sábado, 3 de agosto de 2013

La Batalla de al-Šarqiyya/Axarquía

La Batalla de al-Šarqiyya/Axarquía Şafar/marzo 884/21 marzo 1.483
El ejército de Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz estaba contento con la toma de al-amma. El botín conseguido fue tremendo. Muchos soldados se habían hecho ricos allí. Volvieron a sus casas con oro, joyas, sedas y con la moral por las nubes. Los Grandes andaluces, conocidas las disensiones de los āndalusīes y confiados en ver a Abū-l-Ḥassān ´A empeñado en diversas y lejanas expediciones, reunieron crecida hueste, porque casi todos los caballeros de Išbylīya, Istīyya, Šariš y Qarmūna se alistaron voluntariamente en sus escuadrones. Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz y otros muchos principales qūrţubeses se pusieron a las órdenes del Gran Maestre de la Orden de Santiago, Alfonso de Aguilar, contó en sus filas a Juan de Vera, el adelantado de Andalucía, el Asistente de Sevilla, Juan de Silva, conde de Cifuentes y Juan de Robles, corregidor y alqaide de Jerez, alrededor de los cuales se agrupó la élite de la nobleza castellana, decidieron lanzar una expedición en la región situada al norte del litoral āndalusī entre Mālaqah y Balliš, al-Šarqiyya, siguiendo el consejo de un converso de Usūna, llamado Luis Amar que les ofreció mostrar una ruta relativamente segura por donde podía alcanzarse el objetivo. Había muchos precipicios, bosques que nadie conocía excepto los pastores y leñadores, riscos que servían de abrigo a bandoleros y de los que poco o nada iban a sacar. A los castellanos les tentaba la codicia, tras la toma de al-amma, muchos soldados se habían hecho ricos allí, por lo que deciden atacar al-Šarqiyya para acumular más botín y de paso acercarse a Mālaqah.
Tres mil jinetes y mil soldados de a pié, escaso número de peones, porque, a pesar de haber prometido el maestre Alfonso de Cárdenas, de gran prestigio entre los Grandes, aprontar 4.000 ecijanos, al cabo no cumplió enteramente su promesa. Salieron de Antiqayra, 9 de Şafar/19 de marzo. Los primeros iban los grandes hombres del maestre de Santiago Alonso de Cárdenas, Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz, Alonso de Aguilar, Juan de Vera el adelantado de Andalucía, el asistente de Sevilla, Juan de Silva, conde de Cifuentes, Juan de Robles, corregidor y Alcalde de Šariš, todos muy peripuestos, con sus uniformes y su armamento reluciente y nuevo. Luego los capitanes, los soldados, detrás las mulas cargadas de provisiones para sólo unos cuantos días, ya que estaban seguros de encontrar en al-Šarqiyya abundancia de todo, ya que es famoso éste territorio porque en él se cultiva como en ningún otro de Europa la industria de la seda. Luego todos los demás. Y por fín, los últimos, un puñado de personajes llamados matatías, judíos en su mayoría, vestidos de manera informal, con aspecto de usureros y con las alforjas bien llenas de dineros para comprar a los soldados a precio de saldo lo que consiguieran robar de las casas y Palacios āndalusīes, que sabían abundantes y ya los veían en sus bolsillos.
Advertidos de antemano, antes de que entrasen en al-Šarqiyya, sus habitantes habían abandonadio las aldeas y refugiándose en lo alto de la sierra o en las torres tāli´as con sus mejores bienes, con lo que los asaltantes avanzaron hacia el interior quemando casas vacías y robando lo poco que habían dejado.
Los išbylīyanos de la capitanía de Juan de Silva, conde de Cifuentes intentaron recuperar a escala vista el castillo y villa de Zahara; pero, no consiguiéndolo, quisieron a toda costa agregarse a las fuerzas que se encaminaban a al-Šarqiyya. Unánimes todos en el plan, disentían, sin embargo, en los medios de ejecutarle. Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz proponía atacar repentinamente a la escasa guarnición de al-Qaşr de Mālaqah, que por su proximidad al mar ofrecía facilidades para combatirle y para conservarse, puesto que diariamente podrían traerse víveres y refuerzos. Opinión muy diferente sustentaba el Maestre Alfonso de Cárdenas.
A fin de poner término a las discusiones, se dejó parte de la impedimenta con la artillería y máquinas de guerra dispuestas para el ataque proyectado, y la caballería ligera, con parte del recuaje necesario para el transporte de provisiones, atravesó los desfiladeros y atacó las aldeas.
No faltaron entre los Grandes algunos que emplearon todo el día
en acercarse a Mālaqah lo suficiente para contemplar desde lejos la madīnat, nunca vista por ellos. Cuando, saciada el ansia de botín, vieron desvanecidas las esperanzas fundadas en su seguridad, se acordaron, ya tarde, de las órdenes de regresar a la hueste.
El jueves veinte de Rabī/marzo, los castellanos se adentraron en los montes sin encontrar resistencia; asolaron al-Qarya y aldeas, quemaron casas y frutales, robaron y mataron a todos los que se encontraban. Al pasar por Moclinejo, comenzaron a recibir de todo. Se les vino encima lo que no esperaban. Los āndalusīes, resguardados en el castillo y en las cumbres, lanzaban piedras, venablos, saetas que hacían un daño terrible a los castellanos de abajo. Los castellanos se habían metido en barrancos y ramblas de las que no podían salir. La sierra era intransitable y la noche oscura. Muchos, en vez de huir en busca de terrenos abiertos, se metían aún más en la boca del lobo.
Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad ibn Sa´d al-Zagal con una división se fue por la costa hacía Bališ para evitar que los castellanos huyeran por ahí o recibieran ayudas desde el mar. El wazīr Abū l-Qāsim ibn Ridwān Bannigáš con sus ballesteros y con multitud de paisanos, se apostó por Moclinejo y Cútar.
Resuelto el regreso por las montañas, los castellanos se internaron por sendas estrechas y pedregosas, donde los āndalusīes comenzaron a picarles la retaguardia, sin que pudieran defenderse por lo escabroso del terreno y, más aún, por el estorbo de la impedimenta
A poco llegaron a una hoya, sepultura de no pocos, porque, no siendo casi practicable para los jinetes, se empeñaron en pasarla atropelladamente y a porfía multitud de hombres de armas abrumados con el peso de sus armaduras. En el apresuramiento fueron muchos los que se despeñaron, aumentando el desastre la masa de sus cadáveres. En nada se reparaba con tal de llegar en precipitada fuga a lugar más seguro antes de la noche, que se echaba encima. Al cabo, y ya anochecido, hicieron alto en la falda de los escarpados cerros, en espera de la luz del día.
Viendo los āndalusīes coyuntura para cortarles la retirada, les arrojaron en las primeras horas de la noche una lluvia de venablos, y con un contínuo vocerío provocaron a los fugitivos, ya sin aliento, y amedrentaron a los tímidos. Ni había posibilidad de descanso para aquéllos, ni a éstos se ofrecía esperanza de escapar de la muerte. Eran tantos los heridos, que no había medio de resistir a un enemigo ventajosamente emboscado tras los setos y con entera libertad para hostilizar.
Los castellanos debieron meterse por los barrancos de Mondrón, al-Farnāt, Alfarnatejo, Periana, Cútar pensando que tenían fácil por ahí la retirada. No contaban con el terreno y el arrojo de los āndalusīes que conocían palmo a palmo los tajos y los barrancos.
Alcanzaron la costa desde el interior a la altura de Bizilyāna. Luego de llegar a la costa mediterránea, tomaron la dirección de Mālaqah que vieron de lejos por primera vez. Cuando los castellanos estuvieron metidos de lleno en la serranía, dentro de ese terreno rocoso, roto y perturbado de los Montes de Mālaqah tuvo lugar entonces el contraataque āndalusī en la noche del jueves al viernes 11 de Şafar 884/21 de marzo de 1483.
Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz, Alonso de Aguilar, etc. en las Lomas de Cútar cayeron en la emboscada de Abū ´Abd Allāh Mwāmmad ibn Sa´d al-Zagal
Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz se vió perdido, buscó entre las tinieblas una senda para escapar. Tránsfugas garnāţinos, con el converso Luis Amar muy adictos a su persona y grandes conocedores de los caminos, le aconsejaron la fuga, dándole seguridades de burlar al enemigo si a media noche les seguía por sendas de ellos solos sabidas; ésto, en caso que prefiriese escaparsóloa morir con otros muchos, porque al día siguiente, a la suerte y no al esfuerzo habría que
atribuir si alguno se libraba de cruelísima muerte, remota probabilidad
hasta para jóvenes desarmados y expeditos que caminasen de uno en uno.
Si Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz, decían, acérrimo enemigo de los āndalusīes ; muertos ya dos caballos en aquel día, sin alientos y afectado por el desastre, llegaba a caer en sus manos, gravísimo daño amenazaba a los pueblos castellanos confinantes, principalmente por carecer Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz de hijos varones para sucederle en sus estados. Murieron, Diego, Lope y Beltrán, hermanos de Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz y Lorenzo y Manuel, sus sobrinos, y con ellos otros muchos parientes y criados suyos, y prendieron a Juan de Silva, conde de Cifuentes y a Pedro de Silva su hermano, unos estaban mortalmente heridos; otros, encerrados aquella noche entre los riscos y estrechuras, sólo atendían a su salvación, completamente cercados de enemigos que con grandes alaridos vociferaban que cuantos habían entrado en aquel sitio estaban irremisiblemente condenados a la muerte o al cautiverio.
Cuando al siguiente día, 12 de Şafar/22 de marzo, se notó la falta de Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz, aumentó la turbación de los castellanos y se lanzaron a atravesar el elevado cerro, creyendo que del otro lado ya no corrían peligro. Aunque con dificultad, lo consiguieron; pero abatió sus ánimos y sus fuerzas el verse amenazados de completo exterminio por el enemigo previamente apostado en las estrechas sendas y quebradas por donde habían de pasar. Entonces los hijos abandonaban al padre a su suerte; el hermano no socorría al hermano y ningún jefe se cuidaba de sus soldados. Con sus propias manos, trémulas de miedo, se despojaban de sus arreos los que antes se pavoneaban con sus resplandecientes armaduras, y algunos perecieron mientras pugnaban afanosamente por quitárselas.
Aprovechando la matanza de los compañeros de armas, llegaron algunos a la garganta más estrecha. Allí arreciaron los aullidos de los heridos y el ruido sordo de los cuerpos al caer en tierra, ninguno a los tiros de los āndalusīes que les perseguían o del que les cortaba el paso, sino pisoteados y aplastados por los caballos al precipitarse. Lo estrecho del desfiladero les impedía revolverse contra sus escasos perseguidores; aquella multitud caía a cada paso despedazada por unos cuantos āndalusīes sin armas, y al ver los infelices la enorme matanza de sus compañeros, especialmente de los peor armados, imploraban misericordia del enemigo, pidiéndole el cautiverio y el aliciente del futuro rescate a cambio de la vida.
Quiso la suerte que el maestre Alfonso de Cárdenas pudiese escapar con unos cuantos de aquellas escabrosidades, y de igual riesgo se libró el adelantado de Andalucía Pedro Enríquez, aunque con mayor fortuna, pues le acompañaron en la huída su hijo y su hermano, los dos llamados Francisco Enríquez, si bien perdió la mayor parte de los caballeros de su escuadrón.
Alfonso de Aguilar consiguió, a duras penas escapar de manos de los āndalusīes, y con algunos de los suyos se refugió en su madīnat de Antiqayra, adonde ya le habían precedido los citados Grandes y, antes que todos, Rodrigo Ponçe de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz allí angustiaban el ánimo los lamentos de todos los moradores, y entre los llantos de viudas y huérfanos, sobresalía la amarga
pena del cautiverio del fortísimo y generoso corregidor Figueroa.
Ignorábase si Juan de Silva, conde de Cifuentes, a quien tanto se deseaba ver incólume, había quedado muerto o cautivo; sólo se sabía que muchos caballeros išbylīyanos de su escuadrón habían sucumbido. En suma: pasaron de milochocientos los muertos y más de dos mil prisioneros, de ellos 400, de noble linaje, quedaron en manos del enemigo. Juan de Silva, conde de Cifuentes pasó largo tiempo desapercibido entre los más humildes cautivos; luego, circunstancias casuales le hicieron concebir esperanzas de fácil rescate; pero, reconocido al cabo, fue entregado a Abū-l-Ḥassān´A.
La Batalla de As-Šarqiyya/Axarquía fue la última gran victoria de los āndalusīes en la historia de al-Āndalus

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