miércoles, 18 de noviembre de 2009

La Conquista de ālaqah


La Conquista de ālaqah 18 de ša´bān de 892/18 de agosto de 1487
Al-qā´id/alcaide de Mālaqah مالاغا Yūsuf ibn Kumāša ibn Comixa, que seguía el partido del joven Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XI ibn ´Alī al-Gālib bi-Llāh (Boabdil) contra su tío Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, como para congratularse de la libertad de Juan de Robles, cautivo en Mālaqah مالاغا tiempo hacía, le llevó al campamento. Sobre su canje por el riquísimo al-qā´id/alcaide de al-Lura/Alora, cogido por al-afray/castellanos, había habido largas negociaciones, y al fin éste había quedado libre mediante la entrega de trece rehenes.
La victoria de Fernando II, rey de Aragón acabó con éstas dilaciones, y los mālaqeños prometieron mayores servicios al Monarca, con tal que con pretexto de amistad los recibiese por aliados, como obedientes que eran al joven ´Āmir Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XI ibn ´Alī al-Gālib bi-Llāh (Boabdil). Para demostración de ésta voluntad, cierta o fingida, tenían buen cuidado de llevar diariamente a los reales abundantes mantenimientos.
Tomaron ésto muy a mal los guerreros Gomeres de la guarnición de Mālaqah مالاغا, hombres feroces y refractarios a todo sentimiento razonable o de humanidad, y se apoderaron de al-Qaşába قصبة/Alcazaba, que había quedado encomendada a la guarda del hermano de Yūsuf ibn Kumāša ibn Comixa; dieron muerte a los guardianes y amenazaron con igual suerte a cuantos mālaqeños se inclinasen a la amistad del rey Fernando II de Aragón.
Desarrollo del cerco de Mālaqah مالاغا ŷumādà al-Awwal 892/ mayo 1.487 a 15 Jumada al-Akhir 892/ junio 1.487
Cuando Fernando II, rey de Aragón, dejando en guarda de Balliš/Vélez-Mālaqah a Bernal Francés con 200 caballos y 500 riŷāl/infantes, al-afray/castellanos pusieron cerco a la ciudad de Mālaqah مالاغا por tierra y mar, en ŷumādà al-Awwal del año 892/7 mayo de 1487. Venían con Fernando II, rey de Aragón el maestre de Santiago Alonso de Cárdenas; el duque de Nájera Pedro Manrique; Rodrigo Pimentel, conde de Benavente, el maestre de Alcántara Juan de Estúñiga; Gómez Suárez de Figueroa, conde de Feria; Fadrique de Toledo, primogénito del duque de Alba, el almirante Fadrique Enríquez; Diego Pacheco, marqués de Víllena, el conde de Ureña Juan Téllez Girón, y Andrés de Cabrera, marqués de Moya. De los Grandes andaluces se hallaron presentes: Rodrigo Ponce de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz; el adelantado de Andalucía Pedro Enríquez, tío de Fernando II, rey de Aragón; Diego de Córdoba, conde de Cabra; Alfonso de Aguilar y Diego Fernández de Córdoba, al-qā´id/alcaides de los Donceles. Además, el clavero de Calatrava Fernando de Padilla; Martin Fernandez de Portocarrero; Lope de Acuña, Conde de Buendía, adelantado de Cazorla, y Juan Chacón, adelantado de Murcia. De los nobles de Aragón, Valencia y Cataluña acudieron muchos, en particular el maestre de Montesa Felipe de Aragón; Luis de Borja, duque de Gandía; el conde de Cocentaina, Corella, y Diego de Sandoval, marqués de Denia. De al-afray/castellanos, el conde de Castro Alonso de Mendoza; Rodrigo Portocarrero, conde de Medellín; Juan de Silva, conde de Cifuentes; Fernando Álvarez de Toledo, conde de Oropesa; el de Oliva, Centellas; el Conde de Venca y otros Grandes de la Península con muchas tropas enviadas por otros, y las que habían acudido con los pendones de las ciudades. Llegaba su número a 12.000 caballos ligeros y 50.000 riŷāl/infantes, sin contar la mucha gente ocupada en las guarniciones de las ciudades, villas y Ḥişn/castillos conquistados.
En cuanto al agua, muchos pozos de las huertas vecinas, que los andalusīes اندالوسياس creían poder cegar, o, por lo menos, impedir a al-afray/castellanos utilizarlos, surtieron abundantemente al ejército al-afray/castellano, que la acarreaba por un sendero pegado a las murallas. Se cavaron zulos donde esconder y preservar la pólvora, se descargaron las piezas de artillería de carretas, barcos y mulos. Se construyeron empalizadas, muros y fosos, se almacenaron alimentos.
En la costa de Mālaqah مالاغا, y para el transporte de provisiones, se apostó una armada de embarcaciones menores, que diariamente iba aumentando con la llegada de carabelas.
En el mismo sitio, y al mando del noble catalán Galcerán de Requeséns, conde de Trivento, seis galeras estaban prontas a rechazar cualquier intentona de los andalusīes اندالوسياس mālaqeños. Al frente de las naves de espolón venían Martín Díaz de Mena y Garci López Riavano, naturales de Vizcaya y de Guipúzcoa.
Hubo particular empeño, así en el ataque como en la defensa de Mālaqah مالاغا; en al-afray/castellanos, por apoderarse de la ciudad de cuya rendición dependía el término de la guerra de Garnāţa اليهود, y en los andalusīes اندالوسياس, por comprender muy bien que, tomada aquella ciudad, situada en el Mediterráneo ميديتيرانيو y en las costas de Europa, y considerada por los andalusīes اندالوسياس como garantía de ulteriores conquistas, ya nada podrían oponer contra el poderío de Fernando II, rey de Aragón.
Fueron los Ḥammūdíes los que sobre en el s. IX fortificaron el fondeadero para rechazar posibles ataques normandos, al igual que en éste tiempo se construye al-Qaşába قصبة/Alcazaba, como vigía de excepción del puerto. Hay que recordar que el fondeadero era la playa misma, donde se llevaban a cabo las cargas y las descargas.
Era, por tanto, para los garnāţinos el sitio de Mālaqah مالاغا amenaza de completo desastre, y para Fernando II, rey de Aragón mayor esperanza de hacerse dueño de Garnāţa اليهود. Los ciudadanos de Mālaqah مالاغا, aleccionados por el ejemplo de otras ciudades conquistadas por el mismo rey, y confiados en la clemencia que había usado con los vencidos, hubieran preferido acogerse a ella antes que defenderse con las armas, en cuyo ejercicio, por sus decididas inclinaciones comerciales, eran considerados muy inferiores a los demás garnāţinos. Deseaban vivamente permanecer en aquélla su fértil tierra natal; pero temían la cólera que contra ellos había concebido el rey Fernando II, rey de Aragón a causa de la crueldad de los renegados, berberiscos, y otros bárbaros del África que, habían asesinado al walī/gobernador de al-Qaşába قصبة/Alcazaba, y más enfurecidos después de cometido el crimen y desesperados del perdón de Fernando II, rey de Aragón, sólo confiaban en continuar la defensa de la ciudad. Los apáticos ciudadanos no se atrevían a más empresas que a las que la multitud africana se lanzaba, y para librarse de su crueldad creían necesario secundar su energía.
La situación de la ciudad daba también alguna confianza a los habitantes, porque si lograban conservar la cumbre en que se asienta el Ḥişn/castillo de Djabal Faruch/Gibralfaro, éste podía ser, pensaban, su refugio en caso de un desastre. Al-afray/castellanos no podrían pasar por la playa. Eso les iba a exponer al fuego desde las murallas. Al-afray/castellanos al llegar a la Caleta, rodearían por el Cerro de San Cristóbal e irían a aposentarse donde hoy está Capuchinos y la Victoria.
Aḥmed al-Zegrí mandó defender el Cerro con tres divisiones. Destruyó al-rabád/arrabales y colocó a sus hombres entre el Cerro, Djabal Faruch/Gibralfaro y el mar. Al-afray/castellanos decidieron atacar y conquistar el Cerro de San Cristóbal.
Un pelotón de riŷāl/infantes escogidos trepó al cerro defendido por fuerte escuadra de gomeres. Trabóse al punto combate, si el ataque al-afray/castellano fue feroz, más feroz fue la defensa andalusī. Al envite de los gomeres de Aḥmed al-Zegrí al-afray/castellanos tuvieron que retirarse cuesta abajo.
De nuevo volvieron a pelear en la cima del Cerro y en las laderas. La lucha fue terrible, encarnizada, cuerpo a cuerpo. El resto del ejército vio la batalla de su vanguardia, los escuchó incluso durante seis largas y terribles horas. Cada paso que ganaban al-afray/castellanos, les costaba sangre. Los andalusīes اندالوسياس morían matando. No pensaban en defenderse sino en matar.
Las flechas y las piedras volaban por todas partes. El estampido de los arcabuces y las espingardas se escuchaba en Mālaqah مالاغا y en el lugar donde estaba el grueso del ejército al-afray/castellano. Pero eran las gumias y los puñales los que más daño hacían a los dos bandos. Muertos unos 150 andalusīes اندالوسياس, y empujados los demás hacia Djabal Faruch/Gibralfaro. Cuando caía la noche el grueso del ejército al-afray/castellano llegó hasta los altos de lo que hoy es la Victoria, completando el cerco con dos mil quinientos jinetes y catorce mil hombres de a pié en los cerros cercanos a Djabal Faruch/ Gibralfaro
Las siete mejoras bombardas, al mando de Francisco Ramirez de Madrid, fueron sacadas de los barcos en que habían hecho el viaje desde Balliš/Velez-Mālaqah y se establecieron en el Cerro de San Cristóbal, frente a Djabal Faruch/Gibralfaro. Rodrigo Ponce de León y Cabrera segundo Marqués de Cádiz puso sus tropas debajo de Djabal Faruch/Gibralfaro a la orilla del mar, en la Caleta, el lugar más difícil y arriesgado por su proximidad a Djabal Faruch/Gibralfaro. Se extendía hacia el mar por la ladera de Monte Sancha hasta el Cerro de San Cristóbal.
Los duques de Medina Sidonia y de Alburquerque, se colocaron frente a la Puerta de Garnāţa اليهود, donde hoy está la Plaza de la Merced. Juan de Silva, conde de Cifuentes, con una división se estableció donde está la actual ermita del Calvario. El conde de Feria y el duque de Nájera con dos divisiones posicionaron sus tropas en lo que hoy es la Victoria. Los hombres del conde de Benavente y de Alonso Fernández de Córdoba se aposentaron en el Guadalmedina. En el Arroyo de los Ángeles y en el actual convento de la Trinidad se situó Fadrique de Toledo. Diego Hurtado de Mendoza tomó la Zamarrilla. Por el actual convento de Santo Domingo se situaron los caballeros de Santiago y Alcántara. Los de Calatrava llegaron hasta el mar. El cerco se había completado.
Mālaqah مالاغا también por mar estaba cercada por la armada al-afray/castellana. El heredero de la corona de Austria envió dos galeras cargadas de piezas de artillería que desembarcaron para colaborar en el cerco. Gran cantidad de galeras, naos y carabelas se arremolinaban por la bahía disparando de vez en cuando su artillería para amedrentar a los sitiados y evitar que les entraran provisiones y auxilios externos
A los Gomeres y a la demás multitud de las aldeas circunvecinas acogida en Mālaqah مالاغا, les daban facilidad para frecuentes salidas contra al-afray/castellanos las frondosas arboledas de frutales de los numerosos huertos inmediatos a las murallas. Desde allí, de repente y muy a mansalva, acribillaban con los tiros de culebrinas y espingardas a al-afray/castellanos.
Desde la Puerta de Garnāţa اليهود salía un muro de defensa que pasaba por la actual Plaza de la Merced, el Molinillo, la Goleta y llegaba hasta Puerta Nueva. Era un segundo muro, detrás del cuál, en época de paz se guardaban los ganados. En éste momento pasaron a usarlo como elemento de defensa. En los primeros días del cerco, se convocaban allí los comandos de Gomeres de Aḥmed al-Zegrí para atacar a al-afray/castellanos.
Juan de Silva, conde de Cifuentes, recibe el encargo de Fernando II de Aragón de evitar esas salidas. Y nada mejor que apoderarse de una de las Burŷ/Torres. Preparan concienzudamente las Siete Hermanas Jimenas, (la Capitana, la Esquiva, la Marquesa, la Flor Abierta, la Estepona, la Ronquilla, la Breva Dulce y la Dispuesta) las mejores bombardas del ejército y hace que disparen a un trozo de muralla para derribarla y aislar la Burŷ/Torre que se pretendía tomar.
La Burŷ/Torre resistía intacta los tiros, se quedó sin almenas, la metralla barría toda la plataforma y parecía empeño inútil continuar batiéndola y aumentar con ello las esperanzas de los defensores. Comprendiéndolo así los sevillanos que se hallaban más próximos, pidieron licencia a su capitán el conde de Cifuentes Juan de Silva, para escalar el torreón cuando, a la madrugada, se encontrasen los guardianes más desprevenidos. Pasada media noche, se trepó a lo alto, seguro de encontrar todavía centinelas en vela; pero no hallando más hombres que los que habían seguido en la escalada, a saber: Alonso de Medina, Pedro Fernández de Saavedra, Diego García de Henestrosa y varios caballeros sevillanos, llamó a otros compañeros.
Cuando los andalusīes اندالوسياس sintieron desde abajo que al-afray/castellans habían ocupado la plataforma, prorrumpieron en grandes gritos de alarma; acudió volando multitud de Gomeres y mālaqeños, y defendieron tan bravamente la posición que los hombres del conde debieron retirarse.
Fernando II, rey de Aragón tuvo noticias del fracaso de aquella intentona y al día siguiente mandó que el comendador de Calatrava y el duque de Nájera trataran de conquistar nuevamente el torreón. Y lucharon palmo a palmo entre las ruinas y los peñascos con una ferocidad terrible, entre la humareda de la pólvora. Al alborear el día, el torreón del huerto quedaba ya en poder de los soldados al-afray/castellanos.
A la mañana siguiente al-afray/castellanos estaban dentro de la Burŷ/Torre. Entonces los Gomeres de Aḥmed al-Zegrí apuntaron a ella sus bombardas, derribaron las almenas que daban Al-rabád/arrabal y comenzaron a ametrallarles. Al-afray/castellanos descendieron a refugiarse en la bóveda. Nada más entrar en ella escucharon un tremendo estampido. Todo saltó por los aires. Piedras, armas y cadáveres estaban tirados en medio de un terrible desorden y conmoción. Cuando la gran nube de humo se fue disipando al-afray/castellanos supervivientes pudieron ver los andalusīes اندالوسياس habían hecho saltar la pólvora que tenían almacenada.
Al mismo tiempo en la Zamarrilla, Diego Hurtado de Luna rompía el muro de Al-rabád/arrabal y penetraba en él.
Poco antes Fernando II, rey de Aragón había mandado traer artillería gruesa de Écija y de otras ciudades de Andalucía, para batir con más eficacia las murallas de Mālaqah مالاغا. En el interior de la ciudad ya no quedaba edificio a que no hubiesen alcanzado los terribles efectos de las balas de piedra disparadas por los morteros desde las primeras horas de la noche hasta el amanecer, con muerte de muchos habitantes. Nadie creía que pudiera diferirse mucho tiempo la rendición de la ciudad.
Mientras ésto pasaba en Mālaqah مالاغا, el joven Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XI ibn ´Alī al-Gālib bi-Llāh (Boabdil), vencedor ya de su tío en la lucha por el trono, hizo saber a Fernando II, rey de Aragón que todavía había en Garnāţa اليهود muchos partidarios del vencido enemigo, a los que no podría arrojar de la ciudad si no le enviaba mayores refuerzos. Fernando II, rey de Aragón, a fin de auxiliar con oportunidad a su aliado de Garnāţa اليهود, envió allá a Gonzalo Fernández de Aguilar, al frente de 1.000 soldados y 2.000 peones para socorro y guarda del ´Āmir Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XI ibn ´Alī al-Gālib bi-Llāh (Boabdil). Con éstas fuerzas, Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XI ibn ´Alī al-Gālib bi-Llāh (Boabdil) redujo pronto a cuantos se le mostraban rebeldes y logrado ésto, despidió a Gonzalo Fernández de Aguilar colmándole de presentes y se confesó más y más deudor a Fernando II, rey de Aragón por éste nuevo y poderoso auxilio.
Fernando II, rey de Aragón pide a Isabel I de Qastāla/Castilla y Liyūn/León que se incorpore al cerco. Al fin ella era la reina de Qastāla. Con la llegada de ésta todo cambia en el cerco. Con ella vienen Enrique Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia con hombres de refresco y con veinte mil doblas de oro y que pone a disposición de los reyes. Los aragoneses y los catalanes enviaron al conde de Concentaina con una nave de combate. El Marqués de Denia viene con otra nave y cuatrocientos hombres, se reciben municiones de Sicilia, Portugal y al-Ŷazīrat al-Ḥaḍrā´الخيسيراس/Algeciras. El real al-afray/castellano ya parece otro, Fernando II, rey de Aragón manda ir aproximando las trincheras a la ciudad para estrechar lo más posible el cerco.
Los reyes Fernando II de Aragón e Isabel I de Qastāla/Castilla y Liyūn/León proseguían el sitio de Mālaqah مالاغا con tanto más empeño cuanto con más tesón, y contra lo que se creía, se sostenía la defensa. Viendo los sitiados estrecharse cada vez más el cerco, pues las estancias de Rodrigo Ponce de León y Cabrera, segundo Marqués de Cádiz, se habían aproximado ya a las murallas de Djabal Faruch/Gibralfaro, unos mil hombres mandados por el nā´ib/lugarteniente de Aḥmed al-Zegrí, Ibrāīm Zanete hicieron una salida el ŷumādà al-Awwal/29 de mayo de 1487, cuando por el calor de las primeras horas de la tarde sabían que al-afray/castellanos tenían más descuidada la vigilancia. En su repentina embestida fácil les fue destrozar a la gente que defendía aquel puesto más cercano, poner en fuga a algunos heridos y degollar a los que les resistieron. Y hubiesen llevado más adelante su furioso empuje a no haber acudido con algunas fuerzas Rodrigo Ponce de León y Cabrera, segundo Marqués de Cádiz.
En la encarnizada pelea sufrieron al-afray/castellanos sensibles pérdidas, porque los tiros de las espingardas eran tan certeros, que hasta al mismo Rodrigo Ponce de León y Cabrera, segundo Marqués de Cádiz le traspasaron la adarga e hirieron a su hermano Diego Ponce de León. Otros de sus más queridos compañeros de armas salieron heridos, y la muchedumbre de Gomeres y valientes mālaqeños se ensañaron ferozmente con los que iban acudiendo desde los reales. Al cabo, el esfuerzo de Rodrigo Ponce de León y Cabrera, segundo Marqués de Cádiz, y de los demás nobles logró reprimir la rabia de los andalusīes اندالوسياس. Gran número de ellos quedó allí sin vida, y no se hubiera salvado ninguno, a no haber contado con el refugio del próximo Ḥişn/castillo de Djabal Faruch/Gibralfaro. Murieron de al-afray/castellanos unos 30 y más de 100 salieron heridos de la refriega.
La encrucijada del asedio: ¿Ataque definitivo a la ciudad o cerco por hambre? de 15 ŷumādà al-Aknir 892/ junio 1.487 a 18 ša´bān 892/ agosto 1.487
Fernando II, rey de Aragón reforzó la artillería con nuevas piezas y mandó que se trabajase en la construcción de túneles por debajo de tierra, que partiendo de distintos lugares del real al-afray/castellano se adentraran en el interior de Mālaqah مالاغا, en estas minas trabajaron intensamente 590 peones, del 3 de junio hasta el 14 de agosto, en seis estancias estratégicas. Dispuso que las bombardas gruesas, preparadas ya para batir las murallas, suspendiesen el fuego hasta que se abriesen las bocas de las minas en el interior de la ciudad, a fin de que pelotones de soldados al-afray/castellanos, dueños de las plazas, pudiesen rodear a los andalusīes اندالوسياس cuando estuviesen más enfrascados en las urgencias de la defensa. Por su parte ellos no aflojaban en la resistencia, ni daban señal alguna de decaimiento o de desmayo.
Más, como luego se supo, habían enviado emisarios a Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XI ibn ´Alī al-Gālib bi-Llāh (Boabdil), a la sazón dueño de Garnāţa اليهود, a suplicarle que, dando de mano a la lucha de las facciones, impidiera toda mengua de la religión mahometana, y acudiese en auxilio de su fe, porque roto el cerco puesto por al-afray/castellanos, los garnāţinos podrían recuperar lo perdido. Para ocurrir al caso de que Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XI ibn ´Alī al-Gālib bi-Llāh (Boabdil), fuertemente prevenido contra ellos, se negase a escucharlos, se avistaron antes los embajadores con al-qā´id/alcaide de al-Munnakkab/Almuñécar, a quien informaron minuciosamente de todo.
La respuesta de Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XI ibn ´Alī al-Gālib bi-Llāh (Boabdil) fue, en suma: Que era dificilísimo contrarrestar la grandeza y el poder del rey Fernando II de Aragón; pero, dado caso que aún se contase con fuerzas para resistirle, él era el único a quien le estaba vedado emplearlas, por haberse mostrado, tiempo hacía, inclinado a someterse al arbitrio de un protector tan poderoso. Por tanto, mientras viviera, no sólo no le suscitaría el menor obstáculo, sino que arrostraría los mayores peligros a fin de demostrarte de algún modo su agradecimiento.
La culpa de todo debía imputarse, sin duda alguna, a los partidarios de Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal. Y éste, por su parte, había introducido numerosas sediciones entre los garnāţinos y perpetrado crímenes sin cuento, con grave daño de la religión mahometana y ruina del Reyno de Garnāţa اليهود. Así, el único consejo que podía darse a los sitiados en Mālaqah مالاغا era la rendición inmediata, porque toda tardanza agravaría su desgracia, y como el auxilio que pedían era imposible, no debían despreciar un consejo muy útil en aquel supremo apuro.
Cuando los embajadores volvieron con ésta respuesta, al-qā´id/alcaide de al-Munnakkab/Almuñecar les dio cartas en que apoyaba el consejo de rendirse. Las rondas de Fernando II, rey de Aragón hicieron prisioneros en el camino a los primeros embajadores que se habían quedado con al-qā´id/alcaide, y que, a favor de las sombras de la noche, intentaban penetrar en Mālaqah مالاغا con las cartas; dieron muerte a unos; otros lograron escapar favorecidos por la oscuridad y por lo escabroso del terreno, y a los que pudieron coger vivos llevaron a presencia de Fernando II, rey de Aragón.
Del contexto de las cartas que se les ocuparon se dedujo fácilmente las instrucciones que habían recibido de los mālaqeños. Por ellas se supo que de los 5.000 defensores, 2.000 estaban gravemente heridos sirviendo más de carga y estorbo que de utilidad alguna. Pasaban de 1.000 los muertos, y los restantes padecían mucho por la penuria de provisiones. Las de pólvora se habían consumido en los tiros de bombardas y espingardas. El cansancio de los centinelas y lo crítico de las circunstancias habían empezado a inclinar el ánimo de los vacilantes ciudadanos a peligrosas novedades, y todo ello amenazaba con la ruina de la ciudad.
El mismo día en que Fernando II, rey de Aragón se enteró de la respuesta que llevaban los embajadores prisioneros, había mandado ofrecer un cuantioso premio al soldado que le presentase uno de los defensores mālaqeños. Esto animó a intentar la hazaña a algunos gallegos de las estancias próximas a las murallas del Ḥişn/castillo de Djabal Faruch Gibralfaro. Habían sorprendido las señales convenidas por los que en hora determinada salían con grandes precauciones de la villa a recoger en los alrededores del Ḥişn/castillo de Djabal Faruch/Gibralfaro juncos y yerbas para alimento de los defensores de la plaza; pero les pareció difícil apoderarse de ellos como no fuera a favor de algún ardid muy secreto.
Había allí cerca un cementerio de judíos, que suelen establecerlo, en campo abierto. En las sepulturas, elevadas bastante del suelo, según la costumbre judaica, se escondieron algunos gallegos que contaban con el auxilio de sus compañeros iniciados en el secreto.
Cuando seis de los mālaqeños volvían a la ciudad, los gallegos, bien prevenidos, saliendo de la emboscada, los acometieron, y tras revuelta pelea, dieron muerte a cuatro e hicieron prisioneros a los otros dos. De éstos, uno, gravemente herido, no sirvió para lo que pretendían. Del otro intentaron apoderarse algunos Grandes para congraciarse con Fernando II, rey de Aragón con la importante captura; pero al cabo se lo dejaron a los gallegos. Quiso Fernando II, rey de Aragón saber por él la verdadera situación de la ciudad; mas el astuto andalusī اندالوسي empezó a ponderar la enérgica actitud de los moradores, la abundancia de armas y provisiones y la unánime resolución de defenderse a todo trance.
Torturado luego, acabó por confesar la verdad, confirmando cuanto habían dicho antes los embajadores de la ciudad al ´Āmir de Garnāţa اليهود.
El mismo día salió de las murallas un andalusī اندالوسي con un pendoncillo y se dirigió al campamento a comunicar a Fernando II, rey de Aragón el mensaje que sus conciudadanos le habían encomendado. Introducido inmediatamente a presencia de Fernando II, rey de Aragón, se le escuchó con la mayor atención. Empezó por intercalar hábilmente en su habla algunos argumentos encaminados a dilaciones, y manifestó que en la ciudad había dos partidos: uno, resuelto a la defensa hasta el último trance; el otro, y más numeroso, opuesto a este extremo por el deseo de mirar por sus vidas.
Todos, sin embargo, habían jurado por su Qur´an/Corán no tratar de condiciones de paz hasta pasados cuarenta días desde el principio del sitio, y por ningún caso se atrevían a quebrantar éste juramento los andalusīes اندالوسياس. Por tanto, parecía prudente prohibir durante cuatro días, o poco más, las escaramuzas entre andalusīes اندالوسياس y al-afray/castellanos.
Entretanto no se desperdiciaba un momento. Por cuatro partes se iban abriendo las minas, y Fernando II, rey de Aragón ponía gran cuidado en evitar los casuales incendios de la pólvora y economizar el consumo diario, principalmente porque había sabido por los desertores mālaqeños que todo ataque fracasaría sin el auxilio de la artillería. De modo que los que antes resistieron tenazmente por las predicaciones de los faquíes, ahora, con las noticias de los tránsfugas, trabajaban con más ardor en hacer dentro de la ciudad fosos y estacadas y no cesaban de oponer a las embestidas de al-afray/castellanos trincheras y toda clase de defensas. Otra esperanza abrigaban los mālaqeños, y era el socorro de los gomeres que con Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal estaban en ´Adrā y en otras tierras del Reyno de Garnāţa اليهود, ansiosos de acudir en socorro de los sitiados.
Intento de asesinar a Isabel I de Qastāla/Castilla y Liyūn/León 18 junio 1487
La suerte de la Garnāţa اليهود naşrí, más allá de tropas y pactos, se quiso decidir también con la punta del puñal. A la sazón, por razones obvias, todo el Reyno estaba con el alma en vilo, en cuyo problema, tras tantos años de guerra raziando los campos más que los cuerpos, como siempre ha sucedido, entre los garnāţinos había dos tendencias: la de los palomas y la de los halcones, como hoy se les llamaría.
Los pacifistas, en su mayoría, proliferaban entre las clases más acomodadas, que trataban, así, de salvar algo de su acomodado estatus. Por el contrario, los belicosos abundaban más en las clases modestas, curiosamente aquellas que menos tenían que perder.
Para propiciar la rendición de los naşríes, según la tradicional estrategia de los enfrentamientos de esta clase, se prodigaron, por parte de al-afray/castellanos, mercedes, dineros, regalos Y como siempre, especialmente en aquellos tiempos tan influidos por el fenómeno religioso, los vinculados a lo que, para entendernos, llamaríamos sector clerical (ulemas, faquíes, santones), fueron los más radicalizados contra cualquier clase de entendimiento o rendición con al-afray/castellanos.
Con ese telón de fondo, cuando más apretaban al-afray/castellanos, cuando las noticias eran más alarmantes, en Wādi-Aš/Guadix se reunieron buena parte de los halcones para tratar de la situación. La reina Isabel I de Qastāla/Castilla y Liyūn/León estaba sobre el cerco de Mālaqah مالاغا, los informes eran que Mālaqah مالاغا, aunque resistía, no tardaría en caer. Y después de Mālaqah مالاغا, sería ya muy difícil aguantar en Garnāţa اليهود y, con ésta, todo el reino Naşrí estaría perdido y, con ella, todo al-Āndalus الأندلس, al que Allāh parecía haber dado la espalda.
Se reunieron, pues, en Wādi-Aš/Guadix, los andalusīes اندالوسياس viejos de la ciudad, los más piadosos y religiosos
Entre los más piadosos, Ibrāīm al-Djerbí, santón de un morabito, de los muchos que cercaban la ciudad, la barba blanca, luenga, el cuerpo enjuto y alto, los ojos crispados y hermosos, las sandalias de esparto, el manto o almalafa gris y sucia Antes, en una plazuela, ante cuatrocientos gomeres, con los ojos en blanco, Ibrāīm al-Djerbí había dado testimonio de estar en contacto y conversación con los ángeles de Mwḥāmmad
Estaban todos reunidos, a voz de almuecín, en la Masyid/Mezquita al-Ŷamá‘a/Aljama, aquella exagonal de patio ajardinado, fuente apagada y sesenta columnas, mientras la ciudad, mucho más su madina, de callejas estrechas, adarves cerrados y saledizos imposibles esperaba y sufría lo que el destino les fuera a deparar. En el patio, allí indiferente, un encogido limonero frente a otra palmera escuálida Y en medio, los notables, pocos, los faquíes de los Al-rabád/arrabales, muchos, todos enjutos, sólo uno rechoncho, todos con los ojos fieros y brillantes.
Y entre todos, destacado, Ibrāīm al-Djerbí que, en silencio, a todos escuchaba, con ninguno discutía, a veces, musitaba una plegaria mirando a levante y la quibla Luego, Ibrāīm al-Djerbí levantó la mano y el gesto y pidió silencio. Y todos, porque su fama, su santidad y su nombradía eran muchas, callaron y aprestaron los oídos Y entonces, Ibrāīm al-Djerbí les dijo que, para conjurar el peligro al-afray/castellano, él tenía un plan, el mejor plan, el único plan capaz de acabar con el agobio al-afray/castellano, con su depredación de leones de Qastāla/Castilla, con la permanente amenaza de los politeístas, un plan que los ángeles de Mwḥāmmad , amigos y confidentes suyos, le habían confiado.
Y ese plan, en definitiva, consistía en acabar con la reina al-afray/castellana, con la reina Isabel, aquella de los cabellos rubios o trigueños y los ojos azules, ya que ella era la que había prometido acabar con el Islam de al-Āndalus الأندلس, con todos los andalusīes اندالوسياس de aquende, con los creyentes, espantando cualquier bandera roja más allá de tierras y mares Y para dar cumplimiento a ese plan, él, Ibrāīm al-Djerbí, tenía un puñal de los que ya, a la sazón, habían dado fama a la ciudad por su eficacia, así como la ciudad les había dado marca y señal; en una mano el puñal, y en la otra una manta muy bien doblada y plegada a manera de escudo o rodela, acometían al enemigo, con gesto tan feroz como despiadado.
Tras mucho perorar, por fin, Ibrāīm al-Djerbí impone su proyecto, ya que es mucha su autoridad. E inmediatamente pide voluntarios que le acompañen al sitio de Mālaqah مالاغا, él a la cabeza. Los que dan el paso adelante son muchos, sobre todo faquíes e hijos de faquíes y aspirantes a faquíes, todos hijos de aquellos de Aledo, y los cuatrocientos gomeres, todos, enseguida, camino de Mālaqah مالاغا, la ciudad y fortaleza sitiada y agobiada por al-afray/castellanos de la reina Isabel I de Qastāla/Castilla y Liyūn/León, en donde Ibrāīm al-Djerbí, él sólo, dará su golpe apuñalando a la reina de Qastāla/Castilla, ya que ella, precisamente ella, es la que ha prometido no dejar la caza hasta cobrar todas las piezas: Mālaqah مالاغا, hoy; Basţa/Baza, mañana; Wādi-Aš/Guadix, después a la postre, Garnāţa اليهود, ciudad memorable
Y allá que van Ibrāīm al-Djerbí y los suyos, puñal bajo la almalafa. Mālaqah مالاغا está lejos, pero no importa. Adelante, adelante Y, por fin, se ven sus murallas. Y el cerco al-afray/castellano, sus guardias, sus tiendas... Y, realzando sobre todas, la tienda real, la que sin duda, es la de la reina Isabel I de Qastāla/Castilla y Liyūn/León Entonces, Ibrāīm al-Djerbí le dice a los suyos: “Vosotros esperad aquí”
Y, tras unos minutos de oración, decidido, el puñal escondido, se adentra solo por el campamento al-afray/castellano, cargado de tantos disimulos como malas intenciones Y a los que le salen al paso les dice que tiene que ver a la reina, para la que trae un mensaje muy, muy importante, tal vez de rendición.
Dichas éstas y otras muchas razones semejantes, el malaqeño alcanzó de hombre tan sagaz como Rodrigo Ponce de León y Cabrera, segundo Marqués de Cádiz lo que de ningún otro hubiera conseguido, a saber, permiso para no ser despojado como cautivo del alfanje ni del puñal, y para ir, así armado y con un solo acompañante, a presencia del rey.
Bien, bien, lo van dejando llegar hasta la tienda real Ibrāīm al-Djerbí, cargado de impaciencia y de tensiones, medita en que él, de cerca, ha visto a pocas damas, y al-afray/castellanas, menos, ya que él sólo ha tenido trato con la pobreza, los secanales, los escorpiones y su alimento no ha pasado de leche, dátiles y miel
Quiso la suerte que, a causa del trabajo de la noche, Fernando II, rey de Aragón se hubiese retirado, a descansar, y que a la reina, a la sazón sentada en el interior de la tienda, aunque siempre quería estar enterada de cuanto pasaba, cuando la dijeron que había allí un malaqeño enviado por Rodrigo Ponce de León y Cabrera, segundo Marqués de Cádiz, la indujera mandar que condujesen a la tienda inmediata donde posaba la marquésa Beatriz Bobadilla, hasta que Fernando II, rey de Aragón despertara y pudieran oírle ambos esposos. Así es que, cuando aparece la primera dama al-afray/castellana, allí sentada jugando a las damas, Ibrāīm al-Djerbí queda deslumbrado por su belleza, su porte, ataviada con profusión de oro y piedras preciosas estaba hablando con el caballero con Álvaro de Braganza, le pareció hallarse ante Fernando II, rey de Aragón y la reina sentados en su estrado y no tiene tiempo sino para decirse:
«¿Ésta es la reina de los ojos azules y el cabello trigueño¿ »
Y sin más, se abalanza sobre ella -¿ay, que no es la reina y sí una de sus damas¿ - y sobre ella, rápido, alza su puñal guadixí, el puñal de la fe que reluce un momento en el aire malagueño. Falló el golpe y fue a herir a Álvaro de Braganza, en la cabeza, con tal ímpetu, que se la hubiera hendido hasta la boca, a no tropezar el alfanje en la vara saliente que sostenía el toldo de la tienda. Hallábanse allí dos hombres, fray Juan de Belalcázar y Rodrigo López de Toledo: el primero, sin armas, sujetó fuertemente al malagueño por detrás por las piernas, mientras el segundo le cogía por la espalda; y en tal situación, los soldados, que habían acudido a las voces de Beatriz Bobadilla le cosieron a puñaladas y, luego, lo hacen cuartos y cuartillos., y metiéndole en un trabuco, le arrojaron por los aires para que cayese en una plaza de la ciudad. Al ver el cadáver los otros viejos compañeros del santón, que los cosen y recosen.
Y tras recoserlo y otras liturgias, en parihuelas, se lo llevaron a Wādi-Aš/Guadix, a su ciudad, a la madīnat, para, después, darle tierra en el secular maqaber hispano romano.
Luego Fernando II, rey de Aragón dio órdenes más apremiantes para disponer el asalto en el día convenido a fin de evitar a sus soldados las penalidades que les acarrearía la imprevisión en las operaciones del sitio. Hizo venir tropas de refresco y reunir todos los elementos de ataque para proteger al ejército contra los tiros de los andalusīes اندالوسياس.
Por su parte Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal salió de Adrā; atacó a parte de la guarnición de Balliš/ Vélez-Mālaqah, que estaba preparando en el campo cal, maderas y otros materiales de construcción, y como algunos se hubiesen refugiado en las aldeas de los andalusīes اندالوسياس sometidos a Fernando II, rey de Aragón los pasó a cuchillo a todos, sin perdonar sexo ni edad. Por el momento los contingentes enviados a Garnāţa اليهود por Fernando II, rey de Aragón y por Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XI ibn ´Alī al-Gālib bi-Llāh (Boabdil) impedían todo tumulto de las facciones, y en agradecimiento, el último comunicaba a Fernando II, rey de Aragón cuanto sabía acerca de lo que tramaban contra él sus enemigos, y le enviaba las cartas de los mālaqeños para Abū ´Abd Allāh Mwḥāmmad XII ibn Sa´d al-Zagal, interceptadas por sus soldados, en las que se descubría la ninguna esperanza de los mālaqeños sino se les socorría.
Fernando II, rey de Aragón, al mismo tiempo que reforzó el ejército con las tropas recién llegadas, llamó a Enrique Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia, para que, acompañado de otros Grandes, destinase 500 hombres de armas y algunos peones a reemplazar a los heridos y enfermos, de modo que quedase gente útil cubriendo las bajas. Todo se iba disponiendo con el fin de que si los andalusīes اندالوسياس se veían obligados a rendirse por la falta de mantenimientos, se hiciese patente a todos los no obcecados cuán preferible era para las tropas al-afray/castellanas al asalto de la ciudad, puesto que en la última desesperación los mālaqeños y la multitud de Gomeres, o romperían furiosamente contra los soldados de Fernando II de Aragón, o, viéndose ya perdidos, darían muerte a los numerosos cautivos al-afray/castellanos, y como Fernando II, rey de Aragón y la reina no querían dar el menor pretexto para tan terrible extremo, se resolvió continuar el sitio.
Por negligencia de los encargados de estorbar la llegada de los refuerzos tantas veces pedida por los sitiados e intentada por los andalusīes اندالوسياس, tuvieron que sufrir los sitiadores gravísimo daño.
Diego Fernández de Córdoba, al-qā´id/alcaide de los Donceles, al aviso de la llegada de socorros a la ciudad, como tenía orden de Fernando II, rey de Aragón de cortarles el paso, había repartido rondas nocturnas por todos los caminos; pero resultando inútil su vigilancia durante muchos días, creyó que el aviso había sido falso, y se retiró a su estancia precisamente en el momento en que más necesaria era la guarda de los caminos. En efecto: a la medianoche, y con espantoso griterío, más de 100 andalusīes اندالوسياس, capitaneados por un guía, penetraron con furia en la estancia más próxima a las murallas.
Gran parte de los ciudadanos, considerando cómo se habían frustrado sus esperanzas y cuán caro habían de pagar su engaño, puesto que forzados por extrema necesidad érales ineludible someterse a la voluntad del vencedor, volvieron a su primer propósito, y comunicaron a Fernando II, rey de Aragón, a impulsos de justo temor, las favorables disposiciones de algunos de los habitantes.
Al-qā´id/alcaide de al-Qaşába قصبة/Alcazaba, y capitán de los Gomeres, Aḥmed al-Zegrí, vencido en Lopera, en Lawšaلوخا/Loja y en Tākwrwnnā/Ronda por los al-afray/castellanos, tomó el mando de la ciudad sitiada a partir del 6 ŷumādà al-Awwal/mayo, se había encerrado en Djabal Faruch/Gibralfaro con mil Gomeres procedentes de África mudiahidum/Guerreros de la Fé, a ellos se agregaron elementos marginales de la violenta sociedad de la frontera andalusī-garnāţina: había una muchedumbre de renegados y conversos, condenados por apostatas en Išbylīyaسيبيجا y en otras partes de Andalucía. La Inquisición había comenzado a actuar en Išbylīyaسيبيجا, quemando herejes, que buscaron refugio en Mālaqah مالاغا. Este conglomerado se había adueñado de Mālaqah مالاغا , y preferían morir peleando y esperando auxilio desde la otra orilla del Mediterráneo ميديتيرانيو.
Así se iba dilatando el momento de la rendición. Más los mālaqeños, viendo cada vez con más claridad cuán engañados estaban al creer que Fernando II, rey de Aragón desmayaría y levantaría el sitio, y cómo por el contrario de día en día recibían las tropas más refuerzos, se aumentaban con nuevas máquinas de guerra las que batían sus murallas y crecía la abundancia de víveres, cuando a ellos no les quedaba la más mínima esperanza de socorro o de abastecimiento, hablaban entre sí de temperamentos conciliadores. Todavía, sin embargo, no se atrevían los desdichados habitantes a quejarse tanto en público de sus privaciones que se descubriesen sus inclinaciones a rendirse.
Por todo esto, uno de los principales de la ciudad, llamado Alī Dordux, opulento, con gran partido por su dilatado parentesco, que comprendió que debía hacer ciertas insinuaciones en los parajes públicos. Era Alī Dordux tan notable por la agudeza de su ingenio como por sus riquezas, y así le consultaban en secreto, principalmente los que, temiendo la ruina general por la temeraria y pertinaz audacia de los gomeres, a escondidas de éstos y de los obstinados en la defensa, habían arrojado a las estancias de los al-afray/castellanos más próximas a las murallas cartas atadas a los venablos para que se las llevaran a Fernando II, rey de Aragón. En ellas le manifestaban cuán contra su voluntad seguían resistiéndose, y que, antes bien, en cuanto viesen abiertas las bocas de las minas, porque ya percibían los terribles golpes de los zapadores, podía tener seguro que al punto se mezclarían con los al-afray/castellanos que hubiesen penetrado por ellas en la ciudad.
Al parecer, de todo esto tenía conocimiento Alī Dordux y de aquí las esperanzas del buen acogimiento de sus palabras. Propúsose burlar cautelosamente la tenacidad de los gomeres, haciéndoles imposible descubrir lo que para la propia seguridad y la de sus amados convecinos tramaba, y en una junta donde se discutían las medidas que debían adoptarse, dijo a al-qā´id/alcaides de los Ḥişn/castillos, a los caudillos gomeres y al faquí, a quien casi todos los mālaqeños llamaban santo, que él y todos los musulmanes, cuantos aspiraban entre los mortales a la eterna bienaventuranza, sólo debían observar los preceptos de la religión de Mwḥāmmad . Por tanto, los fieles agarenos estaban obligados, por la observancia de su ley y por el acrecentamiento de su pueblo, no sólo a sufrir todo género de trabajos, sino a despreciar los más atroces suplicios y los géneros de muerte más terribles, principalmente cuando los católicos reyes Fernando II de Aragón e Isabel I de Qastāla/Castilla y Liyūn/León combatían por el exterminio de aquella religión. Y esta iniquidad se perpetraría en la Península si los al-afray/castellanos llegaban a tomar a Mālaqah مالاغا, reducida a estrecho cerco, y en aquellos días atribulada por incesantes ataques. Y pues esta ciudad era para los garnāţinos como una puerta abierta, y de día en día la escasez de mantenimientos amenazaba más y más a los defensores con angustioso trance, o, más bien, con el exterminio, y como tampoco cabía esperar socorro ni subvención alguna si milagrosamente no la alcanzaban de Mwḥāmmad los habitantes resueltos a perecer en la demanda, debía procederse a poner por obra a tiempo lo que se creyese más ventajoso.
Si a todo se posponía el respeto a la eximia virtud del legislador Mwḥāmmad , inmediatamente y sin temor alguno debía romperse contra el enemigo, y en medio de la pérdida de toda esperanza, concebir la más excelente, puesto que su fe promete a los fieles la felicidad. Pero si, por el contrario, se creyera preciso seguir procedimientos más templados en tan críticos momentos, era manifiesto el grave daño de la dilación para los atribulados mālaqeños, faltos de todo socorro y con tanta dificultad para procurarse vituallas. Esto unido a los llantos de las mujeres, a los gritos de los hijos, al hambre y al espanto de los que desmayaban, traían tan angustiado el ánimo de todos los hombres, que preferían arrostrar la muerte a presenciar más tiempo aquellas intolerables desdichas.
El razonamiento de Alī Dordux conmovió, hasta a los más duros de corazón, y se resolvieron por seguir el partido adoptado al principio, o sea, continuar sus audaces salidas y averiguar la dirección de las minas que percibían cavar por varios sitios. Una parte de los defensores se ocupó en vigilar día y noche para descubrir los puntos peligrosos por la desembocadura de las minas, y otra parte guarneció asiduamente las Burŷ/Torres y defensas; los más atrevidos se ofrecieron a hacer salidas repentinas contra las estancias de los al-afray/castellanos.
Descubierta la estratagema de los túneles por Aḥmed al-Zegrí tomó las medidas apropiadas para que a los al-afray/castellanos les saliera el asunto torcido. Otra cuadrilla de picadores, esta vez malaqeña, se aplicó a hacer una zanja que cortara de raíz los túneles al-afray/castellanos, evitando que consumaran su propósito.
Ambos túneles se dan de cara, y con los zapadores de Fadrique de Toledo. De inmediato se inició una lucha a muerte entre unos y otros. Soldados, picadores, zapadores al-afray/castellanos y mālaqeños, se enzarzan en una lucha feroz, con todo lo que tenían a mano. Sus armas eran los puñales, gumias, picos, palas, puños. Solo que el campo de batalla era exiguo, Un túnel que se hundía, que atrapaba sus brazos y menguaba la fuerza a sus puñaladas. Aquí no tenían espacio ni para extender los brazos. Se combate debajo de tierra durante seis días, y así mismo hubo dos escaramuzas, casi batallas una durante la noche del 30 ŷumādà al-Akhir/junio y otra el día 23 raŷab/julio. Las minas siguieron hasta el 14 ša´bān/agosto. La estrategia de los al-afray/castellanos quedó en muchos muertos por ambas partes.
En raŷab/julio, los víveres llegaron a faltar; los mālaqeños se vieron obligados a comer caballos, burros, mulos y perros. Recurrieron a los cogollos de palmeras cocidos y molidos, a las cortezas de los árboles, a las hojas de vid y de parra picadas y aliñadas con aceite.
Cada día ponía Fernando II, rey de Aragón más empeño en que se rechazasen vigorosamente. Al efecto, en derredor de las estancias se habían levantado albarradas, que no dejaban rincón alguno por donde los andalusīes اندالوسياس pudiesen penetrar sin ser sentidos. Había mandado, además, asestar las bombardas gruesas contra los puntos más débiles de las murallas. Por último, dispuso tener preparadas para un día señalado las Burŷ/Torres movibles construidas en largo espacio de tiempo, y las escalas reales, fabricadas con admirable artificio, con más otra multitud de máquinas de guerra, todo para el momento en que se volaran las minas.
Esta actividad de Fernando II, rey de Aragón estimuló a Juan de Silva, conde de Cifuentes, a hacerse dueño de una Burŷ/Torre que, por el daño que a unos o a otros causaba, era a la sazón motivo de empeñada contienda por que no cayese en poder de ninguno.
Pero el Conde, que acaudillaba a los sevillanos, deseando llevar a cabo esta hazaña secretamente, encargó de su realización a unos cuantos soldados, con orden de que a media noche metiesen guarnición en la Burŷ/Torre. Al enterarse del hecho al día siguiente los mālaqeños, volaron a recuperarlo, y como en aquel aprieto pocos de los al-afray/castellanos les hiciesen rostro, los mālaqeños dieron buena cuenta de los que la guarnecían. Algunos días después, y con mayores precauciones, se apoderaron al cabo los sevillanos de la Burŷ/Torre, poniendo con ello en el último apuro a los moradores, porque inmediatamente pareció desmayar aquella primera ferocidad, visto también el trágico fin de algunos que intentaron resistir en las estrechas bocas de las minas a los enemigos que por ellas desembocaban.
Ya la furia con que durante tanto tiempo se habían defendido los gomeres empezó a ceder y el crédito dado a las vanas palabras de los faquíes decayó tanto, que el mismo día salió de Mālaqah مالاغا con bandera de parlamento un malaqeño, en compañía de otro comisionado, los dos como para abrir el camino a otros que luego habían de seguirles, y a quienes suponían oiría con gusto Fernando II, rey de Aragón cuando le hablasen de proposiciones más aceptables de parte de los mālaqeños.
Otros habían antes venido desde Mālaqah مالاغا al campamento más bien como verdaderos espías que como enviados por los de dentro; pero habían ocultado de diversos modos la situación, cada día más crítica, de los sitiados, a fin de alcanzar condiciones menos duras. A sus engañosas palabras se contestaba con otras argucias para dejarles entender que, más que en las armas y en la artillería, se confiaba en la dilación para la entrega de la ciudad. No dejando de comprenderlo así hasta los berberiscos más obstinados en la defensa, empezaron a arrepentirse de sus audacias, a despreciar al predicador y a los demás faquíes, antes tan venerados, y a conceder la mayor autoridad para las futuras resoluciones a Alī Dordux, de quien tan prudentes y oportunos consejos habían oído en las juntas.
Fernando II, rey de Aragón, con más maduro consejo, empleaba a veces el disimulo o la ficción, como haciendo poco caso de las vanas noticias de los mālaqeños, a fin de mantenerlos entre el temor y la esperanza. Ya hacía pregonar que el soldado que cogiese en el campamento a un malaqeño procedente de la ciudad, podía, a su voluntad, conservarle como esclavo o darle muerte, y este caso ocurrió dos o tres veces; ya mandaba no hacer daño alguno a los desertores, todo con el fin de que estas órdenes contradictorias impidiesen a los andalusīes اندالوسياس saber nada cierto. Con esto y con ir dejando pasar el tiempo, se esperaba de día en día reducirlos a más incondicional entrega.
Los Grandes sostenían esta creencia; pero más que todos aprobaba tal conducta la reina, siempre tan avisada. Llamada por frecuentes avisos de inmediata rendición de la ciudad, había acudido a los reales en los primeros días del sitio para emplearse en mejorar la suerte de los soldados; pero cuando, las cosas tomaron otro rumbo, se acordó que permaneciese allí rodeada de tan excelentes consejeros como el cardenal de Santa Cruz, Pedro de Mendoza; de su hermano Fernando, obispo de Ávila, y de otros reverendos prelados del séquito de la excelente soberana.
Era el cardenal hombre de gran capacidad, nobleza y opulencia; había traído al sitio fuerte contingente de caballería, y a todo atendía convenientemente, así a los asuntos eclesiásticos como a los militares. Con tal que la ciudad se rindiese para mayor gloria del cristianismo, cualquier medio pacífico merecía su aprobación. Lo mismo aconsejaba el religioso prelado abulense, y el Monarca no parecía disentir en esto de los experimentados Grandes partidarios de aquella opinión.
Alī Dordux, investido por los mālaqeños de facultades para tratar con los al-afray/castellanos, salió de la ciudad acompañado de algunos mālaqeños, y atravesando la estancia del comendador de Liyūn/León, Gutierre de Cárdenas, fue conducido a la tienda de Fernando II, rey de Aragón. Allí pretendió explicar las condiciones de la rendición dictadas por los sitiados; mas después de largo discurso, no pudo alcanzar de Fernando II, rey de Aragón sino que se rindiesen a discreción.
Tristes y llorosos volvieron a la ciudad Alī Dordux y sus acompañantes. Al oír la respuesta de Fernando II, rey de Aragón se apoderó de todos grandes espantos y profunda tristeza, y redoblaron los lamentos de la multitud desvalida, porque ya no quedaba nadie en la ciudad capaz de resistir más tiempo el hambre.
Consumidos ya todos los alimentos, viéronse obligados hasta los más poderosos a devorar perros, ratas y comadrejas, y de los que habían comido caballos y burros muy pocos escaparon a la muerte. Claramente les demostraba la experiencia que de día en día la clemencia de Fernando II, rey de Aragón para con los obstinados iba disminuyendo, al paso que crecía su indignación. Pero los feroces berberiscos, los monfíes que habían acudido a la defensa de la ciudad, nuevamente enfurecidos, se determinaron a perder las vidas peleando y tentar la suerte en una salida desesperada, antes que sufrir los tormentos que les aguardaban.
Al punto ordenó Fernando II, rey de Aragón que todos los soldados destinados en las estancias al asalto, con el tren completo de sitio comenzara el ataque, después que por quien correspondía, según disposiciones de Fernando II, rey de Aragón, se hubiera destruido la parte más flaca de las murallas con las bombardas gruesas, ya que al principio del sitio apenas hubieran hecho efecto en las más robustas.
En cuanto retumbó el estrépito de las bombardas, los sitiados enarbolaron bandera de parlamento sobre la puerta de la ciudad, y, por último, Alī Dordux, con unos cuántos, salió en dirección a la estancia de Rodrigo Ponce de León y Cabrera, segundo Marqués de Cádiz, creyendo que, de aceptar el cargo, en él hallaría un mediador más humano para los pactos de entrega que el que había encontrado en el comendador de Liyūn/León, Cárdenas. Pero Rodrigo Ponce de Liyūn/León y Cabrera, segundo Marqués de Cádiz, hombre de gran prudencia y formalidad, que con exquisito tacto rehusaba intervenir en semejantes competencias, y que sabía que asunto de tanta monta no debía confiarse sino a un solo intermediario, en particular al que asiduamente asistía a la tienda de Fernando II, rey de Aragón, envió a Alī Dordux a Gutierre de Cárdenas, comendador de Liyūn/León para que así ninguno de los Grandes presentes en las estancias pudiera tener conocimiento de las condiciones de la entrega.
Cuando Gutierre de Cárdenas, comendador de Liyūn/León, muy precavido e intérprete fiel de las intenciones de los reyes vio volver a Alī Dordux, dispuso, en consonancia con ellas, aplazar la audiencia para el día siguiente con el astuto propósito de infundir desconfianza hacía el agareno y su conferencia. Aparte le animó a tener esperanzas, porque los reyes, más favorables para él que para ningún otro malaqeño, no deseaban tratar sino con él solo.
Luego, tratados en secreto varios puntos, cuando ya, no sin alguna dificultad, se dignó Fernando II, rey de Aragón escuchar el lastimero discurso de Alī Dordux, la última concesión de Fernando II, rey de Aragón vino a coincidir con lo asegurado por Gutierre de Cárdenas, comendador de Liyūn/León. Al astuto malaqeño, deseoso de salvar al menos sus caudales, y a ser posible, librar de extremas calamidades a algunos de sus parientes más queridos; de encontrar algún medio para que otros de sus conciudadanos escapasen del cautiverio que les amenazaba, y a vueltas de los tratos de paz, vender a los gomeres y a otros tercamente empeñados en la ruinosa resistencia, se le hizo creer que nada de esto podría conseguirse si no se trataba a solas entre él y el Comendador. Quedó, por tanto, reconocida la necesidad de que Alī Dordux desposeyese con ardid al-qā´id/alcaide Aḥmed al-Zegrí del mando de la fortaleza más importante o al-Qaşába قصبة/Alcazaba; y Alī Dordux, a su vuelta, con pretexto de dar cuenta de lo que había tratado con Fernando II, rey de Aragón, penetró allí con sus amigos y parientes de más confianza, y consigue que Aḥmed al-Zegrí, se haga fuerte en el Ḥişn/castillo de Djabal Faruch/Gibralfaro y dejar a la ciudad a su suerte.
Elogiaron la hazaña los mālaqeños en la creencia de que por la mediación de Alī Dordux con Fernando II, rey de Aragón sólo la vida de sus feroces huéspedes estaba amenazada y que con ellos se usaría de más misericordia. Seguíanle por las calles aclamándole como a su redentor en tan angustiosas circunstancias.
Él, dándose aires de negociador para con todos, a nadie comunicaba las condiciones que había aceptado.
Entretanto, observaban los sitiados la suspensión del renovado ataque a la plaza, y que no amenazaba ninguna hostilidad de los reales, en caso que pudiera venirles alguna provisión de víveres para remediar el hambre terrible, y por eso suplicaron todos a Alī Dordux que mirase por las vidas de aquellos desdichados. Contestó él que muy pronto revelaría todo lo que por el momento convenía ocultar a la multitud a fin de que la resistencia de los huéspedes no suscitase otra vez trastornos, antes pudiesen removerse los obstáculos para conseguir clemencia, pues demasiado claramente se veía que la causa de tan gran calamidad consistía en la diversidad de pareceres y en la terquedad de unos cuantos. De las palabras del rey, decía, había sacado ciertos indicios halagüeños; pero mucho podía contribuir a la total salvaguardia y a la libertad de los ciudadanos el que se dirigieran humildemente a él en cartas de súplica, con lo que tal vez, movido de su natural bondad, añadiría algo más concreto a lo manifestado secretamente, porque él no había podido arrancar con sus instancias de labios del rey otra cosa sino que debían entregarse a discreción.
Aceptado el consejo de Alī Dordux, algunos de los principales fueron comisionados para llevar las cartas, cuyo tenor era, en resumen, el siguiente:
Que la majestad de Fernando II, rey de Aragón a ninguno de sus progenitores cedía en clemencia para los vencidos, como lo habían experimentado en aquella guerra de Garnāţa اليهود hasta los que le habían combatido tenazmente con las armas.
Luego a los vecinos de Mālaqah مالاغا no se les podía acusar de otra culpa que la de haber peleado por sus penates y por la posesión de sus bienes, por la vida y por la libertad. Confesaban, sí, como maldad atroz, el haber llamado para defensores de la ciudad a hombres delincuentes, tanto más enemigos de los ciudadanos cuanto más obstinados en la defensa, y cuyos crímenes habían echado sobre todos indeleble mancha. Mas con todo eso, suplicaban al rey con aquella servil humildad que emplean los más abyectos esclavos cuando se creen reos de alguna culpa, que se dignase usar de su natural clemencia con los míseros mālaqeños, acordándose de su progenitor Fernando III, rey de Qastāla/Castilla cuando sometió a Qūrţuba كوردوبا por fuerza de armas y sitió en un extremo de la ciudad a innumerables agarenos, estrechando de tal modo por hambre a la multitud de gentes inermes que la vida o la muerte de todos quedó en sus manos.
Asimismo debía acordarse de su preclaro abuelo Fernando de Aragón, tío y tutor de Juan II de Qastāla/Castilla, padre de la reina Isabel I de Qastāla/Castilla y Liyūn/León, el que, después de muchos meses de tener estrechamente cercada a aquella ciudad, de combatirla con todo género de artillería y máquinas de guerra y de sufrir mil contratiempos en tan repetidos y largos combates, cuando al cabo consiguió la victoria y se le entregó la ciudad, no se negó a las súplicas de los defensores refugiados en al-Qaşába قصبة/Alcazaba y de la multitud desvalida de ambos sexos que ya no podían resistir un día más la falta de agua. Por tanto, suplicaban a un rey, que no negase su natural benignidad a los siervos mālaqeños, sino que, al menos, hiciera saber a la mísera multitud de sus esclavos que podría subsistir en esa condición, aunque tan abyecta.
La respuesta de Fernando II, rey de Aragón a los enviados fue la siguiente:
Que antes de levantar el campo frente a Balliš/Vélez-Mālaqah había hecho declarar a los mālaqeños, con más benignidad que nunca, el fin que se proponía y el deber en que estaba de recuperar un territorio tan largo tiempo ocupado por los andalusīes اندالوسياس, y que si no querían arrostrar los más duros trances de la guerra, no debían dilatar la rendición de la ciudad.
Pero de repente, rompiendo las negociaciones iniciadas, al parecer, para la alianza que se les proponía, de tal manera lo habían trastornado todo, que se había visto precisado a emplear la fuerza contra los soberbios. Más tarde, una y otra vez, después de establecer el cerco de Mālaqah مالاغا, les había hecho advertir que no obligasen a los gastos, trabajos y peligros de un sitio costoso a quien estaba resuelto a no levantar el campo sino rendida la plaza. Mas como durante cuatro meses, obstinadamente y con serios combates por ambas partes hubiesen empleado en la defensa todos los medios de hostilizar a los al-afray/castellanos, y, ya apretados por el hambre, hubieran apelado a enviar frecuentes y falaces embajadas, a las que siempre había respondido que usaría de aquella clemencia que creyese justa para con los que con terquedad e instintos sanguinarios habían tratado de superar hasta el último extremo a los demás garnāţinos, esa misma respuesta les daba ahora.
Al volver los enviados con estas cartas, todos los moradores quedaron estupefactos, perdida ya toda esperanza de libertad, y muy en aventura las vidas. No se oían por las calles de la ciudad sino los lamentos y el llanto de las mujeres. El hambre, imposible de resistir más, convenció a todos de la necesidad de entregar la ciudad. Entonces Alī Dordux, seguro ya de que él y los suyos tendrían la vida salva, dio parte al rey de la unánime resolución de todo el pueblo de entregarse a merced del vencedor.
El comendador de Liyūn/León recibe de los reyes Isabel I, de Qastāla/Castilla y Liyūn/León y Fernando II, de Aragón, el encargo de tomar posición de la ciudad. Le acompaña Pedro de Toledo, capellán y limosnero regio, un converso de corazón judío que fue el primer obispo de la Mālaqah مالاغا cristiana. Al llegar la comitiva a al-Qaşába قصبة/Alcazaba le espera Alī Dordux que les abre las puertas y juntos suben a la Burŷ/Torre del Homenaje donde hacen tremolar las banderas y los estandartes al-afray/castellanos
Mālaqah مالاغا se rindió, tras una defensa heroica de su ciudad, y 103 días de asedio hasta caer a finales de ša´bān del año 892/18 de agosto de 1487, día de San Agapito. Al ver la Cruz y los estandartes reales por todas las calles de la ciudad, los habitantes, principalmente los grupos de mujeres, elevaron al cielo ensordecedor griterío; pero pronto se apoderó de su ánimo el miedo o el estupor, y cayeron en un triste silencio, producido por el abatimiento.
Todavía muchos abrigaban cierta esperanza de salvación, fundada en las palabras de Alī Dordux, y así todas sus disposiciones eran unánimemente obedecidas. Pero los Gomeres que ocupaban el Ḥişn/castillo de Djabal Faruch/Gibralfaro, parecían preparados a continuar defendiéndose. El hambre hizo inútil tan extrema resolución.
Fernando II, rey de Aragón no gastó mucho tiempo en celebraciones. Inmediatamente tomo dos medidas: Hacer desaparecer la Masyid/Mezquita al-Ŷamá‘a/Aljama y consagrarla como iglesia, dedicada a Santa María de la Encarnación y mandó que se pregonara por las calles de Mālaqah مالاغا que nadie saliera de su casa.
Los pobres mālaqeños, encerrados en sus casas se temían lo peor. Cada momento miraban sus puertas esperando que los soldados al-afray/castellanos entraran para saquearles y degollarles. Los sonidos de las campanas, las músicas y los gritos de aclamación les sonaban a cuerno quemado. Iban a perder su patria, sus bienes y su futuro se presentaba muy negro. Los que desde el principio deseaban que se entregara la ciudad sin lucha, ahora se maldecían por no haberse rebelado contra la otra facción. Los que habían preferido aquella resistencia ahora se arrepentían de no haber muerto luchando.
Entretanto el Comendador de Liyūn/León, Gutierre de Cárdenas, enterado, como Alī Dordux, de todos los secretos, y único ejecutor en aquel asunto de la voluntad de Fernando II rey de Aragón procuró con gran cautela que los ciudadanos reuniesen en determinado sitio todos los bienes y alhajas de más valor, que por consejo de Alī Dordux, y con la esperanza de que se les permitiese llevárselos, no habían tenido inconveniente en inscribir en los inventarios. Así, pues, se empleaba especial cuidado en guardar los fardos, y nadie en el campamento salía de su respectiva estancia.
Los al-afray/castellanos tenían rodeado Djabal Faruch/Gibralfaro, los andalusīes اندالوسياس veían con horror como ondeaban las banderas al-afray/castellanas en la Burŷ/Torre del Homenaje de al-Qaşába قصبة/Alcazaba. Estaban seguros de ser tratados con generosidad por los vencedores al-afray/castellanos. Pensaban que un caudillo como Aḥmed al-Zegrí, que había defendido con tanta entrega su ciudad, sería respetado por los vencedores. Se equivocaron de medio a medio. La respuesta de los al-afray/castellanos fue que no habría con ellos ninguna consideración.
Poco después, y obligados por el hambre, se rindieron todos los Gomeres, con los renegados que ocupaban el Ḥişn/castillo de Djabal Faruch/Gibralfaro, y al cabo vino a saberse que desde las primeras entrevistas con Alī Dordux Fernando II, rey de Aragón había resuelto que se acañaverease a los renegados, (buscaron un espacio abierto, algo así como un estadio deportivo a fin de que existiera un terreno libre en el centro, otro para correr los caballos y un lugar adecuado para que las autoridades y curiosos contemplaran el evento. En el centro, en un poste, ataron desnudos a los desdichados. Una vez inmovilizados, los soldados tomaban en las manos haces de cañas con las puntas afiladas, montaban sus caballos e iniciaban carreras hacia los reos. Ya cerca de ellos les lanzaban sus cañas puntiagudas que se clavaban las más de las veces en los cuerpos ateridos y temblorosos. Así una y otra vez, una y otra carrera, una y otra caña clavándose en las carnes de los pobres hasta que alguna caña o algún infarto paraba en seco su corazón para que no sintiesen más miedo, más sufrimiento), que los desertores, conversos y judaizantes fuesen quemados vivos, y que los Gomeres, los de Osunilla y Mīšaš/Mijas y cuantos habían acudido a la defensa de Mālaqah مالاغا desde los pueblos de la sierra quedasen en duro cautiverio, repartiéndolos entre los Grandes y soldados distinguidos y enviando algunos, como muestra de congratulación, al Papa y a varios Príncipes de la Cristiandad.
El hijo de Alī Dordux tomó posición de Djabal Faruch/Gibralfaro en nombre de Fernando II, rey de Aragón y Aḥmed al-Zegrí fue encadenado y encerrado en las mazmorras del Ḥişn/castillo. Mostraba un gesto duro y altivo. No olvidaba ni aún con los grilletes puestos que había sido el caudillo de quince mil hombres de los mejor armados, aguerridos y disciplinados. Pero su rostro mostraba una tristeza infinita. Su patria estaba vencida y le esperaba un final cruel. Pero por encima de todo ni en este momento perdía la dignidad.
El rey Fernando II de Aragón le preguntó "¿Cómo persististeis en una defensa que se sabía inútil?". Aḥmed al-Zegrí le contestó:
"Juré al tomar el cargo la obligación de morir o ser preso defendiendo su ley, y la ciudad y la honra del que me la entregó, y que si fallaran ayudadores quisiera más morir peleando, que ser preso no defendiendo la ciudad".
Fernando II, rey de Aragón no tuvo con él consideración. Le condenó a cadena perpetua, que debería cumplir en al-Qaşr/Alcázar de Qarmūnaكارمونا /Carmona, para donde le mandó atado a unos grilletes, que ya en la vida podría quitarse.
Los reyes Isabel I de Qastāla/Castilla y Liyūn/León y Fernando II de Aragón pusieron en marcha el expolio de la población malagueña. Fernando II, rey de Aragón comprobó que tenían dinero y por ahí vendría su castigo. Fernando II, rey de Aragón se lo tomó con calma porque quería dar un escarmiento ejemplar para que el asunto no se repitiera. Quedaba todavía mucho por conquistar y debía saberse en el Reyno, cómo se las gastaba con los contumaces y rebeldes. Por fin llega el dictamen real que tenía fecha de cuatro de septiembre. Hasta entonces estuvieron encerrados en sus casas y temblando los miles de mālaqeños. Decidió hacerles creer que podrían pagar su libertad. Los pobres andalusīes اندالوسياس no esperaban que al fin y a la postre perderían su dinero, sus tierras y su libertad.
Mandó pregonar por Mālaqah مالاغا que todo el mundo es cautivo de los reyes Isabel y Fernando. Se podría remediar el asunto, para lo cual toda persona, sin distinción de clase, sexo o edad, debía pagar por su rescate 36 ducados. En señal podrían entregar todo el oro, plata, joyas, ropas o cualquier riqueza que tuvieran. El resto, les dejaba un plazo de ocho meses para buscarlo por donde pudieran. Pero el pago era mancomunado. Todos estaban obligados al pago de la suma general de todos. No valía decir que yo he encontrado el dinero y que el resto se las busque. Por supuesto si pasado el tiempo no habían pagado la totalidad del rescate, todos iban a ser hechos esclavos de los reyes al-afray/castellanos. En ese momento era el Comendador de Liyūn/León, Gutierre de Cárdenas que se aplicó a la tarea de contar y dar cuenta de apuntar todo, malaqeño por malaqeño, dobla a dobla, para que nada faltase.
Contadores y diputados se sentaron en sus mesas y los llamaron por barrios para contar casas, barrios, joyas, dineros y haciendas. Los pobres mālaqeños, uno a uno, pasaban ante los contadores, escribían cuantos eran en su casa, como se llamaban cada uno, hacían una relación de sus bienes y posesiones, hacían un lío con sus cosas, se sellaba y se escribía en el envoltorio quien era el dueño. De manera que Fernando II, rey de Aragón, con un golpe de mano, se hizo con todos los bienes de Mālaqah مالاغا. Y les mandó al corral de los animales mientras los cabezas de familia salían para preparar donde pudieran el resto del rescate.
Los cabezas de familia, salieron de Mālaqah مالاغا a la desesperada, unos hacia Išbylīyaسيبيجا, otros a Šarišخيريس/Jerez, Garnāţa اليهود, Ifriqiiah/África, Istīyya, Qūrţuba, otros donde pudieron para buscar el rescate que, por supuesto, no pudieron encontrar.
Pasaron los meses de plazo y no encontraron con qué pagar. Por supuesto que volvieron todos tristísimos y cabizbajos. Les quedaba una última esperanza. Dirían a Fernando II, rey de Aragón que le habían entregado todo lo que tenían, absolutamente todo. Se calcula en 66.000 doblas zahenes (a 455 maravedís cada una) , lo que significó más de treinta millones de maravedís). El tendría piedad de ellos y les dejaría libres.
Vueltos a Mālaqah مالاغا, comunicaron sus carencias al rey que no les tuvo la más mínima consideración. Quedaron todos cautivos de los reyes al-afray/castellanos. Y da comienzo la deportación en masa del pueblo malaqeño. Por tanto otra vez contados como ovejas y ya cautivos, salieron vendidos unos a Išbylīyaسيبيجا, otros a Qūrutba, todos hacia su cautiverio.
Mālaqah مالاغا tenía treinta mil vecinos. Entre doce y quince mil mālaqeños que fueron entregados como cautivos a los ¿grandes? Hombres al-afray/castellanos. A unos, los más importantes, cien, a otros cincuenta. Todos fueron regalados, vendidos, entregados, esclavos de un nuevo orden. Dejaban sus casas, sus bienes, su sol, su luz y salían esclavos, vendidos, vencidos. Una terrible procesión de tristeza y llanto. Hacia Qastāla/Castilla sale todo un pueblo que va desterrado y vencido. Una limpieza étnica, un exterminio.
Cada uno iba ya repartido de antemano. (Del rescate se excluyeron: Aḥmed al-Zegrí, sus sobrinos, el Çenete santo y Ḥassān de Santa Cruz, un renegado elche, sus mujeres e hijos, los soldados Gomeres, refugiados, etc.
De éstos se hicieron tres partes; una se reservó para cambiarlos por cautivos cristianos del norte de Ifriqiiah/África; la segunda se entregó a los combatientes de la guerra, súbditos de todos los reinos, para que con su venta obtuviesen alguna ganancia y la tercera se retuvo para la Cámara real como “ayuda de los grandes gastos que se hicieron en el tiempo que duró el cerco”. De ésta última procedían las mozas que se enviaron a Nápoles y Portugal como regalo y los Cien andalusīes اندالوسياس mālaqeños que fueron enviados como regalo al Sumo Pontífice Inocencio VIII. Pensaron Isabel I de Qastāla/Castilla y Liyūn/León y Fernando II, rey de Aragón tener un regalo de cien andalusīes اندالوسياس que estaban seguros agradecería el Vicario de Cristo en la tierra. Pero al tratarse de quien se trataba, había que enviar a los mejores. ¡Los Gomeres de Aḥmed al-Zegrí!
Pues dicho y hecho. Tal como lo pensaron lo hicieron. Prepararon sus carretas de largo recorrido, amarraron convenientemente los cien Gomeres a las carretas y tomaron la Vía Aurelia hasta Roma
El Sumo Pontífice de los politesitas cristianos, Inocencio VIII quedó encantado y agradecido con el detalle. Los sacó en procesión por Roma y los hizo convertir a la fuerza.
Mālaqah مالاغا contaba con una judería bastante importante. A través de Abraham Seneor, que gozaba de gran influencia en la Corte, logró también un acuerdo de rescate, que fue fijado en una elevadísima suma; diez millones de maravedíes. Era imposible para las 450 casas de judíos reunirla. El 9 de enero de 1489 Isabel I de Qastāla/Castilla y Liyūn/León y Fernando II de Aragón, otorgaron seguro a veinte judíos mālaqeños para que acudiesen a al-Ŷamá‘a/Aljama de Qastāla/Castilla, a fin de recaudar el dinero necesario. La comunidad judía dio un elevado ejemplo de solidaridad responsabilizándose de la parte aún no pagada; se abonó en 1490 por el procedimiento de un nuevo reparto de 10.000 castellanos de oro entre al-Ŷamá‘a/Aljamas. Abraham Seneor y Rabi Mayr, fueron a Mālaqah مالاغا, recogieron a los cautivos y los repartieron entre las juderías; les agusrdaba, en plazo inmediato, otro triste destino más amargo.
A Alī Dordux le nombraron al-qā´id/alcaide de todos los mudéjares de la provincia. Le dieron treinta casas, Masyid/Mezquita s y hornos. Su hijo llamado Mwḥāmmad Dordux se bautizó y pasó a llamarse Fernando de Mālaqah مالاغا.
Antes de rendirse la ciudad había arribado a sus playas una nave con los embajadores del ´Āmir de Túnez, que traían numerosos presentes para los al-afray/castellanos. Con gran alegría acogieron aquella feliz ocasión para que pudieran ser testigos de tan inestimable triunfo. Tratáronlos con amabilidad suma; colmáronlos de presentes e hicieron que los acompañaran en su regreso algunos mālaqeños que tal vez pudieran servir para recaudar entre los principales y populares de África el rescate de sus compañeros de cautiverio. Sabíase que en virtud de ciertos pactos los Príncipes mahometanos estaban obligados a rescatar a los cautivados por tropas al-afray/castellanas en territorio garnāţino. Además se envió a las costas africanas al noble caballero sevillano Cristóbal de Mosquera, para que, con arreglo a lo suplicado por Alī Dordux y los mālaqeños, condujese allá a unos cuantos mālaqeños que habían de emplearse en buscar aquellos recursos.
Por orden de Fernando II, rey de Aragón fueron enviados algunos adatides de caballería a los pueblos de Osunilla y Mīšaš/Mijas, del término de Mālaqah مالاغا. Sus habitantes habían hecho considerable daño a las tropas al-afray/castellanas, y después de pedir al rey el perdón de lo pasado, que se les otorgó benignamente, al aconsejarles, la rendición, creyendo que Mālaqah مالاغا se había rendido bajo las mismas condiciones que Balliš/Vélez-Mālaqah, respondieron que las aceptaban. Confirmada la capitulación, los vecinos de los citados pueblos cargaron en sus acémilas todos sus bienes muebles, y con sus mujeres e hijos bajaron a las playas malagueñas. Mandóseles que metiesen sus cargas en las galeras, como si fueran a transportárselas a las costas de Marrākuš/Marruecos مراكش; pero una vez terminado el embarque, se les declaró que todos quedaban esclavos, porque a los mālaqeños tampoco se les había hecho concesión alguna de libertad.
"A Mālaqah مالاغا tampoco mi corazón olvida;no apaga en mí la ausencia la llama del amor;¿Dónde están tus almenas ¡oh Mālaqah مالاغا querida!,tus Burŷ/Torres, azoteas y excelso mirador?Allí la copa llena de vino generosoHacia los puros astros mil veces elevé,y en la enramada verde, del céfiro amoroso,Sobre mi frente el plácido susurrar escuché.Las ramas agitaba con un leve ruidoY doblándolas ora, o elevándolas ya,Prevenir parecía el seguro descuidoY advertimos si alguien nos venía a espiar"(Aben Said)

No hay comentarios: