos a personas que por ningún mérito se habían hecho acreedores a ellos. De un enemigo terco jamás debían aceptarse sin que precediese humilde obediencia y el arrepentimiento de su pertinacia. 
Así, pues, podían guardarlos en buena hora juntamente con la madīnat, hasta que se viesen obligados a perder cuanto entonces trabajaban por conservar. Con esta respuesta regresaron los āndalusīes a su madīnat, llevándose el caballo, las joyas y los demás presentes. Es fama haber dicho AAmed ´Abd Allāh al-Qā´id que con aquello se había hecho más lo que agradaba a Fernando II, rey de Aragón que lo que le convenía. Por lo que después sucedió pudo conjeturarse que dijo esto porque tanto él como Mwāmmad ibn Ḥassān el Jefe de la guarnición creyeron poder sacar de las entrevistas con Fernando II, rey de Aragón algo beneficioso para ellos, siempre que no se hablase de la futura rendición de la madīnat. Los que habían asegurado que los sitiados no tardarían en padecer hambre decían a Fernando II, rey de Aragón que los montones de trigo y cebada estaban preparados sobre aparejos interiores y las vasijas de aceite contenían agua hasta la boca. A estas afirmaciones hizo prestar crédito el que los de Basţa enviaron por aquellos días a Wādi-Aš a un mensajero muy conocedor de los caminos, con cartas de AAmed ´Abd Allāh al-Qā´id, de Mwāmmad ibn Ḥassān el Caudillo mayor, de Nayal, persona muy influyente, y de otros muchos ciudadanos, en que, tras larga relación de los trabajos sufridos hasta la fecha, acababan por pedir refuerzos. 
Todo podrían tolerarlo por algún tiempo, decían, siempre que no les faltasen vituallas, cuya escasez les amenazaba con hambre funesta si el cruel y pertinaz enemigo oprimía durante todo el mes de octubre a la multitud encerrada en Basţa. Cogieronlo en mitad de la noche al portador de las cartas, y se lo llevaron a Fernando II, rey de Aragón. En ellas vio confirmadas las noticias acerca del hambre que se esperaba. Frustrados estos ardides, los de Basţa volvieron a sus frecuentes salidas, aunque esta vez con más cautela que anteriormente, por verse cada día, con más facilidad detenidos por los castellanos y no tener libre la salida sino hasta las plazas adyacentes. Allí se reunía con frecuencia gran número de jinetes y peones, aguardando un descuido de los castellanos para acometerlos, aunque en vano, porque en la opuesta estancia de Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz, nada se hacía con temeraria imprevisión ni sin maduro consejo, y la artillería ligera (porque para las piezas grandes no había espacio suficiente) destrozaba en derredor a cuantos enemigos se aproximaban. No quedaba otra esperanza a los āndalusīes que las lluvias otoñales y la estación tempestuosa, iniciada a fines de septiembre con tan horribles huracanes, que durante dos semanas hicieron intolerable a los castellanos la permanencia en el campamento, con gran alegría de los āndalusīes, muy envalentonados al ver realizados sus deseos. 
Más durante el mes de octubre un tiempo sereno y apacible compensó a las tropas castellanas de los trabajos sufridos en las pasadas tormentas. Pareció haber dispuesto que a aquellas lluvias sucediesen en todas partes cerca de cincuenta días de una serenidad poco frecuente, durante los cuales pudo sembrarse en las tierras ya preparadas por el arado. También se recibió en los reales increíble cantidad de provisiones, suficientes para muchos meses. Diariamente entraban en los reales más de 1.000 acémilas, cargadas de trigo, cebada y otras vituallas, para la alimentación y para las demás necesidades de las tropas castellanas. Por su parte Fernando II, rey de Aragón había mandado arar y sembrar la mayor parte de la campiña de Basţa, dando así a sus habitantes los más patentes indicios de su propósito de continuar el sitio. La reina, tan avisada y previsora, trabajaba sin cesar porque no faltasen las pagas de los soldados, o por lo menos, hallaba ingeniosos medios de hacerlo verosímil. Así, colmándolos de elogios a fin de halagar sus esperanzas, mandó que acudiesen de todas partes a madīnat Ubbadat al-Arab acuñadores de moneda, aparentando el propósito de convertir las vajillas de plata de su palacio y las de los cortesanos en reales para repartirlos entre los soldados.          
Cuando los de Basţa tuvieron conocimiento de todo esto por sus espías, y vieron los campos enteramente sembrados en espera de la futura cosecha, se convencieron de que el sitio duraría aún otro semestre. Vino a confirmar sus sospechas la orden de Fernando II, rey de Aragón para que acudiesen a suplir bajas y a reforzar las milicias todos aquellos Grandes que, con su permiso, permanecían desde el principio en los más apartados lugares de Castilla y León. Llegó, pues, al campamento el duque de Nájera Pedro Manrique con 150 hombres de armas escogidos. Siguiéronle después el Duque de Alba Fadrique, con 300 lanzas; el almirante Fadrique Enríquez, con 250, y con 100 el Marqués de Astorga, pariente también de Fernando II, rey de Aragón
Los Corregidores de las ciudades enviaron asimismo otros contingentes, con lo que alcanzaron los refuerzos el número de unos 2.000 caballos. Podemos decir que a partir del momento en que se completó el cerco alrededor de la madīnat la estrategia seguida por Fernando II, rey de Aragón fue doble: intentos de negociaciones con los jefes āndalusīes, sobre todo con Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš, que era hijo de Ibn Selim ibn Ibrāhīm AZacari, infante de al-Māriyyat Baŷŷāna y nieto de Brahim ibn Almao AZacari, llamado al-Naŷŷār, ´Āmir de Garnāţa, descendiente de Mwāmmad I ibn Naşr al-Amar; y táctica de castigo tanto de orden físico, por el hambre, como moral, por la desesperación. Casi nos atreveríamos a llamar “guerra psicológica” a la que se produjo durante el otoño de 890/1489 en el cerco de Basţa. De Alemania, de Francia y de diversas partes del mundo llegaron asimismo por entonces a los reales algunos caballeros nobles, ansiosos de combatir contra los āndalusīes, y seguramente hubiera acudido considerable número de fieles, si el Papa no hubiese suspendido la indulgencia plenaria en los años anteriores concedida a cuantos contribuyesen al mayor éxito de la campaña. Los sitiados pasaban muchas penalidades, y de hecho el campamento castellano estaba lleno de mudaŷŷan renegados que se habían rendido a título individual, pero no menos pasaban los sitiadores, hasta el punto de que las deserciones eran numerosas e incluso había quienes se pasaban a la madīnat, confiando en una mejor situación. 
Los caudillos āndalusīes animaban a los suyos diciendo que el cerco no podría mantenerse más tiempo por causa de las lluvias y nieves que suelen asolar esa comarca en invierno; Fernando II, rey de Aragón mandaba sustituir las tiendas provisionales del real por construcciones sólidas de ladrillo y teja, demostrando así su intención de quedarse y sus medios para combatir el frío; en la madīnat se rumoreaba que los castellanos no tenían más provisiones que ellos; Fernando II, rey de Aragón había ordenado realizar labores de siembra y la reina continuaba mandando cargamentos de vituallas.


       La lluvia de otoño hacían temibles para los castellanos, a este consuelo apelaban así Mwāmmad ibn Ḥassān el Caudillo mayor de Basţa como AAmed ´Abd Allāh al-Qā´id del castillo, asegurando que Fernando II, rey de Aragón aparentaba querer prolongar el sitio hasta durante el invierno, en la creencia de que los de Basţa agotarían sus provisiones, por haberle dicho algunos que los víveres almacenados, así por el común como por los particulares no alcanzarían sino hasta fines de octubre. Y tanto los vecinos todos como los huéspedes sabían cuán engañado estaba sobre este punto. Las lluvias otoñales, siempre borrascosas en aquellas tierras, bastarían para obligar a los castellanos a desistir de la prolongación del sitio. Un hecho de importancia trascendental y que convirtió el cerco de Basţa en uno muy diferente de los otros durante la conquista del Reyno de Garnāţa. Por la situación de Basţa, en una hoya entre ásperas sierras, por la cuantía de las tropas, en el límite organizativo de un ejército aún con estructura medieval, y por la duración del asedio, éste jamás hubiera podido tener éxito sin la provisión de la reina, que desde Ŷayŷān no cesaba de enviar suministros, hombres y materiales necesarios para sostener el real. Las disposiciones para la recogida de víveres, naturalmente, se hacían con mucha antelación antes de cada campaña, y desde principios de ese año de 890/1489 se libraban las órdenes de compra de cereales, las cartas de guía y seguros de pastores encargados de llevar el ganado. Pero es a partir de junio cuando se da la mayor actividad. La reina había prometido que si se mantenía el cerco ella vigilaría por que no faltase el suministro, y realmente se esforzó en tomar todas las medidas necesarias para ello. Alquiló, según el cronista Pulgar, 14.000 animales de carga; esta cifra no debe ser tomada al pie de la letra, pues al hablar de cierto número de animales seguramente se refiere a número de transportes realizados, pero es significativa del esfuerzo organizativo de doña Isabel; prohibió la venta de cereales desde Andalucía a otros lugares antes de saber si eran necesarios para el sostenimiento del real; ordenó ventas obligatorias de trigo, cebada y ganado a la Corona para abastecimiento de los del cerco; y se encargó de la importación de cereales de otras zonas de Castilla y de otros lugares cuando comenzó a escasear en Andalucía. El transporte de las vituallas, entre las sierras, no era tampoco tarea fácil: había que hacer transitables los caminos que las lluvias otoñales borraban, había que construir puentes sobre los torrentes y arroyos, sólo se podían usar recuas y arrieros, pues no había posibilidad de emplear carros, era necesario proteger el camino de los salteadores āndalusīes que podían llegar desde Wādi-Aš, había que alojar a los animales y a los arrieros durante el camino. 
            Por otro lado, era fundamental mantener el precio de los alimentos en el real, ya que las tropas debían pagarlos con su dinero y no se podía permitir fluctuaciones que dieran pie a amotinamientos. El precio de venta era, así pues, constante en el real, y con él sólo se sufragaba la mitad aproximadamente de los costes de compra y transporte, pues la carestía del cereal por la mala cosecha del año anterior había elevado mucho los precios. A esto hay que añadir las pérdidas de cereales por desperdicio o extravíos, y así se comprende que el esfuerzo económico que tuvo que realizar la Corona fue ingente. La reina tuvo que acudir a los préstamos, siendo notorio, aunque sólo sirva como anécdota, que se vio obligada a empeñar sus joyas como garantía de un empréstito de la madīnat de Balansiya: 20.000 florines de oro por el collar, 35.000 por la corona y 5.000 por una garantía del tesorero; en total, 60.000 florines, es decir, 315.551 maravedíes

La Rendición
          La rendición, el golpe decisivo en esa guerra psicológica fue la llegada de la reina al real, el 5 de noviembre de 890/1489. En realidad, cuando en octubre se terminó de cercar toda la madīnat y la artillería no tenía el impedimento de la huerta para tomar posiciones, la resistencia de Basţa no tenía razón de ser. Se podía tardar más o menos, pero si los sitiadores persistían la villa sería suya. La única esperanza de los de dentro era provocar de tal modo el cansancio de los castellanos que Fernando II, rey de Aragón cejara en su empeño.
Durante el mes de octubre Fernando II, rey de Aragón había estado solicitando su presencia, hasta que por fin se avino e hizo su entrada en el campamento el 5 de noviembre, acompañada de la infanta Isabel y del cardenal Mendoza y tres días después dispuso Fernando II, rey de Aragón que, en noche muy apacible y a propósito para caminar satisficiese su cuidadoso anhelo de inspeccionar los reales, empezando por la estancia de Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz la más próxima a las murallas. Al ver los de Basţa que se acercaba hacia aquella parte de la madīnat la soberana, acompañada de numerosa comitiva de nobles caballeros, hicieron que 250 de los más arrogantes de entre los suyos, con gran golpe de infantería, se situasen en lugar seguro y bastante cercano a la estancia de Rodrigo Ponçe de León y Cabrera, segundo Marqués de Cádiz, en actitud de provocar a escaramuza a los castellanos. Otros 50 jinetes āndalusīes, ricamente ataviados a su usanza, se acercaron a la comitiva de la reina para formar parte del séquito. Con igual presteza, escogidos caballeros castellanos se aprestaron a responder al reto de los āndalusīes. 
Al regresar a la madīnat los jinetes, los peones āndalusīes se detuvieron en el antemural y trabaron escaramuza, valiéndose de sus espingardas, con los infantes, que marchaban con menos orden. En consecuencia, la reina, que trataba de examinar desde aquel sitio más próximo a las murallas la disposición de todas las tropas y deseaba volver al campamento principal por la cima de aquel escabroso monte, comunicó sus intenciones a Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz. Éste, muy previsor, había hablado poco antes con un intérprete āndalusī para pedir a Çidi Yayā al- Naŷŷār Bannigaš jefe de la guarnición y a AAmed ´Abd Allāh al-Qā´id de la fortaleza una entrevista, que ambos le negaron. Volvió a insistir por medio del mismo enviado, alegando que el motivo de su insistencia era que la reina deseaba regresar al campamento, por el punto más próximo a las construcciones, y así complacería a la reina el que se diera tregüa a las hostilidades. Accedieron gustosos los principales de la madīnat, pero quisieron hacer ver a la reina, al llegar a la otra vertiente del monte, cuán fortificados y dispuestos estaban para resistir a cualquier enemigo, y que no padecían escasez de vituallas, como podía ver por el mismo aspecto de las cosas y por la robustez de los caballos agilísimos para la carrera. Así, al atravesar la reina el collado opuesto, los caudillos āndalusīes iban extendiendo sus bien formados escuadrones; presentaban en buen orden su numerosa infantería y hacían presenciar a la comitiva de la ilustre Princesa sus antiguos ejercicios militares.
El significado de su llegada a nadie se escondía: el cerco no se iba a levantar y las tropas castellanas permanecerían allí hasta la rendición de la plaza. Ese mismo día comenzaron las pláticas para la rendición de la madīnat.
Ocurrióseles, no sin propósito, a varios āndalusīes, celebrar una entrevista con el Comendador de León Gutierre de Cárdenas, muy al tanto de los más secretos asuntos. Acudieron Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš y AAmed ´Abd Allāh al-Qā´id, escuchólos con gran satisfacción, y llamando aparte al noble y avisado Luis Fernández de Portocarrero, a Juan de Almaraz, caballero de Salamanca, y al otro que entró en Basţa con Pedro de Paz, y que estuvo al servicio de AAmed ´Abd Allāh al-Qā´id del castillo y luego al de Juan de Almaraz, empezó la conferencia, empleándole como intérprete. En ella aconsejó el Comendador de León Gutierre de Cárdenas a AAmed ´Abd Allāh al-Qā´id y a Çidi Yayā al- Naŷŷār Bannigaš Caudillo que, antes que experimentar hasta dónde llegaba el poder de Fernando II, rey de Aragón, se encomendaran a su bondad, bien conocida de muchos garnāţinos, porque el ejemplo de Mālaqah bastaba y sobraba para que adivinasen, o más bien, conociesen, cuán funesta les sería la pertinacia y cuán ventajosa la sumisión oportuna. No negaba él -decía- que a los Reyes había de serles más grato poner término a los enormes dispendios y a los grandes e incesantes peligros y trabajos de sus gentes, que permanecer días y días en los reales.
Por lo tanto, así como les sería muy satisfactoria la rendición de los de Basţa, antes de verse reducidos al último trance, así, y muy justamente habría que tratar con la mayor dureza a los que diesen lugar a que se llegase a tal extremo, y aun infligirles algunos suplicios además del cautiverio por su cruel tenacidad en combatir y por los daños que la dilación suele causar a los sitiadores. Por su parte, sólo podía prometer con toda lealtad a AAmed ´Abd Allāh al-Qā´id y a Mwāmmad ibn Ḥassān Caudillo que le oían y en cuyas manos estaba la salvación o la ruina de los de Basţa, que procuraría alcanzar para ellos de los reyes honras y seguro perpetuo para sus familias y allegados si, atendiendo oportunamente a sus propios intereses, se avenían a impetrar gracia de tan esclarecido Príncipe y a evitar caer en su enojo.
Después de añadir el Comendador de León, Gutierre de Cárdenas otras muchas consideraciones y de hablar en conformidad con su parecer Luis Fernández de Portocarrero, uno de los caballeros andaluces de más prudencia y sagacidad para semejantes conferencias, los dos āndalusīes contestaron en breves palabras, según su costumbre, que aplazaban para otro día el dar una respuesta conveniente para los de Basţa y digna para ellos mismos. En su semblante se descubría, sin embargo, su preconcebida inclinación a la entrega de la madīnat, siempre que les granjease honores y el servicio les procurase espléndidas mercedes.
Señalada hora para la nueva entrevista, y a fin de especificar mejor las futuras capitulaciones, se aumentó el número de los intérpretes, asistiendo un judío, perfecto conocedor de ambas lenguas, a los acompañantes del Comendador de León, Gutierre de Cárdenas y algunos āndalusīes, AAmed ´Abd Allāh al-Qā´id de la fortaleza y Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš.
Duraron las controversias desde la una de la tarde hasta el anochecer, con criterios muy diferentes, porque estando conformes en entregar a los castellanos el castillo y el señorío de la madīnat, en otros muchos puntos no venían a un acuerdo. Decían los āndalusīes que se someterían inmediatamente si se les permitía permanecer en la madīnat como vasallos de Fernando II, rey de Aragón, y labrar sus campos, pagando como antes sus tributos, por cuanto habían reconocido plenamente la completa buena fe de Fernando II, rey de Aragón, así como el exterminio con que les amenazaba la discordia de los dos ´āmires garnāţinos.
El Comendador de León, Gutierre de Cárdenas y los que le acompañaban juzgaron muy fuera de razón estas pretensiones, quitando importancia a lo que los āndalusīes procuraban dársela. Poco a poco llegaron a concertarse respecto a los premios particulares de los que gozaban buena posición, y en cuanto a permanecer en la madīnat, se convino en limitarlo a tres meses y a uno y de los dos al-raba, bastante fortificados ambos, que existían fuera de las murallas. Como se acercaba la noche, se aplazó para el día siguiente la confirmación de las capitulaciones.
Reanudada la conferencia en que intervinieron otros individuos de ambos campos, e hizo de intérprete Juan de Almaraz, ya al tanto de lo tratado, pidió Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš que, dando a Fernando II, rey de Aragón rehenes de importancia y con bastante garantía para observar la lealtad debida, se le permitiera ir a Wādi-Aš para comunicar a su cuñado Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal todo lo concertado, y a revelarle la irremediable rendición absoluta de Basţa dentro de quince días, si él con poderoso ejército no iba a hacer levantar el sitio. Era indudable, decía, que esto había de serle imposible; pero convenía dar este paso para satisfacer a la debida lealtad, además de que acaso de él dependiese encontrar alguna oportunidad para concertar más amplias capitulaciones, ventajosas para Fernando II, rey de Aragón respecto a Wādi-Aš, al-Māriyyat Baŷŷāna y Heisn al-Munnabak.
Tenía la seguridad, añadió, de que Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal aceptaría una condición de vida más independiente que la que hasta entonces disfrutaba con el falso nombre de Señorío, y no continuaría empeñado en lo imposible, sino que se rendiría a la fuerza de las circunstancias, con tal que al descender de las alturas de su real sólo se le proporcionase algún apoyo.
Con su honor a salvo por haber resistido durante más de cinco meses, Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš había mantenido durante ese mes conversaciones secretas con Fernando II, rey de Aragón, y la llegada de la reina era el detonante, o si se quiere la excusa, para tornar públicas las negociaciones. La carta que Fernando II, rey de Aragón envía a Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš es muy interesante. El monarca alude a una queja del Caudillo āndalusī por no haber llegado a tiempo su adelantado a al-Māriyyat Baŷŷāna, y se excusa alegando que no fue culpa suya, sino de las lluvias y de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, que se lo impidieron.  
Cuando el ´Āmir āndalusī Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal descubrió la traición de los que querían entregar al-Māriyyat Baŷŷāna a Fernando II, rey de Aragón ajustició a algunos nobles y, quizá sospechando de su cuñado Çidi Yayā al-Naŷŷār; pero sin tener completa certeza, lo destinó a Basţa. Es natural que el Caudillo āndalusī se sintiese traicionado a su vez por el monarca castellano, quien al no haber acudido a tiempo a la cita había puesto en peligro su vida, y tal vez la venganza a que también se alude en la carta de Fernando no sea otra cosa que la defensa enconada que Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš se propuso hacer e hizo durante el asedio bastetano.
Prosigue Fernando II, rey de Aragón su misiva recordando a Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš que su obstinada resistencia está causando muchas bajas por ambas partes y que el único beneficiado es, a fin de cuentas, un enemigo de su familia (y, efectivamente, Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal había sido enemigo de su padre). Como era previsible, la respuesta favorable no se hizo esperar mucho, y el día 15 Fernando II, rey de Aragón envía otra carta a Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš donde huelga de la predisposición del Caudillo āndalusī para la rendición, y le concede el permiso que aquél le había solicitado para desplazarse a Wādi-Aš en busca del consentimiento de su ´Āmir Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal. Cuando Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš expuso ante su primo y cuñado Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal la situación desesperada a que se había llegado en Basţa y le aseguró que era locura intentar resistir, éste le dejó libertad para hacer lo que más les interesara siempre que defendiera los intereses de los bastetanos en bienes y personas. Allí permaneció con Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal hasta cumplirse el plazo para la rendición de Basţa, y ofrecérsele oportunidad para darle cuenta de todos los acuerdos y aconsejarle lo que parecía más conveniente. 
Al cabo Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, a fin de alcanzar la mayor gracia posible del vencedor, condescendió con las insistentes advertencias de Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš, y prometió que a los doce días de rendida Basţa, entregaría a al-Māriyyat Baŷŷāna y sucesivamente a Wādi-Aš, Heisn al-Munnabak y las demás poblaciones que poseía, porque la dilación en éstas entregas sería evidentemente funesta para ambas partes. Fue portador de éstos ofrecimientos, o mejor dicho, promesas, el mismo Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš de Basţa, que regresó a ésta madīnat el 3 de Şafar/diciembre, y víspera del día en que debía realizarse la rendición. Sin embargo, al día siguiente, viernes 10 muarran del año 890/4 diciembre del año 1489, festividad de Santa Bárbara, día tempestuoso a causa de una copiosísima nevada y de un huracán insufrible, envió un mensajero a manifestar su propósito de terminar las capitulaciones para la entrega de Basţa y a anunciar que él en persona iría a comunicar los demás puntos tratados con Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal. Llegada la tarde, se vio tremolar en la Torrre del Homenaje el estandarte de la Cruz del Redentor, con la imagen del apóstol Santiago, patrono de los reyes Fernando II de Aragón y Isabel I de Castilla y León. Las capitulaciones fueron generosas, pues los reyes habían aprendido a lo largo de la guerra que antes se conseguía una plaza por la diplomacia, ofreciendo buenas rentas a sus jefes y respeto a los ciudadanos, que por la sola fuerza de las armas. 
 A la capitulación de Basţa siguió en cadena la de los lugares vecinos: el 7 de Şafar/diciembre, Buršāna población bien defendida, con todo su término lo hizo a manos de su al-Qā´id ´A Aben Fahar, quien dio muestras de su valor y entereza al dirigir unas emotivas palabras a los reyes cristianos. Pidió que se respetarán los bienes y personas de los habitantes de Buršāna, y que a él se le diera permiso para pasar a tierras ifriqiiahnas. Tabarnaš, villa importante y de extenso territorio; Ŝarūn y otros muchos poblados fuertes por su situación y bien amurallados y aldeas de las escabrosas montañas llamadas sierras de Bacares y Filabres y la ribera del río Almanzora, rendiciones ya acordadas en los tratados firmados en Basţa. De la mayor parte de ellas tomó posesión en nombre de los reyes, Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla. Terminado ésto e instalados ya en al-raba los āndalusīes de Basţa, los reyes castellano-aragones entraron en la madīnat; consagraron bajo la advocación de la Encarnación, la que había sido Mezquita al-Ŷamá‘a de los āndalusīes; dejaron de guarnición 500 caballos y 1.000 peones con víveres suficientes para muchos meses y regresaron al campamento, no sin maravillarse de la abundancia de vituallas que al tiempo de la entrega tenían aún los de Basţa, porque las de trigo, cebada, legumbres y de todo lo necesario para la vida. 
De aquí la admiración de algunos al considerar cuál habría sido el terror que se apoderara de los āndalusīes para rendirse cuando nada les precisaba a entregarse, pues aunque de 2.000 jinetes hubiesen perecido 700 en las escaramuzas y a causa de las enfermedades, y faltase otro gran número de ciudadanos, los sobrevivientes eran reconocidamente bastantes para poder vivir seguros mientras no escaseasen los víveres. Más quebrantados los ánimos con profundo abatimiento, prefirieron a todo la libre salida de la madīnat con su hacienda y bienes muebles. Además, 150 jinetes, los más escogidos entre los de la guarnición, pidieron soldada a Fernando II, rey de Aragón, bajo cuyo mando querían servir. A impulso de igual temor Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal salió de Wādi-Aš y se dirigió a al-Māriyyat Baŷŷāna para entregar, con arreglo a los pactos, aquella importantísima y bien guarnecida madīnat a Fernando II, rey de Aragón y a Isabel I de Castilla y León en su próxima venida. Los cuales, con más actividad de lo que permitía un tiempo tempestuoso, no desaprovecharon la oportunidad. Adelantóse Fernando II, rey de Aragón con parte del ejército y los pendones de algunas ciudades de Andalucía, como Išbylīya y Šariš, y llegó a Ŝarūn el mismo día de su salida de los reales. Allí prohibió sentarlos cerca de las huertas, por temor de que los soldados cortasen árboles o hiciesen otros daños a los moradores. Al siguiente día mandó también que se respetasen las huertas de Prúgena, adonde acampó el ejército. Al tercer día arreció de tal modo la tormenta que, al llegar cerca de una escarpada montaña cubierta de nieve, no pudo encontrar lugar acomodado para acampar el ejército; más en cuanto halló oportunidad para el paso, atravesó con la vanguardia el monte e hizo alto a orillas del río, como sitio a propósito para la aguada. 
El resto del ejército mandado por Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz a causa de la excesiva fatiga de tan prolongados trabajos y del grandísimo estorbo de las acémilas muertas de cansancio, no pudo atravesar el monte, y las tropas, empapadas en humedad, no hallaban dónde apagar la sed. La misma necesidad inspiró a Rodrigo Ponçe de León y Cabrera, segundo Marqués de Cádiz el remedio; mandó encender, de trecho en trecho, grandes hogueras con la leña que por el bosque se encontraba, e hizo derretir cantidades de nieve en vasijas de metal, logrando así subvenir a aquel aprieto.
       Al cuarto día, el ejército, con Fernando II, rey de Aragón a la cabeza, entró en la villa de Tabarnaš, que por su orden se vio enteramente a cubierto de todo desmán por parte de las tropas castellanas. Quiso además detenerse allí aquel día, 18 de Şafar/diciembre, por ser domingo, para aguardar al resto del ejército que andaba muy desparramado a causa del crudo temporal y para poder acampar al día siguiente cerca de al-Māriyyat Baŷŷāna, como lo hizo, a más de una milla de distancia y a orillas del río, lugar a propósito para la aguada. En la madīnat estaba Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal. Cuando Fernando II, rey de Aragón supo que se acercaba al campamento, montó a caballo, llevando a su derecha al maestre de Santiago Alfonso de Cárdenas, y a la izquierda a Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz.
          Luego mandó al Comendador de León Gutierre de Cárdenas que fuese a
al-Māriyyat Baŷŷāna al encuentro de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal y viniese acompañándole hasta el campamento. Venía el ´Āmir Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal con una comitiva de sólo doce caballeros y cuando estuvo en presencia de Fernando II, rey de Aragón, descabalgó, y a pie con sus caballeros se adelantó a besar la diestra de Fernando II, rey de Aragón. Este le indicó con la mano que volviera a montar a caballo y se colocase a su izquierda. Insistió el ´Āmir āndalusī en besarle la mano, y como Fernando II rehusase recibir aquella demostración de humildad, Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, a usanza suya, besó su propia mano. Luego, por medio del intérprete, le dirigió breves palabras Fernando II, rey de Aragón le dio grandes pruebas de su cortesanía y amabilidad; regresó en su compañía a los reales; entró con él en la tienda, donde estaban magníficamente preparados abundantes manjares, y le ofreció un ligero banquete, como suele hacerse entre amigos. Ocuparon las dos ricas sillas dispuestas al efecto; Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal se sentó en la de la izquierda de Fernando II, rey de Aragón, algo de través, luego que Fernando II, rey de Aragón tomó asiento en la suya de la derecha. Numerosa comitiva de Grandes les acompañaba de pie detrás de las sillas. Varios de ellos, desempeñando sus cargos palatinos, les servían la vianda y la copa. Diego López Pacheco, segundo marqués de Villena, como Mayordomo de Palacio, presidía a todo con arreglo al ceremonial establecido. De los demás Grandes, Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, servía a Fernando II, rey de Aragón la fuente de oro con exquisitos manjares, y Juan de Silva, conde de Cifuentes. la copa, y respectivamente al ´Āmir āndalusī. Álvaro de Bazán y Garcilaso, ejecutándose para ambos por igual las ceremonias reales. Concluido el banquete, Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal se levantó para volver a la madīnat próxima y disponer lo conveniente para la entrega. Luego besó su mano, se despidió y salió de la tienda seguido de todos los Grandes presentes, que amablemente se le ofrecieron con sus personas y cargos. A esta cortesía correspondía afablemente Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal mientras iban atravesando los reales; pero no permitió que pasasen de allí, y les rogó que volviesen a la tienda de Fernando II, rey de Aragón.        
         Sin embargo, le acompañaron hasta las puertas de al-Māriyyat Baŷŷāna, Diego López Pacheco, segundo marqués de Villena y el marques de Astorga, el Comendador de León, Gutierre de Cárdenas, Juan de Silva, conde de Cifuentes y Luis Fernández de Portocarrero. Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal iba vestido con manto negro de seda y sayo largo militar, de pelo de camello, del mismo color, y encima un albornoz. Cubría la cabeza blanquísimo imāmas/turbante de lino. Su rostro, grave y digno, era de singular blancura, aunque algo pálido; el cuerpo, de regulares proporciones, ni flaco ni grueso, elevada su estatura. Al día siguiente, 22 de Şafar 890/diciembre de 1489, todo el ejército, por orden de Fernando II, rey de Aragón, formó sus batallas delante de los reales, aguardando el momento de la entrega de al-Māriyyat Baŷŷāna. Así permaneció hasta la tarde, en que Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal dio permiso para que se enarbolase la cruz y el pendón de Santiago con el estandarte del vencedor en la Torre del Homenaje. Poco antes, al dirigirse Fernando II, rey de Aragón hacia al-Māriyyat Baŷŷāna precedido del Comendador de León, Gutierre de Cárdenas, que iba a enarbolar el estandarte en el castillo, salieron a pie por otra puerta los faquíes y principales de la madīnat. El mismo día llegó la reina con su primogénita Isabel y con
séquito de respetables Prelados como el cardenal Pedro de Mendoza, el Obispo de Ávila y otros, de doctos Consejeros y de lucidos escuadrones. Al saber su llegada, adelantóse a su encuentro
Fernando II, rey de Aragón, acompañado de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, que la recibió con iguales ceremonias y con la misma dignidad y afables palabras que al regio consorte. Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, después de saludar humildemente a la reina y a su hija, se incorporó a su séquito, y al día siguiente marchó a Wādi-Aš.  
        Desde el día 22 de Şafar 890/diciembre de 1489 en que al-Māriyyat Baŷŷāna pasó a los politeístas cristianos hasta el 30 que lo haría Wādi-Aš, Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš obtuvo de los monarcas un documento donde se le reconocían los bienes y hacienda tratados con el Comendador de León Gutierre de Cárdenas, hizo negociaciones con algunos alqaides del Cenete. El 25 de Şafar/diciembre se le reconocen unas capitulaciones personales y se le bautizó al cristianismo, tomando el nombre de Pedro de Granada-Benegas, junto con algunos de sus familiares más directos, como su hijo ´A Ibn Nazar, tomó el nombre de Alonso de Granada-Benegas Rengifo. Su nieto Pedro II de Granada Venegas, hijo de Juana, Caballero de Santiago, alqaide de Ŷannat al-’Arif, por renuncia de su suegro y al-Wazīr Mayor de Garnāţa. Su biznieto, Alonso II de Granada Venegas. Su tataranieto fue Pedro III de Granada Venegas y Manrique de Mendoza, I Marqués de Campotéjar. En el documento se le nombra:
“ …. caudillo y general de los moros de Basţa e Almería e alcayde de ella”. Se alude a las cuestiones tratadas entre él y don Gutierre de Cárdenas referidas a la persona y familiares del defensor de Basţa “ tocantes a vos e a vuestro hijo e a los de vuestro linage que no se pusieron en el asiento tocante a los vezinos y comunidad de la çibdad de Basţa por la priesa que a mi ynstancia e por me serbir distes a la entrega de ella”.
Después de la entrega de al-Māriyyat Baŷŷāna sólo quedaba por conquistar a los castellanos de todas las tierras de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, Wādi-Aš que era su capital. Los principales de la madīnat de Wādi-Aš aplacaron a la muchedumbre diciéndoles que todo estaba garantizado, tendrían libertad en sus personas, se les garantizaba la posesión de los bienes y conservarían lengua, religión y costumbre. El pueblo se volvió a sus casas y sólo había que esperar que los cristianos hicieran su entrada en la madīnat por el camino de al-Māriyyat Baŷŷāna donde estaban para recibir el señorío de la madīnat vecina. El paso de las tropas se hizo por Fiñana y otras poblaciones donde se fueron entregando todas aquellas villas y núcleos de población. Sin embargo, algunas de estas villas y ciudades se produjeron enfrentamientos con las tropas cristianas. 
La entrega de las fortalezas del Cenete no debió adquirir especial dramatismo dada su condición de pequeñas poblaciones. El hecho material debió transcurrir durante el paso del Real a través de su término, puesto que desde al-Māriyyat Baŷŷāna a Wādi-Aš se cruzó la meseta del marquesado, haciendo noche en Fiñana el 29 de Şafar/diciembre. Cuando Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, vio que no podía rehuir la entrega, salió al ejército de Fernando II, rey de Aragón ofreciéndole su obediencia y la adhesión bajo su bandera. Aceptó Fernando II, rey de Aragón su ofrecimiento y Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal le rindió testimonio de sumisión y obediencia, así como el resto de sus dirigentes. Entraron los castellanos en la madīnat de Wādi-Aš, a primeros de Şafar del año 890/30 diciembre 1489, miércoles por la tarde. Frente a la madīnat pusieron su campamento y tienda real, posiblemente en la Xarea árabe. Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal les entregó al rey y a la reina al-Qaşába y otros lugares de la madīnat accitana  
“ .. é todas las fuerzas, e torres é puertas de la cibdad de Guadix; é dieron la tenencia de la fortaleza é la capitanía de aquella cibdad á Don Hurtado de Mendoza Adelantado de Cazorla”.
           Las Capitulaciones asentadas con Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal y sus allegados eran un secreto entre los reyes:
 “ .. é llegando luego el rey Muley Baudili é sus alcaydes, entregaron la ciudad é fortaleza, é alcazaba, é fuerzas de Guadix al Rey Don Fernando, el qual fizo bastecer luego muy bien la fortaleza, é dejó allí guarnición é buen recaudo. É los partidos de estas ciudades, villas, é lugares eran secretos entre los Reyes, empero lo que se alcanzó a saber era, que los moros quedasen mudéjares en sus haciendas, dejando las ciudades cercadas, que no viviesen dentro, salvo en los arrabales y en las alcazabas; é donde quiera que había fuerza ó fortaleza, que no viviesen, salvo en los llanos; é quedó el Rey Muley Baudili por Señor é Rey de Fandarax, que es una villa fuerte de trescientos vecinos, con otros lugares e al-Qarya en su comarca, é por vasallo del rey de Castilla; é estovieron en Guadix Jueves y Viernes, é partióse el Rey moro para Fandarax”
         En el texto de las Capitulaciones encontramos noticias interesantes para entender lo que ocurre tras la entrada de las tropas al instaurarse una nueva sociedad cristiano-mudéjar. El texto dado en Istīyya el 11 de febrero de 891/1490, se puede resumir así: Es una Capitulación con al-Māriyyat Baŷŷāna, las villas, lugares y tierras que se entregaron juntamente con ella. El rey y la reina expresan que asentaron con ellos que se entregasen en término de sesenta días. Los toman y reciben bajo su amparo, seguro y defensa. Prometen dejarlos vivir en sus casas y respetarles sus haciendas. Conservan su ley y no les apremiarán a seguir ni guardar otra 
  « e les dexaremos y mandaremos dexar sus almuédanos, e algimas, e alfaquíes, y serán judgados por su ley xaraçuna, con consejo de sus alcadis, se gúnd costunbre de los moros, y que queden a las dichas mezquitas sus rentas, de la manera que antes las tenían”. 
          No se les llamará para trabajos y si lo hacen se les pagará su justo jornal y salario. Tampoco tendrán huéspedes en sus viviendas ni se les tomarán ropas. Se prohíbe a los cristianos entrar en casa de los mudaŷŷan sin su permiso. Pagarán los derechos que entregaban a sus reyes moros y del aceite sólo entregarán el diezmo. Conservarán los caballos y armas pero no las de pólvora. Tampoco llevarán señales distintivas. Los esclavos y rehenes los devolverán. Se les respetan los barcos para comerciar. Entregarán la parte de las herencias que daban los moros. Perdonan a los que cometieron acciones de guerra en defensa propia. Los nacidos de cristianas no serán convertidos hasta que tengan doce años y ellos escojan la religión que quieren. Los judíos y tornadizos no tengan jurisdicción sobre ellos. Entre otras condiciones encontramos que si alguno sale a tierras extranjeras puede vender sus bienes en tres años. Los judíos gozan de lo mismo que los mudaŷŷan. Si alguno se convirtió al islamismo no será obligado a ser cristiano contra su voluntad, si fue cristiano y se convirtió al judaísmo tiene un año para volver a ser cristiano. 
       Los cristianos no entrarán en las mezquitas. Si algún cautivo huye y se acoge a las ciudades de Baza, Almería y Guadix será libre. Si quieren pasar a otras tierras musulmanas les ponen barcos, les dan permiso para vender sus bienes y en un año les reconocen los documentos que tienen. Entregarán el diezmo del ganado. Se les guardan a al-wazīres sus derechos como especificaban las cartas de los reyes de Garnāţa. Se ordena asentar todo aquello al entregar las fuerzas y fortalezas de las ciudades, villas y lugares. Los nuevos vasallos jurarán obediencia a los monarcas y guardarán lo capitulado. La entrega de al-Munnakkab y de las nueve villas del Cenete y las que están en la serranía entre Wādi-Aš y Garnāţa. Y después hizo que se rindiesen las Ţā´as de los dos Ceheles, Andaráš, Dalāya, Barŷat, Uŷaŷar, Šubilīs, Ferreira y Poqueira, que todas estan en al-Bušarrāt, y la Ţā´ah de Urŷuba y el Iqlīn al-Ašar/Valle de Lecrín antes obedientes a Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, se efectuó, según lo pactado, en el plazo convenido, recibiendo las llaves de los castillos y lugares fuertes los comisionados señalados al efecto, mientras con el intervalo de algunos días se preparaba la rendición de la opulenta y pobladísima madīnat de Garnāţa por el ´Āmir Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Alī (Boabdil) El fin de la guerra con la rendición de los territorios de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal se terminaba la conquista del Reyno de Garnāţa, o al menos así debería haber sido en virtud de los acuerdos del ´Āmir Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Alī (Boabdil), que era vasallo de los monarcas castellanos por los tratados firmados en 886/1485 y se había comprometido a entregar la madīnat de Garnāţa a cambio del señorío de los lugares de Wādi-Aš y Basţa, cuando los reyes Isabel I de Castilla y León y Fernando II de Aragón estuvieran en condiciones de entregárselos. Tras la rendición de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, único oponente activo que tenían en ese momento los monarcas castellano-aragoneses, se cumplían los requisitos para la ejecución de los acuerdos y la entrega pacífica de la capital. 
       Así lo creían los reyes, como se demuestra en las cartas que envían a principios de enero, donde se congratulan del fin de la guerra. Sin embargo, el mismo Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Alī (Boabdil) pusilánime, que las pocas veces que se había atrevido a plantar cara a los monarcas había sido para caer estrepitosamente derrotado, ese mismo que permaneció inactivo mientras los castellanos derrotaban a su enemigo interno, su tío Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, se rebeló en esos últimos estertores de la contienda y no se resignó a ceder el último reducto del antiguo Reyno Naşrī. La guerra se prolongaba así pues durante otros dos años. Garnāţa sólo sería tomada por las armas. Después de la rendición de la madīnat de Wādi-Aš, verificada a la llegada de los soberanos castellanos el 30 de Şafar/diciembre, mandó Fernando II, rey de Aragón que se hiciese alarde de todo el ejército, y se halló que desde el principio del sitio de Basţa hasta la entrega de Wādi-Aš habían perecido por diversos accidentes cerca de 20.000 hombres.
Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal firmó un compromiso secreto con los castellanos fijando en él una serie de favores y privilegios: que se estableciera como señor en la madīnat de Andaráš; y el Iqlīn al-Ašar, que se incorporasen a él mil de sus seguidores; que se le diera un Ŷirāya/sueldo anual generoso, así como la mitad de los beneficios de las sales que entraran de las salinas de Malaha, asistencia para hacerle llegar a sus hijos desde Garnāţa; y devolverle todas sus posesiones allí. Sin embargo, Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal encontraba tan dificil gobernar su pequeño feudo de Andaráš con sus dos mil súbditos, como le ocurrió antes con el aturrullado Reyno de Garnāţa. El hechizo que antes ejerció sobre los āndalusīes, había desaparecido apenas le vieron con su armadura puesta y lista para servir bajo el pendón de los castellanos
En aquella ocasión regresó de su ignominiosa campaña, con su insignificante ejército de doscientos hombres, perseguido por las execraciones del pueblo y un secreto descontento de quienes llevó al campo de batalla. Tan pronto, pues como sus súbditos se enteraron de los triunfos de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Alī (Boabdil), tomaron sus armas y reunidos en tumulto, se declararon a favor del joven monarca y amenazaron con quitarle la vida. El infortunada y anciano ´Āmir con dificultad pudo evadir su furia y ésta última lección parece lo curó para siempre de su pasión por la soberanía. En consecuencia, le propuso a Fernando II, rey de Aragón venderle los pueblos, castillos y otras posesiones que le tocaron cuando se dividió el Reyno de Garnāţa, ofreciendoselos a bajo precio y mendigandole un pasaje para pasar a Ifriqiiah con los suyos. Fernando II, rey de Aragón convino en satisfacer sus deseos y le compró veintitres pueblos y aldeas en los Valles de Andaráš; y el Iqlīn al-Ašar, por los cuales le dio cinco millones de maravedíes. 
Por su parte Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal renunció al derecho de una mitad de las salinas de Malahá a favor de su cuñado Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš. Después de disponer así los negocios de su minúsculo imperio, empacó todos sus tesoros, que alcanzaban un monto considerable y seguido por muchas familias āndalusīes pasó a Ifriqiiah. Cuando Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal llegó a Ifriqiiah, en lugar de recibirlo con bondad y simpatia, el Rey de Fās, quien había sido vasallo, ordenó apresarlo y arrojarlo a una mazmorra, acusándolo de ser el causante de las disensiones y ruina de Garnāţa. Probada ésta acusación a satisfacción del criterio del rey de Fās, éste condenó al infeliz a perpetua oscuridad. Al efecto, hizo pasar ante sus ojos una cubeta llena de cobre ardiendo que lo dejó ciego al instante. Sus riquezas, que muy probablemente fueron la oculta causa de tan crueles medida, las confiscó y se las incautó su antiguo súbdito, quien luego ordenó arrojar a la calle al desgraciado Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, ciego, desvalido e indigente. Y así arrastró por muchos años una desdichada existencia vagando ciego y desconsolado, objeto de una mezcla de compasión y desprecio y encima del vestido traía siempre un rétulo en arábigo que decía: «Éste es el desventurado rey de los āndalusīes.»
No quedó a los reyes Isabel I de Castilla y León y Fernando II de Aragón en su aniquilación del estado del Islam en al-Āndalus, más que la ocupación de lo que había en manos de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Alī (Boabdil), especialmente la madīnat de Garnāţa.
De manera que, a primeros de Şafar del año 891/18 enero 1490 envió Fernando II, rey de Aragón una embajada, compuesta por Gonzalo Fernandez y Martín de Alarcón, a Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Alī (Boabdil) pidiéndole la entrega de los Palacios de Qal´at al-Hamrā a cambio de poder residir en Garnāţa bajo su protección proporcionándole gran cantidad de dinero. Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Alī (Boabdil) rechazó la petición con una carta fechada el 29 de Şafar del 891/22 enero de 1490, maniféstando: que la madīnat de Garnāţa era grande y muy populosa de gente, porque demás de los vecinos naturales, se habían recogido en ella muchos de otras partes, entre los cuales había diferentes pareceres, y así no podía ni era parte para cumplir lo que se le pedía, y mucho menos siendo el tiempo tan breve para tratar de negocio en que habían de condescender las voluntades de tanta diversidad de pueblo. La envió a los reyes Isabel I de Castilla y León y Fernando II de Aragón con el comandante Abū l-Qāsim al-Mulī. Sabida ésta respuesta, los reyes Isabel I de Castilla y León y Fernando II de Aragón le ofrecieron más dineros y más lugares, aunque no todos los que él pedía, porque hiciese que los garnāţinos dejasen luego las armas y desocupasen algunas casas señaladas en sitios fuertes dentro de la madīnat, donde se metiesen los politeístas cristianos. Más tampoco lo quiso hacer; antes se declaró luego por enemigo, solicitando a los de al-Bušarrāt, sierras y valles que se alzasen. Y saliendo de Garnāţa, cercó la fortaleza al-Badūl, y la combatió y ganó antes que el rey Fernando II de Aragón y su hijo Juan, saliesen de Išbylīya el 10 de mayo con una mesnada de proporciones modestas, 5.000 caballos y 20.000 peones, a fin de talar la vega y demostrar a Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Alī (Boabdil) su voluntad de llevar hasta el final la guerra. Cuando el campamento se estableció en la Acequia Gorda, el príncipe heredero fue armado caballero, actuando de padrinos el duque de Medina Sidonia y Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz. En la hueste real figuraban 200 jinetes de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal y 150 que traía Alfonso de Granada y Venegas (el hijo de Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš) Y porque iba el año ya muy adelante, mandó proveer las fronteras de Ḥamdān, Qulumbayra, Ḥişn al-Muklin, Ilyūra, Muntifrid, Qal´at Yaşūb, Lawša, al-Ḥamma, que todas cercan la vega de Garnāţa; y se fue a invernar a la madīnat de Išbylīya, para dar orden en lo que se había de proveer para la entrada de la primavera. Se preparó Garnāţa para afrontar un largo asedio, y salió el tirano de Castilla, con un gran ejército en la primavera del 891/1490, avanzó destructivo e incendiario sobre la vega de Garnāţa, y salieron los āndalusīes a su encuentro para combatirlo varias veces, ocupando en primer término algunas fortalezas. 
Se sublevaron los āndalusīes que había bajo la ocupación castellana en al-Bušarrāt y otras regiones, y afloró la esperanza en sus almas. Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Alī (Boabdil) que pasó a la ofensiva intentando provocar la revuelta de las poblaciones recién rendidas y abrirse camino hasta el mar, como si confiara en que la posición de un puerto hiciera afluir refuerzos desde Ifriqiiah. El primer objetivo fue, sin duda ´Adrā, Iqlīn al-Ašar, al-Anŷarūn y Andaráš, que pertenecían a Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, se sublevaron. Márjena, con una guarnición leal a Çidi Yayā al-Naŷŷār Bannigaš resistió. Pero los garnāţinos, descendiendo por Barŷat y Dalāya, consiguieron apoderarse de ´Adrā, retenerla algunas semanas y recibir alguna ayuda norteifriqiiahna. Fue, de nuevo, Alfonso de Granada Venegas quien, contando con combatientes musulmanes que indujeron a engaño, recobró ´Adrā, cuando Abū ´Abd Allāh Mwāmmad XI ibn ´Alī (Boabdil) estaba de regreso en Garnāţa. El 8 de julio de 892/1491 Fernando II, rey de Aragón estaba empeñado en que supieran los garnāţinos de su total determinación de tomar Garnāţa.

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